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José L. Aroca

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Veintidós años después de su apertura a la visita del público, la antigua mina La Jayona sigue ofreciendo posibilidades nuevas y perspectivas, y en silencio y casi secreto convoca cada año a 40.000 personas parte de las cuales se quedan con las ganas ante unos cupos agotados con varios meses de antelación.

Fue en principio una oquedad natural, por derrumbes y acción del agua, y luego mina, actualmente museo natural y geológico, situada algo más de siete kilómetros al suroeste de Fuente del Arco, la última población extremeña (Badajoz) antes de que la carretera entre en la comunidad de Andalucía y busque las poblaciones de Guadalcanal, Alanís, Cazalla o San Nicolás del Puerto en la sierra norte de Sevilla.

A poca distancia, en medio del campo, la ermita de la Virgen del Ara, con sus pinturas y frescos, añade otro recurso a la excursión.

La Jayona formaba parte de un conjunto de pequeñas explotaciones mineras en esta parte occidental de Sierra Morena, en este caso para la extracción del hierro, cuyos minerales viajaban primero al pueblo, a Fuente del Arco, y luego en un ferrocarril de vía estrecha eran conducidos a la fundición y complejo minero-metalúrgico de Peñarroya-Pueblonuevo (Córdoba).

¿La Jayona? ¿Qué nombre es ese y que denomina también a toda esta sierra? No falta leyenda, la del rey Jayón, un caudillo musulmán, señor de estas tierras, ciego, que recobró la vista tras hacer caso a una presunta aparición mariana, y mandar erigir, ya convertido a la religión “verdadera”, la ermita de la Virgen del Ara; la historia sirve como evocación y buen recurso turístico.

Sin embargo el nombre procedería más bien, como se nos explica, de una voz árabe que significaba hoya, hoyo, oquedad.

Romanos, ingleses, aristócratas

Los romanos ya anduvieron por aquí, una vez que descubierta la cavidad natural, comenzaron a extraer los metales que ofrecía. La memoria más documentada y reciente habla de pioneros ingleses interesados por recuperar la explotación, y posteriores inversores belgas o franceses, además del aristócrata español Marqués de Bogaraya, militar, político, que consiguió la concesión, en una sucesión de cambios de manos y movimientos especulativos que tuvieron lugar durante el siglo XIX y parte del XX.

La extracción más intensa se produjo a lo largo de las dos primeras décadas de ese último siglo, en medio de continuos fraudes fiscales en cuanto a la cantidad aprovechada, la animación que la Primera Guerra Mundial (1914-1918) produjo en la demanda de materias primas, y los primeros movimientos sociales a favor de unas familias explotadas como mano de obra.

En 1921 acabaron las operaciones en La Jayona, un cerro pelado en aquel entonces pero que un siglo después, centenario que se cumple el año que viene, es una montaña reforestada con pinos, y vegetación mediterránea espontánea de encinas, acebuches, jaras, aparentemente árida pero en cuyas entrañas incluso en el estío abunda la humedad según desciendes niveles, y se entra en una frescura atlántica con tonos vegetales verdes vivos de todo un dominio de higueras que se aferran a paredes y trepan hacia la luz, o de helechos machos, musgos, y otras vegetaciones propias de latitudes más al norte.

En ese mundo de grandes oquedades naturales o a mano del hombre, con desniveles y pozos enormes de decenas de metros de profundidad, galerías antes de trabajo y hoy de paseo con sus balconadas a los abismos, recorridos de varios hectómetros que acaban en grandes salas de techos infinitos, reina hoy día el silencio, se oye solo a las aves rupícolas sobrevolando la zona y haciendo su jornada, y con los ecos de tantos vacíos grandes y paredes que hacen de frontón, apenas se siente al guía y al otro grupo lejano, de visita, en los dos turnos simultáneos que se dan cuatro veces cada día, con cita previa.

La mina-museo natural maravilla a geólogos y naturalistas. Neófitos o aficionados a ello, 26.000 visitantes caminaron el año pasado por su interior, y otros 10.000 no consiguieron entrar en el cupo; en total, casi 40.000.

Geología viva

Hay una falla enorme horizontal, inusual. Las fuerzas de la tierra, conformando lo que conocemos hoy día, en vez de resolverse con un desplazamiento en vertical, lo hicieron en horizontal, dejando ver una gran pared de roca lisa fruto de aquella fortísima fricción.

Es un territorio geológico aún vivo. Se trata de una zona muy lluviosa, del orden de 750 litros por metro cuadrado al año, supera vez y media la media extremeña, y la acción de filtraciones erosivas, bajadas de temperatura y heladas resquebrajaron hace diez años una de las grandes paredes, de pizarra, que se derrumbó e hizo impracticable la visita a esa parte durante una década.

