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Dos años de olvido de las armas

Alberto Uriona

“Hay mucha tranquilidad, mucha más de lo que parece”. Para Xabier Aierdi, director del Departamento de Sociología de la Universidad del País Vasco (UPV), es el cambio más visible en la sociedad vasca en estos dos años. Desde que el 20 de octubre de 2011, ETA anunciara, a través de un video y tres encapuchados, “el cese definitivo de la actividad armada” sin ninguna condición tras 43 años de terrorismo y 829 víctimas mortales.

Las encuestas sociológicas apuntan también esa calma. Cuando en 2004 ETA era la principal preocupación de los vascos (más del 50% la situaban en el primer lugar), ahora queda relegada a los últimos lugares por otras como el paro y la corrupción. “Esa tranquilidad se percibe incluso a nivel vecinal, en los bares, en los colegios. Hay mucho menos presión”, asevera el magistrado de la Audiencia de Álava Edmundo Rodríguez. “La preocupación de la gente es por el salario, el trabajo y todo lo que tiene que ver con ETA ha pasado a un segundo plano”, agrega.

“Ha pasado de ser el tema que más preocupaba a ocupar el 25”, afirma un abogado vasco. “La sociedad vasca ha cerrado el problema, aunque no esté todavía resuelto”, apunta Pedro Ibarra, catedrático jubilado de Ciencia Política de la UPV.

El anuncio hace ahora dos años suprimió de golpe la violencia callejera, que había tomado el relevo a los atentados de ETA (el último mortal se cometió en 2009, aunque la última víctima fue un gendarme francés en marzo de 2010 en un tiroteo) por parte del entorno de la organización terrorista. “Para mí, desde que dijeron que lo dejaban, todo ha sido más tranquilo. Antes estabas pendiente de que te podían subir en cualquier momento y quemártelo”, asegura Eduardo, un conductor de autobuses públicos en Bilbao. Además de los directamente amenazados, como políticos, concejales o jueces, hubo otros colectivos como los chóferes del transporte público que respiraron aliviados aquel 20 de octubre de 2011. Los ataques a autobuses, trenes y cajeros de entidades financieras eran el principal objetivo de la “kale borroka” y sembraban la intranquilidad en las calles de Euskadi. “El nivel de manifestaciones y conflictividad ha bajado radicalmente y el saber que el terrorismo de ETA no va a volver nunca da mucho sosiego”, opina Xabier Aierdi. En la década pasada, se registraban más de 200 casos de violencia callejera al año. En estos dos años ha habido episodios contados y algunos sin una atribución concreta.

“Para nosotros el cambio ha sido radical”, apunta el juez Rodríguez. “Hemos pasado de 200 jueces con escolta a uno, que es el presidente del Tribunal Superior. Puedo hacer mi vida normal, sin necesidad de mirar quien está cuando salgo de casa ni agacharte debajo bajo el coche, ni pasear con dos personas detrás”.

“Esto ya no es una preocupación vital sino más del orden político”, señala Pedro Ibarra. “A la mayoría de la gente no le afectaba antes y ahora estamos en las consecuencias: la persistencia de las armas sin entregar, el futuro de los presos, la revisión del pasado. De la resolución de todos estos asuntos, si depende que la convivencia vaya mejor pero no que vuelva la violencia”, agrega.

La crisis económica impide cuantificar el efecto en el desarrollo de la ausencia de la violencia. “Es muy difícil de deslindar”, afirma Aierdi. Tampoco hay ningún estudio oficial ni cálculo. El clima de tranquilidad beneficia especialmente a actividades como el turismo, que han ido creciendo en los últimos años y, de hecho, en 2011 se alcanzó el récord histórico de visitantes con más de 2,4 millones de viajeros. Pero desde finales de 2012 hay una tendencia a la baja, lo que explicaría que el turismo creció también por otros factores, como la promoción pública y privada o la disponibilidad económica.

“Cuando toda una generación ha vivido el terrorismo, la consecuencia es que se anestesia y asume como habituales cosas que no lo son. Y cuando eso acaba, se olvida rápidamente”, afirma un sociólogo, que recuerda que hasta hace poco los empresarios eran extorsionados y grupos pacifistas como Gesto por la Paz recibían improperios en sus manifestaciones silenciosas.

Sin violencia, el reto es ahora la convivencia entre posturas tan divergentes: quienes han visto asesinados a sus familiares y quienes han visto la actividad de ETA como la lucha por el pueblo vasco. En estos dos años, apenas se ha avanzado pese a iniciativas como la de Glencree, nombre que viene el lugar de Irlanda en el que el primer grupo —cinco víctimas de ETA y otras tantas de los GAL— impulsó esta iniciativa a finales de 2007 para acercar a las dos partes. “No se puede plantear que en uno o dos años se vayan a dar besos. Si es posible establecer criterios, revisiones, decisiones, que asienten las condiciones de convivencia pacífica, pero que no es lo mismo que reconciliación. Se trata de crear una cultura de la tolerancia. Tienes el riesgo de estrellarte, lo que genera frustración”, opina Pedro Ibarra.

Aierdi coincide en que la convivencia “va a costar mucho tiempo” porque, añade, “,mucha gente de la sociedad está en otra película. No es lo que tiene en su agenda personal. Eso son debates que se circunscriben a políticos, las víctimas y los grupos que estaban trabajando en la convivencia. Pocas veces el que ha causado daño lo reconoce y busca subterfurgios para no reconocerlo”.

El abogado vasco cree que también requerirá un largo periodo. “La paz es bienvenida por todos pero, cuando se recuperen las energías del agotamiento social que ha provocado ETA, la convivencia es muy complicada. Hay muchas cosas a resolver: qué relato prevalecerá, la compensación a las víctimas”.

El juez Edmundo Rodríguez considera que sí ha habido avances en la convivencia. “Otra cosa es que haya personas que no quieran olvidar. Pero, no solo en lo social que puedes hablar sin temor a que te insulten o te escupan. Se ha avanzado en lo institucional. No es un problema que una cuarta parte del Parlamento sea gente que apoyó la lucha armada y que gobiernen la Diputación de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de San Sebastián”.

Depende con quien se hable, se alaba o no la posición tanto de la izquierda abertzale en estos dos años como la del Gobierno central. Pero hay una valoración generalizada de que los primeros han frenado cualquier escisión que habría puesto en peligro el anuncio de ETA. “Han hecho un proceso de autocontrol hacia dentro y hacia fuera. Diría que se tienen que moderar más pero van bastante rápido”, considera Pedro Ibarra, quien alude a los “sectores internos con posiciones muy duras” que presionan dentro de la izquierda abertzale.

Xabier Aierdi piensa que tanto en el mundo de Bildu como en el Gobierno español “cada pasito que dan lo creen como uno enorme en el caso de la izquierda aberzale y para el Gobierno, como cesiones insoportables. Cada uno trata de imponer lo que ha sucedido y esto va a ralentizar mucho el proceso”.

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