Manuel Jabois: “Hay un tabú muy extraño con los niños y el sexo, cuando el sexo es algo que no tiene edad”
Al describir 'Malaherba', su autor, Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978), escoge las siguientes palabras: “Es una lectura feliz, divertida, con mucho humor y, que al mismo tiempo, te va rompiendo por dentro. Eso, yo creo que es la vida”. De los que prefiere no leer críticas ni halagos “para no contaminarse de lo ajeno”, Jabois asegura que no tiene mirada de novelista, sin embargo, logra con una magnífica sencillez plasmar en su obra la emoción de las primeras veces, la intensidad del primer amor y el extraño placer que produce lo prohibido.
¿Manuel Jabois es más periodista que escritor?
Mucho más. Periodista soy todos los días, es a lo que me dedico y a escribir libros o ficción en este caso, procuro aprovechar para hacerlo en mi tiempo libre. Pero no tengo mirada de novelista, tengo mirada de reportero, que es con la que he trabajado siempre. Tampoco sé distinguirlas muy bien, pero sí me considero más periodista.
¿Cómo surge la idea de esta novela?
Empieza con una imagen muy gráfica que tengo en la cabeza siempre, que es la del niño que anda en bicicleta y sus padres le agarran el sillín, van detrás de él para que vaya pedaleando y, de repente, hay un momento en el que sueltan el sillín, y el niño se gira y ve que no están. Hay niños que al ver eso siguen pedaleando y niños que se caen, de repente. Me interesaba saber por qué hay niños que se caen al ver que sus padres ya no están, aunque puedan hacer las cosas solos, y por qué hay niños a los que les da igual. De hecho, me daban hasta más miedo los segundos que los primeros. Esa imagen que ni siquiera está en el libro fue la que me empujó a escribirlo.
¿Y qué tipo de niño fue usted?
De los que se caía todo el rato. Te diría más, de los que se sigue cayendo.
¿Qué temen los adultos? ¿Por qué edulcoran la realidad a la hora de contársela a los niños?
Creen –en la mayor parte de las ocasiones con acierto- que no están preparados todavía para saber muchas verdades. Supongo que también hay cosas que por más que las expliques o las cuentes abiertamente delante de los niños, ellos nunca saben lo que es hasta que la viven. El padre de Tamu en el libro le habla del amor y Tamu no tiene ni puta idea de lo que es el amor. Entonces, le pregunta que cómo se enamora, como si hubiera un manual de instrucciones. Tamu solo va a entender lo que es el amor hasta que se enamore. Va a entender lo que es el desamor cuando lo sufra. Va a entender lo que es la traición cuando la viva. Va a entender lo que es la amistad cuando empiece a sentirla. Ese tipo de cosas que son pasiones y emociones inherentes al ser humano desde siempre son muy difíciles de explicar. La muerte, la enfermedad, que también están muy presentes en el libro, son cosas que te las pueden explicar, las puedes intuir, pero realmente solo puedes conocerlo hasta que lo vives.
¿Se debería hablar sin tapujos del sexo y de la muerte a los niños?
No lo tengo nada claro, no creo. Depende de hasta dónde entiendas que un niño es niño. Siempre es interesante el misterio. Hay un tabú muy extraño con los niños y el sexo. Quizás el leitmotiv es ese, la relación que tienen los niños tanto con el amor como con el placer. Es como tenerlos conservados hasta que cumplan una cierta edad y empezar a hablarles de eso, o que lo experimenten, cuando el sexo realmente es algo que no tiene edad. También está el hecho de que el niño empieza a sentir una amistad que va más allá de la amistad, que es más especial y que puede tener que ver con el amor, ese amor que es un amor homosexual o lésbico -embrionariamente lésbico o embrionariamente homosexual, porque no están en edad de saber si es amor o no, pero puede haber una atracción-. Hay siempre una reacción consensuada de los poderes adultos, sea de la ideología que sean, de mantener oculto a los niños el hecho de que exista una diversidad sexual. En la última campaña electoral se proponía que el Orgullo se fuese a Casa de Campo porque hay familias. Es importantísimo que un niño crezca con referentes, que el niño sepa que hay cosas que se sienten y es completamente normal sentirlas.
¿Qué ocurre cuando se les ocultan estas cuestiones?
Yo fui un niño que crecí en una ciudad en la que no había visto nunca a dos hombres besándose, no sabía que existía eso. En el momento en el que sabes que existe, sabes que lo tienen que hacer a escondidas, entonces lo asocias a un estigma. Si tú hubieses sentido la atracción hacia una persona de tu mismo sexo, pensarías que es algo que no está bien, porque no es algo que has visto por la calle, no lo has visto a la luz del día. Creces con tu familia preguntándote qué niña te gusta de clase y llegas a los 12 años y ves que no te gusta ninguna niña, pero ya no te atreves a decirlo porque si te han estado preguntando eso, debe ser jodido responder lo otro. Te educan inconscientemente, sin ninguna maldad, que la normalidad es esto y que si eres anormal también te vamos a apoyar pero que ya no eres normal. Entonces el crío se desconcierta. En el caso de estos críos, su desconcierto es libre, salvaje y, a mi juicio, maravilloso, lleno de violencia y de ternura, que es normalmente como se suele reaccionar cuando te señalan por algo que no sabes muy bien lo que es ni en qué consiste. El niño, para defenderse, llama “maricones” a los demás, sabe que suena mal, aunque no sabe realmente qué significa. La infancia es eso.
