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'Alboroque', un cine poético que indaga sobre “cómo vivir juntos” y proteger la biodiversidad

Fotograma de 'Alboroque', el primer cortometraje de Sabrina Fernández Casas

Daniel Salgado

3 de julio de 2025 18:26 h

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Un alboroque es la palabra gallega que describe la comida con que se celebra el final de un trabajo colectivo. Y es la palabra que eligió la artista plástica gallego suiza Sabrina Fernández Casas para titular su primera incursión en el cine, un ensayo autobiográfico sobre “cómo vivir juntos y generar biodiversidad”. Poético y pausado, evocador y denso, el cortometraje indaga sobre la fractura de la emigración, las vidas contemporáneas en el rural o la conservación ambiental. Alboroque se estrenó hace un par de semanas en el Sheffield DocFest, en Reino Unido, y ahora concursa en la sección Plenta Gz del Festival Curtocircuíto de Santiago de Compostela.

Al fondo de la película se encuentra la historia familiar de la directora. De entrada, la intención de Fernández Casas (Suiza, 1988) era algo así como resignificar los gestos de su madre, una mujer gallega emigrada en Suiza, donde trabajaba en una fábrica del metal. “Soy una hija de la emigración” se define la autora, residente en Ginebra pero, según ella misma explica, a caballo con Galicia. Esa condición casi transeúnte, binacional en todo caso, la empujó a pensar sobre el retorno, “un retorno activista”. Se cruzaron entonces en su camino dos acontecimientos: el visionado del documental O monte é noso (1978), de Llorenç Soler, y el trabajo de las brigadas de voluntarios que limpian el monte gallego de especies invasoras. Los elementos de los que surgió Alboroque estaban dispuestos. Los ultimó en la residencia artística de la fundación María José Jove.

O monte é noso me removió por dentro. Trata de las expropiaciones a campesinos durante el franquismo” y de cómo estos lucharon por recuperar el monte comunal. “Me quedé con esa idea de pensar en el regreso”, cuenta a elDiario.es. Su propia madre, que aparece en la secuencia inicial de la cinta, sostiene un teléfono que reproduce imágenes del filme de Soler, pieza fundamental del cine militante gallego en los 70. La actividad de las brigadas, de las que ella misma forma parte cuando se encuentra en Galicia, le reveló algunas problemáticas del mundo rural: la falta de transporte o servicios médicos, el abandono de tierras y montes. “Se habla mucho del eucalipto como especie invasora [las hectáreas plantadas de este árbol superan con mucho las previsiones de la propia Xunta al respecto] y de los riesgos del monocultivo”, dice, “no tanto de la acacia, menos lucrativa, pero un auténtico problema en los viñedos ourensanos”.

A Lentille, Cenlle, en el corazón de O Ribeiro ourensano, viaja Fernández Casas de la mano de Susana. La cámara sigue a esta vecina del lugar, que explica la pelea de las brigadas contra la acacia descontrolada. También denuncia la dejadez gubernamental, pese a las reclamaciones de vecinos y vecinas. “Las plantas y las personas somos migrantes por naturaleza, y esto hay que celebrarlo”, aclara la cineasta, “pero el monocultivo y el descuido son contraproducentes. La película celebra la biodiversidad y la mezcla”. Un serán de cantareiras brigadistas cierra el metraje. El alboroque.

La cámara como personaje

Fernández Casas había trabajado como directora de arte en las películas de Alberto Martín Menacho. “Del último [el largometraje Antier noche (2023)] salí con ganas de hacer mi película”, relata, “Alberto me ayudó mucho. A comprender los procesos del cine, por ejemplo, mucho más largos que en las artes plásticas”. De esas artes plásticas -artes visuales, escultura, libros- importó no pocos aprendizajes a su Albaroque, un corto completamentee autoproducido. “Me gusta usar la belleza y la poesía, que yo también creo que son militantes y pueden tocar a la gente, desde mi subjetividad y mi lenguaje”, dice, en referencia al registro de su filme, tan distante de su referente O monte é noso.

La textura de las imágenes, granulada, material, contribuyó a ese objetivo. Las rodó en 16mm. El cámara Sergio Garot le ayudó a comprender la cámara: una Bolex, fabricada en la misma región de Suiza en la que trabajaba su madre. “La cámara, compleja y pesada, se acabó convirtiendo en un personaje más de la película”, aduce. La propia cineasta la manejó. Una decisión coherente con la gramática de Albaroque, en última instancia la de un ensayo de fondo autobiográfico.

Fotograma de 'Alboroque', primer cortometraje de la artista gallego suiza Sabrina Fernández Casas
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