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La trayectoria de Feijóo en Galicia contradice su defensa del juego limpio en política

Núñez Feijóo saluda en el pleno del Senado.

Daniel Salgado

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El personaje político que Alberto Núñez Feijóo intenta construir como líder del Partido Popular no siempre encuentra refrendo en los hechos. Si sus declaraciones desde que se erigió en sustituto de Pablo Casado hablan de su alergia al insulto o su voluntad pactista, un repaso a la hemeroteca no acaba de confirmarlo. “No vengo a insultar a Sánchez, vengo a ganarle”, proclamó, solemne, al anunciar su salto a la política madrileña el pasado marzo. El propio Sánchez hizo memoria del incumplimiento en su último careo en el Senado: 'déspota', 'caudillista', 'ególatra' o sectario son algunos de los calificativos que Feijóo ha dedicado durante estos meses al presidente del Gobierno. Sobre pactos, el de la renovación del Consejo del Poder Judicial, que el PP mantiene bloqueado, sintetiza la brecha entre discurso y realidad. Sus adversarios en el Parlamento gallego conocen bien la táctica del expresidente de la Xunta, decir una cosa y hacer la contraria.

La líder de la oposición parlamentaria en Galicia, la nacionalista Ana Pontón, recibió algunos de los ataques menos ponderados de Núñez Feijóo. Hasta el punto de que, en 2018, todas las diputadas de los escaños de izquierda –que entonces ocupaban En Marea, PSdeG y BNG– exigieron “una disculpa pública y sincera” de Feijóo con Pontón. El entonces presidente de la Xunta, era su tercera mayoría absoluta consecutiva, había afirmado que la portavoz del Bloque “estaba muy necesitada”. Las disculpas nunca llegaron y sí una huida hacia adelante: según el PP, todo se debía a la manipulación.

Al penúltimo de los portavoces parlamentarios del socialismo gallego, Gonzalo Caballero, profesor universitario de economía política, le solía afear que no se supiese los datos. No llegó tan lejos como su número dos, Miguel Tellado, ahora también en Madrid de vicesecretario de Organización del PP estatal, que avisó a Caballero de que en Ferraz le preparaban “una caja de pino”. Al BNG lo comparó hace menos de un año con el Comando Barcelona de ETA y lo acusó en falso de “negarse a condenar la violencia como herramienta política”. En aquel pleno, Feijóo había defendido una “política sin ideología” pero “con ideas”. La descalificación del PP gallego y de Feijóo en particular a la oposición era un proceder clásico de las sesiones en la Cámara autonómica que ha heredado Alfonso Rueda. Eso hace todavía más sorprendente la amarga queja de Feijóo tras su último debate en el Senado con el presidente del Gobierno: “Sánchez protagonizó el mayor ataque furibundo de un presidente del Gobierno contra un líder de la oposición”.

Un día de diciembre del pasado año, Ana Pontón colocó a Feijóo frente a un espejo. Lo construyó a partir de la hemeroteca y en él se vio una imagen nítida, la de cómo el expresidente de la Xunta de Galicia y ahora líder del PP español se esforzaba un día sí y otro también en culpar a los demás –oposición, ciudadanía, Alcoa, Portugal, el Banco de España, Catalunya o Zapatero– de problemas que, en buena medida, dependían de sus competencias. Hasta 23 titulares de prensa encabezados por “Feijóo culpa a...” utilizó la nacionalista para argumentar que este “cuando ve problemas, no busca soluciones, sino culpables”. Aquel día de diciembre de 2021, Feijóo se revolvió y descerrajó un “ataque furibundo” contra el BNG de Pontón. Colaboracionistas de la desertificación industrial por oponerse a la continuidad de ENCE en la ría de Pontevedra, avergonzados de sus principios por asegurar que no eran independentistas o simple bastón del Partido Socialista con el que gobiernan “siempre que pueden” fueron algunas de las invectivas que recibió la formación nacionalista. No era la primera vez, más bien al contrario.

Presunta inclinación al pacto no acreditada

Tampoco la presunta inclinación al pacto entre diferentes con que viste su imagen –todavía en el Senado ofreció uno a Sánchez si este rompía con las fuerzas a la izquierda del PSOE– quedó muy acreditada durante la etapa gallega de Núñez Feijóo. A él y a su partido se le debe la ruptura del consenso sobre la enseñanza del gallego –redujo, por primera vez en la historia de la autonomía, su presencia en la escuela– o la congelación de la reforma del Estatuto de Autonomía. Y las escasas ocasiones en que el PP accedió al acuerdo en materias sensibles no acabaron bien. La elección del polémico director general de la Corporación Radio e Televisión de Galicia (CRTVG), Alfonso Sánchez Izquierdo, fue una de ellas. La ley del ente público, aprobada en 2011, decreta que esta debe efectuarse con el apoyo de dos tercios de los escaños. En funciones desde 2015, Feijóo lo mantuvo en el puesto pese a las turbulencias laborales, la represión de la libertad de expresión o las evidencias de parcialidad informativa.

