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Yayoi Kusama, la artista de 94 años que convierte su enfermedad mental en arte, llega al Guggenheim

'Canción de una adicta al suicidio en Manhattan', obra creada en 1999 por Yayoi Kusama

Maialen Ferreira

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La artista Yayoi Kusama (Matsumoto, Japón, 1929) lleva desde los años 70 internada en un hospital psiquiátrico de forma voluntaria. Un retiro que decidió al volver a su Japón natal después de haberse hecho un nombre dentro del entorno artístico neoyorquino y que no le ha impedido seguir creando y exponiendo, al contrario, le ha permitido conocer su enfermedad y sus miedos y convertirlos en arte. “Kusama estaba agotada, tenía una depresión profunda después de la muerte de su padre y de su amigo, el también artista Joseph Cornell. Ahí se da cuenta de que la idea del suicidio era una constante y que aunque el suicidio y las alucinaciones siempre fueron algo constante en su vida, en ese momento decide autointernarse para protegerse a sí misma. Encuentra ahí el lugar que le da esa tranquilidad para poder seguir trabajando. Crea un arte curativo y ese es el espacio y el entorno que le permiten trabajar, lo cual es tremendamente inteligente. Sabe que tiene un problema, pero busca y encuentra la solución”, explica Lucía Agirre, curator junto con Doryun Chong y Mika Yoshitake de la exposición Yayoi Kusama: desde 1945 hasta hoy, una muestra compuesta por 200 obras —pinturas, dibujos, esculturas, instalaciones y material de archivo que documentan sus happenings y performances— de la artista japonesa que inundan desde este lunes el Museo Guggenheim de Bilbao.

A sus 94 años, Kusama apenas puede moverse. Antes de la pandemia bajaba al estudio que tiene muy cerca del hospital psiquiátrico en el que vive, pero hace un par de años que crea sus obras desde su habitación. “Es incansable, infinita a pesar de su edad”, confían Doryun Chong y Mika Yoshitake, que han trabajado junto a ella los últimos cuatro años para dar vida a la única exposición de tal calibre que podrá verse en Europa. La muestra incluye desde los primeros dibujos que realizó siendo una adolescente durante la Segunda Guerra Mundial hasta sus obras inmersivas más recientes. “Es la retrospectiva definitiva de Kusama, en la que el público podrá ver obras que hasta ahora no se han compartido”, asegura Suhanya Raffel, directora del Museo M+, de Hong Kong, pinacoteca que también acogió esta exposición y que ha trabajado conjuntamente con el Guggenheim para traerla a Bilbao.

Hasta ahora todas las exposiciones retrospectivas que se conocen de la artista se han realizado según criterios cronológicos, sin embargo, la del Guggenheim también está dividida temáticamente. La producción creativa de Kusama se muestra en torno a los grandes temas y preguntas que a lo largo de su vida han guiado sus exploraciones creativas: Autorretrato, Infinito, Acumulación, Conectividad radical, lo Biocósmico, la Muerte y la Fuerza de la vida.

Perteneciente a una familia de clase media, pero acomodada de Japón, Kusama decide romper los esquemas impuestos en su familia y se aleja del futuro que se esperaba de ella emigrando a Nueva York en la década de los 50. Antes de abandonar su casa, rompe todas las obras creadas hasta aquel momento, por miedo a que su madre las destruyera antes y porque estaba segura de que lo que crearía una vez llegara a 'la tierra prometida' sería mejor. Uno de los objetivos de la artista era dejar de lado los egos y enfrentarse a sus miedos: por un lado, el sexo y por otro, la comida. Temía el sexo, según explica Agirre mientras recorre las salas del Museo, porque su madre le obligaba a espiar a su padre con sus amantes y, la comida, porque al llegar a Nueva York no tenía dinero suficiente para comprarla, ya que prefería gastar lo poco que conseguía en materiales para sus obras, aunque eso significara dejar de comer. Resultado de esos temores la artista crea collages y objetos misteriosos tridimensionales, como Sin título (Silla), 1963, una silla cubierta con símbolos fálicos e insólitas asociaciones eróticas. La artista también teme a su enfermedad, que le persigue desde pequeña en forma de alucinaciones que después convierte en esculturas y pinturas, incluso más que a la muerte.