¿Y por qué se siguen viviendo este tipo de situaciones en pleno siglo XXI?
Sobre todo, en el progresismo, la excusa facilona es que no quieres que el niño pase por situaciones jodidas. La expresión ‘salir del armario’ es un fracaso, porque significa que hay un armario y que alguien está dentro. Entonces a partir de ahí el resto del debate ya está viciado. Nadie tiene que salir del armario ni de ninguna parte, pero se tiene que seguir saliendo al parecer y lo que hay que hacer es destruir ese armario. El hecho de que siga existiendo ese tipo de pensamiento tiene que ver con la diversidad. Hay una mayoría tan aplastante de gente de una forma que la quieres igual, para evitar sobresalir, para evitar ser diferente. Ser diferente es carísimo socialmente y muchos padres quieren ahorrarse ese coste emocional. Pero el hecho de que lo seas, también puede animar a otra gente que parece que no lo es, a serlo.
¿Encuentra capítulos de su propia infancia entre las páginas del libro?
Los que están relacionados con la clase, con las travesuras del colegio, del recreo. Eso sí, pero los personajes son inventados y todo lo que ocurre a mayores que tenga un carácter más profundo que tiene que ver con la relación con los padres, con la enfermedad, con la muerte, con el amor...Esas cosas están todas ficcionadas.
¿Por qué son tan importantes las primeras veces?
Porque dejan una nostalgia irreparable. Una primera vez no ocurre dos veces. Esa emoción pura que sentiste se va disolviendo. La quinta vez nunca va a ser igual que la primera, desde la primera vez que se te muere alguien, de la primera vez que te besa alguien, la primera vez que haces el amor...Hay muchísimas emociones que solo se viven por primera vez y es como si de repente tienes que aprenderlo todo de ellas para estar preparado para que ocurran una segunda vez. Yo lo asocio mucho como cuando marcan un gol importante. Lo celebras, gritas y ese momento ya se pierde. Lo vuelves a ver en YouTube, lo escuchas en la radio, pero ya no tienes ese momento.
¿El placer y la culpa van de la mano?
Casi siempre. Es como si de repente a mayor culpa mayor placer. En los niños también empieza a ocurrir, cuando comer demasiadas golosinas les hace que les duela la tripa, pero sin embargo no puedes parar o cuando llegas una hora tarde a casa, pero te lo estás pasando tan bien... O cuando te tocas y las primeras veces que exploras tu cuerpo, que te preguntas qué estás haciendo, si te está mirando Dios o si tus padres lo van a saber. En el momento de acabar es un éxtasis y de golpe viene la culpa. Hay culpas que se van laminando y culpas que siempre permanecen. Me suele pasar, no sé si es genérico, de eso de estar pasándolo tan bien y pensar “esto va a tener un coste”. El mejor ejemplo de todos es el de la resaca, es como un castigo divino. Es quizás la respuesta biológica a todas esas cuestiones morales del placer y la culpa. Es como la representación divina de decir “fijaos, hijos míos, lo que ocurre cuando os pasáis con la diversión”.
El libro también trata el tema de la violencia. ¿Antiguamente había más violencia en los colegios o es que ahora la toleramos menos?
Espero que se tolere menos. En ese sentido la sociedad está más sensibilizada, antes se toleraban más ciertas cosas, pero no quiere decir que la violencia no siga presente. Siempre hay cabrones y los hay a veces que no lo son por naturaleza, simplemente no calculan bien la travesura. A veces haces cosas que no tienes ni idea del sufrimiento que causan en otra gente. Por ejemplo, en el caso del bullying o en el caso del acoso sistemático a un niño porque es el más débil, porque es el diferente, porque tiene, gafas o es gordito o a una niña, siempre va a haber dos o tres cabrones de verdad, pero luego en general la demás gente solo quiere estar en el grupo y si conociese el sufrimiento que causan no lo habrían hecho.
El bullying no acaba cuando uno crece...
No, desde luego que no. Se ve más incluso de adultos que de niños y con mayor responsabilidad, porque el adulto ya controla.
Hay algunos críticos que etiquetan su obra de “neocolumnismo de extremo centro”. ¿Qué opina acerca de este tipo de críticas?
No presto mucha atención. He descubierto que me va mejor la vida centrándome en las cosas que hago yo, que en la repercusión de las cosas que hago. Intento no hacer caso ni a detractores ni a seguidores. Los seguidores suelen ser mucho más dañinos, porque como te los creas estás jodido. A mí que me critiquen pues vale, he tenido ya todas las etiquetas posibles y por haber, pero si estás todo el día leyendo a la gente que te dice lo bueno que eres probablemente acabes convirtiéndote en alguien ajeno a la realidad o acabes por dejar de pisar suelo. No puedes estar siendo un esclavo de la opinión de los demás.