Pero si su mayoría de escaños –reforzada por la Ley d'Hont respecto al porcentaje de voto– no es suficiente, el PP puede a menudo echar mano del presidente de la Cámara, el popular Miguel Santalices. La oposición lo ha denunciado en repetidas ocasiones. Sin excesivo éxito ni audiencia. Al contrario que las quejas difundidas por el equipo de Feijóo sobre las normas del Senado tras su enfrentamiento con el presidente del Gobierno.

La medición de tiempos es a menudo polémica en el hemiciclo gallego. El reloj de Santalices tendía a favorecer a Feijóo en sus careos con la oposición. Sigue haciéndolo con Rueda, cuya oratoria se demora a veces en encontrar fluidez. Es cierto que los debates se alargan, pero no se dilatan en la misma proporción para todas las partes. El pasado mayo, elDiario.es midió las intervenciones de Feijóo, Pontón y Gonzalo Caballero –entonces portavoz parlamentario del PSdeG– en una sesión de control y confirmó la versión de socialistas y nacionalistas. Mientras Pontón y Caballero superaron en apenas 20 o 30 segundos los tres minutos de sus respectivos turnos, Feijóo excedió los cinco. Lo mismo sucedió en las réplicas. La oposición, además, bajo el marcaje estrecho de Santalices, que acostumbra a interrumpir el tramo final de sus discursos con advertencias para que vayan acabando. Con los presidentes de la Xunta, la manga es mucho más ancha.

El reparto desigual de tiempos también afecta a uno de los momentos principales en la vida parlamentaria gallega, el Debate sobre el Estado de la Autonomía, convocado en el último trimestre de cada año. El último fue el pasado octubre y en él Feijóo usó dos horas y diez minutos para su discurso inicial. Pudo ser más, ya que, al igual que Pedro Sánchez en el Senado, no tenía límite. La oposición sí, 45 minutos cada uno. El portavoz del PP, el diputado Pedro Puy, otros 45, usados para glosar las excelencias de las dos horas de Feijóo. Tampoco en la réplica había límite para Feijóo, que empleó una hora y 20 minutos por 15 minutos del socialista y de la nacionalista. Además, también le correspondía el cierre, en el que gastó otra media hora. Alrededor de cuatro horas, a las que hay que sumar otra más a cargo del portavoz popular, frente a dos para la oposición de BNG y PSdeG.

La distribución de los tiempos no es el único obstáculo con el que la oposición se encuentra en el Parlamento. Todavía este martes, el periódico digital Praza publicaba que el Gobierno gallego no ha entregado a BNG y PSdeG el 80% de la documentación requerida a través del artículo 9 del reglamento del Parlamento gallego en lo que va de legislatura –ni con Feijóo ni ahora con Rueda–, aquel por el que los grupos pueden solicitar al Gobierno datos, informes o documentos y este debe responder en un plazo no superior a 30 días. Tampoco el funcionamiento en las comisiones satisface a los escaños de la izquierda. La que estudia qué sucedió con las cajas de ahorros, el gran escándalo financiero de la Galicia contemporánea, permaneció casi ocho años bloqueada por el PP y sin emitir sus conclusiones. En octubre de 2020 retomó, en teoría, sus trabajos. No se ha reunido ni una sola vez. La fusión impulsada por Feijóo y la posterior liquidación de la entidad resultante permanece así en la oscuridad política por decisión unilateral de los populares.

La dura campaña de 2009

Alberto Núñez Feijóo no engañaba, sin embargo, a nadie. La campaña electoral con la que, en 2009, batió por la mínima al Gobierno bipartito de socialistas y BNG fue una muestra de sus artes para la política. Algunos estudiosos del fenómeno político hablaron de propaganda gris, aquella que consiste en difundir mentiras a sabiendas de que lo son. Las acusaciones personales de despilfarro a Emilio Pérez Touriño –“sultán de Monte Pío”, le llamaban– o las insinuaciones de que Anxo Quintana, vicepresidente, era un maltratador fueron solo las más sonadas.

El propio Alfonso Rueda, hoy presidente de la Xunta y hombre de confianza de Feijóo desde 2006, admitía en El viaje de Feijóo (La esfera de los libros, 2021), amable biografía escrita por el periodista Fran Balado, la estrategia del PP en aquella elecciones: “Habíamos tensionado mucho el tema. Teníamos la sensación de que las cosas iban bien. Los alcaldes del PP no se han empleado nunca tan a fondo como en aquella ocasión”. Fueron precisamente los regidores de la derecha los que protagonizaron en diciembre de 2005, recién llegado Feijóo al mando del PP gallego, un asalto por la fuerza al Parlamento gallego, empujones a la Policía incluidos. Gobernaba entonces la coalición de PSdeG y BNG, que acusó a los populares de “coaccionar el diálogo en la sede de la soberanía popular” y evocó el 23-F. El líder popular gallego, ahora estatal, se indignó. Pero no por los ediles descontrolados. “Ni somos fascistas ni tenemos que ver con el 23-F”.

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