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Mujeres frente al cáncer y contra una ley injusta

Raquel, trabajando a bordo del barco junto a su marido / Vázquez y Gómez Estudios

David Lombao

“El Sergas te cura y la Seguridad Social y el Inem te matan de hambre”. Beatriz Figueroa hizo de esta frase su lema cuando, en pleno tratamiento de su cáncer de mama, la Seguridad Social le negó la prestación por incapacidad temporal y, a pesar de tener cotizados más de 20 años, la abocó a sobrevivir con el subsidio de 426 euros por haber agotado la prestación por desempleo. La abogada y periodista viguesa sacó fuerzas de donde no las había para iniciar una lucha en todos los frentes, desde la huelga de hambre hasta la recogida de más de medio millón de firmas a través de Change.org, apoyos que se tradujeron en una proposición de reforma de la Ley General de la Seguridad Social defendida en el Congreso por Olaia Fernández Davila (BNG) y apoyada por toda la oposición, pero vetada por el PP. El pasado noviembre Beatriz ganó su batalla en los tribunales y ahora sirve de guía para muchas mujeres que pasan por la misma situación.

Tras unos meses de descanso y coincidiendo con el Día Mundial contra el Cáncer Beatriz Figueroa ha regresado a las puertas de la sede del Instituto Nacional de la Seguridad Social en Vigo para anunciar la reactivación de su recogida de firmas. Ahora el objetivo es llegar al millón de apoyos para así forzar un cambio de la ley que impida que las personas enfermas de cáncer tengan que enfrentarse por una parte a las visitas al hospital, a las intervenciones quirúrgicas, a las sesiones de quimio y radioterapia y a los efectos secundarios y, por otra, al estrangulamiento de su situación económica.

Raquel

Este martes junto a Beatriz estaba Raquel, una marinera de Moaña (Pontevedra) de 49 años a la que le diagnosticaron cáncer de mama en febrero de 2010. A comienzos de 2012 la Seguridad Social le concedió la “incapacidad permanente total” para trabajar en el mar y en el Instituto Social de la Marina incluso le recomendaron que “buscara un trabajito” en otro sector. Pero “a los ocho meses, me la quitaron”, relata en conversación este diario. “Recurrí, porque no estaba de acuerdo” y sobre todo porque el tratamiento y las secuelas del propio cáncer, del que aún se está recuperando, le impiden embarcarse cada día y levantar “dieciséis kilos de peso” con normalidad y seguridad.

Pero las evidencias de esta incompatibilidad no fueron observadas en la Casa del Mar de Vigo, donde a Raquel le dijeron que “trabajando estaría más entretenida, que así no me comía la cabeza” y “se me pasaría la depresión y la ansiedad que tengo”. La base de esta decisión, relata, fue “una analítica” en la que, obviamente, “no sale” su principal problema físico, la dificultad para manejar uno de sus brazos. “Desde la ventana” de la funcionaria que la envió a trabajar “el mar se ve muy bonito” pero desde el barco “no tanto”, ilustra, en un contexto en el que ni siquiera “puedo faltar” si la medicación que sigue tomando le provoca mareos o náuseas. En el barco consta que hay dos personas enroladas, ella y su marido, “y si la Xunta y la Guardia Civil ven que falto, nos multan, y no están los tiempos para pagar una multa”.

Ana

La lucha de Beatriz Figueroa también le da alientos a Ana, lucense de 44 años que pelea contra el cáncer desde comienzos de 2013 y contra la Seguridad Social desde el pasado septiembre, cuando le desestimaron la incapacidad que había solicitado. “A mí, la enfermedad no me cogió en el paro”, lo que implica “una ventaja, entre comillas”, porque pudo pasar a la situación de baja y no a la contrarreloj del agotamiento del desempleo. Sin embargo, “en el momento en que empiezas a salir del mundo de medicación, de quimio, de radio... Te das de narices con que te dicen que te quieren dar el alta”. “Los médicos te dicen que no puedes trabajar y en la Seguridad Social, que estás fenómenal”.

Para Ana, trabajadora del sector de la logística, los efectos del cáncer y de las “patologías añadidas” le afectan “a los dos brazos” y le provocan una “enfermedad de estómago” y “dolor crónico” que, en conjunto, la obligan a “tomar 19 pastillas todos los días” y hacen que “poner el organismo a andar” cada jornada sea todo un esfuerzo. La dificultad para alzar los brazos, la sensación de frío permanente o los problemas para levantarse cada mañana no impidieron que, cuando inició los trámites ante el INSS, “me preguntaran si iba por los beneficios fiscales”. “Yo no elegí estar así”, proclama Ana, quien censura que en ocasiones “me tachen de hipocondríaca”. “El médico de cabecera me decía que no tenía nada y acabé con un cáncer de mama bilateral”, recuerda.

La lucha que no cesa

A pesar de todas estas circunstancias Ana, Raquel y muchas otras manifiestan su intención de seguir en la lucha por sus derechos y los de las demás personas enfermas. Y en esta senda, explican ambas, el ejemplo de Beatriz Figueroa les parece “admirable”. Beatriz “defiende lo suyo y lo de las demás sin ningún interés personal”, dice Ana, que combina la recuperación, los ejercicios y las conversaciones de WhatsApp entre compañeras de la AECC con la tensión que la acompaña en los días previos a cada revisión, en la que “cada tres meses te dicen si el cáncer ha vuelto o no”. Mientras, espera “por el juicio” en el que intentará lograr el reconocimiento de la incapacidad, “que me sale en abril de 2016”.

A Raquel el ejemplo de Beatriz le ha servido “de esperanza y fe” para reincorporarse a la lucha cuando “ya me había rendido, había llegado a un punto en el que ya no podía más” y “lloraba por las esquinas al ver mi marido trabajar” mientras “ya me dolía todo, no lo podía soportar”. Ella, advierte, intentará seguir “haciendo ruido todos los días” y exigiendo que “revisen los trabajos de cada persona, de verdad” y comprueben que “no somos inútiles” pero que “el trabajo del mar, por mucho que se quiera”, no se puede realizar mientras se sufren estos problemas de salud.

La marinera reivindica los derechos de los enfermos de cáncer pero también “de la Hepatitis o de ELA”. “Me da rabia cuando veo a los estudiantes y los investigadores emigrando mientras los políticos se llevan el dinero a Suiza”. Su enfermedad, dice, tiene cura “porque hubo investigadores que dieron con lo que hay”, por eso “es una vergüenza que nos tengamos que poner a recoger firmas”.

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