Fue en 2010, recuerda la guía local, tras una serie de nevadas y heladas inusualmente intensas.

Vegetación atlántico-“jurásica”

Las higueras bravías, que en este lugar no dan fruto válido, son las reinas vegetales del lugar. Brotan por todas partes, desde que las semillas que portaban las aves fructificaron.

Se aferran a paredes y salientes, brotan de grietas, suben frondosas con un verde intenso y crean así un entorno que se nos antoja jurásico de contrastes de colores con el terreno pardo, calizo como sustrato pero ferroso, contrastes que se añaden al de luces y sombras, rayos de sol y penumbras, que ofrecen a cada paso un rincón diferente, pero un continuo deseo de llevárselo en forma de fotos.

La altura sobre el nivel del mar en La Jayona es de 785 metros, y la pluviosidad abundante, la humedad por tanto, añadida a la umbría profunda, ha creado un clima interior cuya temperatura puede ser menor de 20 grados respecto al exterior. “Una vez medimos”, apunta la guía, Eugenia, “una temperatura exterior de 48 grados, pero una interior de 16; sería una excepción pero es habitual que haya 40 fuera y 20 dentro”.

Y así es; en este final de verano, conforme andamos por una galería con el casco cuidándonos del techo, una corriente fresca y húmeda envuelve nuestras piernas y un poco nos estremece. La sensación térmica expuestos a este aire de las profundidades podría ser de diez-doce grados.

Vemos en un rincón una pequeña imagen de Santa Bárbara, patrona de los mineros, y esparcido por el suelo y paredes bajas un surtido de plumas desperdigadas; de paloma, nos aclaran. Ha sido la merienda de un zorro, una garduña o un meloncillo: “Si hubiera sido un búho real se la habría llevado más lejos para comérsela”, sigue ilustrando Eugenia.

Y es que, al eco lejano de mineros alimentando con sudor la codicia de aristrócratas, inversores, y compañías extranjeras espabiladas, ha sucedido un reino vegetal, de musgos, higueras, helechos y orquídeas, y todo un muestrario animal, que encandilan a los naturalistas.

Aves , mamíferos, anfibios, reptiles, que no podemos hacer otra cosa que presentir, ver sus huellas, porque bien guardan de esconderse de las visitas y es cuando éstas se marchan ladera abajo, al atardecer camino del aparcamiento, cuando vuelve a reinar el orden natural, recobra su actividad, y la cadena de alimentación y supervivencia, también crianza, se pone en marcha. Una vida nocturna que se podrá ver gracias a un documental que se está rodando de forma minuciosa y paciente.

Y es que la naturaleza nos esquiva, temerosa del hombre con razón, pero acaba regresando. Así lo comprobaron los monitores meses atrás cuando, tras un mes de confinamiento, volvieron, para ver sorprendidos cómo ciervos y búhos se habían enseñoreado de nuevo en sus dominios.

Tras la visita

El reposo del viajero se encuentra recorriendo de regreso la pequeña carretera que en unos kilómetros nos devuelve al pueblo, a Fuente del Arco.

Lo que durante décadas fue abandono, desmoronamiento, expolio y ruina, es decir, la mina, y escapada traviesa pero peligrosa de los chavales del pueblo, durante por ejemplo la romería anual a la ermita del Ara, es hoy un recurso importante para esta pequeña localidad.

No ha sido una “mina”, pero algo ha hecho. En los años 90, ante el peligro que representaban, alcaldes de varios municipios y Junta vieron en el patrimonio histórico de explotaciones mineras una oportunidad económica y turística –cuevas del Castañar de Ibor, cuevas en Fuentes de León- y así ha sido, ayudando a mitigar el éxodo rural que sigue habiendo, en este caso con la cercana Sevilla a 60 kilómetros al sur en línea recta.

Un hotel, varios restaurantes y casas rurales, alguna empresa de servicios, surgieron al abrigo de esta maravilla de la naturaleza y acción del hombre. Las carnes son especialidad de la zona, junto a la gasolinera hay por ejemplo una empresa de carnes porcinas en fresco y chacina.

La cabecera de comarca, Llerena (de un patrimonio muy interesante), junto a Reina (alcazaba árabe en un cerro de vistas soberbias sobre la Campiña), Casas de Reina (ciudad y teatro romano de Regina) y Fuente del Arco, promueven la zona como Tierra Túrdula, de patrimonio histórico, natural y gastronomía.

Información

Se puede hacer al complejo minero un recorrido guiado, gratuito, con cita previa que hay que concertar en el correo electrónico ci.minajayona@juntaex.es y el teléfono 667 756 600.

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