A finales de la década de los 60, Kusama se aleja de lo material y se centra en la participación del público y la performance. Tras emigrar a los Estados Unidos adopta una postura inconformista y abiertamente provocadora. Se manifiesta a favor de los derechos de las personas LGTBI+, denuncia las discriminaciones de raza y de género, parodia y critica la política estadounidense y protesta contra la guerra de Vietnam a través de su arte de instalación y multimedia. Sus acciones, a menudo ligadas al desnudo, hicieron que la prensa y el público a menudo la calificara de forma negativa. Este tipo de creaciones también llegaron al diseño de moda, con colecciones creadas por la artista en grandes marcas como Louis Vuitton o Bloomingdales.

“Vemos la inclusión de Kusama en el mundo de la moda y la performance, sobre todo todas sus acciones públicas en los años 60, acciones en las cuales luchaba por los derechos civiles. Por ejemplo, el primer matrimonio homosexual o acciones frente a la Catedral de San Patricio de Nueva York donde pintaba cuerpos desnudos mientras dentro estaban celebrando misa. Frente a la Bolsa de Nueva York se manifestó contra el envío de tropas a Vietnam y exigió que se parase la guerra. La exposición cuenta con material de estas etapas como prensa escrita, comunicados o fotografías”, detalla Agirre.

Las obras más simbólicas de Kusama son las creadas a partir de hipnóticos lunares. Cuando en 1960 explica por primera vez a qué se deben, los compara con cuerpos celestes y símbolos cósmicos. Con ellos pretende conectar el cielo y la tierra, lo macroscópico y microscópico, con el fin de revelar el misterio de la propia vida. “Para Kusama lo biocósmico es importante porque ella vive y crece en un entorno natural, en las montañas de Matsumoto. Sus padres se dedicaban a cultivar semillas y crece rodeada de invernaderos, plantas y de cambio de la vida, la muerte y el renacer”, indica la curator, que explica que para la artista las plantas son seres animados y así crea esculturas con formas vivientes a partir de seres que no existen.

Esa infancia rodeada de vida vegetal y efímera, que también estuvo marcada por las vivencias de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra hacen que la obra de Kusama aborde el umbral entre la vida y la muerte. A lo largo de su vida y, sobre todo tras la pérdida de su padre y su amigo Joseph Cornell los pensamientos sobre el suicidio van aumentando junto con su depresión. “Utiliza el arte como sanación. Habla de su salud mental en una época en la que no estaba normalizado hablar de ello. Muchos artistas no hablan de ello, pero se ve reflejado en su arte. Sin embargo ella no tiene ningún problema en hablar. Es una mujer que ha sabido ver los problemas que tenía y ha buscado hacer de ellos una fortaleza. Ella siempre se ha sentido cómoda para hablar de sus problemas y ha sido transparente. Afronta sus miedos a través de su arte. Es algo inspirador”, reconoce Doryun Chong.

Bajo esa premisa del poder sanador del arte, a partir de 1988 sus temas clave pasan a ser la fuerza de la vida y el sufrimiento que cura. En 1999 la artista aseguró que creaba “arte para la sanación de toda la humanidad”. Asimismo, crea obras repletas de colores vivos en las que celebra el amor y la vida y se enfrenta a sus pensamientos suicidas y a la muerte. Algo que ha cogido fuerza durante los últimos años, en los que la desolación sufrida por la humanidad durante la pandemia ha hecho que Kusama quiera recobrar la idea de supervivencia. Kusama, que sigue trabajando cada día en su estudio, ha realizado un escrito al Museo Guggenheim de Bilbao con motivo de esta exposición. “En este mundo caótico, usaré el poder del arte para expresar el deseo de paz y la magnificencia de la humanidad. Los corazones queman con una llama roja de amor, eterna e inagotable. Oremos juntos por amor”, dice la carta de una artista infinita que lleva la eternidad retratando el viaje entre la vida y la muerte.

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