El pionero de la robótica artesanal que se pateó la España de los años 80
En 1982, cuando el Apple II o el Atari 800 figuraban en las listas de los mejores ordenadores personales o cuando HERO era uno robots más innovadores con su forma de antigua aspiradora y sus 4 kilobytes de memoria RAM, Juan Escalé desarrollaba su propio androide sin ayuda de nadie.
Este ingeniero valenciano se inspiró en R2-D2, el entrañable droide de 'La guerra de las galaxias', para crear su propio autómata. No en vano, su cuerpo es rechonchete, su cabeza en forma de cúpula gira por completo y su cerebro emite una luz roja gracias a un láser.
Eso sí, en lugar de comunicarse a través de pitidos, Tron se expresa con palabras. “Tenía un chip de Motorola que fue de lo primero que salió en sintetizador de voz. Le pregrababas unos mensajes determinados y él los reproducía, aunque no se le entendía muy bien”, recuerda Juan Escalé para HojadeRouter.com. Su autómata tiene cuerda para unos cinco minutos, y entre otras expresiones, aprendió a saludar, despedirse e informar con insistencia de que necesitaba alimentarse.
Además, el artesano logró que el simpático robot obedeciera órdenes a distancia. Las recibía tanto de un mando como de la propia voz de Juan, ya que no lograba reconocer a otro humano que no fuera su creador y dueño. Escalé, que desarrolló tanto la parte mecánica como la electrónica, consiguió que detectara los obstáculos con su sensor de ultrasonidos o que agarrara objetos con sus pinzas como manos. “Era capaz de coger una botella y servirte”, rememora. “Quedó bien, es bonito... En fin, lo digo yo, que soy el padre de la criatura”.
Mientras los miles de miembros de R2-D2 Builders Club crean réplicas exactas del famoso droide compartiendo sus planos para desarrollarlo, Escalé inventó a Tron por su cuenta. No conocía a otros apasionados de los robots y tampoco podía pedir consejo virtualmente en aquella época. Aún recuerda que sus únicas referencias eran las revistas de electrónica que tanto le costaba encontrar. “Ahora lo tienes todo en internet muy fácil”, recalca Escalé.
Tampoco fue tarea sencilla comprar la electrónica necesaria para que Tron estuviera completamente equipado. Tuvo que importar la mayoría de sensores de Estados Unidos. De hecho, se acabó gastando un millón de las antiguas pesetas en construir este autómata por simple afición.
UN ROBOT SOCIABLE QUE IMPRESIONABA A LOS MORTALES
Pese a que este ingeniero nunca recuperó la inversión, lo cierto es que el autómata sirvió para dar publicidad a Mecatronics, su pequeña empresa de robótica industrial. Lo alquiló en ferias y eventos en Barcelona, la ciudad en la que residía por entonces. También asistió a un congreso de inventores en Zaragoza con un soplete de agua, viajó a Santander para inaugurar una discoteca e incluso participó en un evento de la Policía Local de Manresa disfrazado de agente para la ocasión.
Al fin y al cabo, Tron siempre ha tenido mucho aguante. Una batería de coche conseguía que su robótico cuerpo estuviera activo durante ocho horas. Pesa lo suyo (80 kilos en concreto), pero le gusta hacer ejercicio. “Una vez anduvo más de kilómetro y medio”, señala Juan Escalé.
En 1984, el androide incluso apareció en la pequeña pantalla. Acudió como invitado al programa Àngel Casas Show de TV3. “Fue un éxito” rememora Escalé. El famoso periodista le pregunto qué podía hacer el autómata con un huevo. El bueno de Tron lo cogió, lo giró 360° y se lo devolvió amablemente.
De todos los eventos a los que acudió, los enlaces matrimoniales eran sus favoritos. Tron saludaba a los novios y les deseaba un feliz matrimonio. Después, cortaba con maestría la tarta nupcial espada en mano. “Con su pinza de aluminio hacía el corte de honor en la boda. Los invitados no lo sabían, el robot salía de la cocina y la gente flipaba”, comenta Escalé.
La fama de su autómata hizo que algunas fábricas le regalaran motores y baterías para su siguiente obra: un robot vigilante. Provisto de una cámara en su cabeza, alerta cuando nota la presencia de otros seres. “Lo tengo inactivo, está aquí porque hacía de alarma, lo que pasa es que como es tan sensible y ahora vivimos en el campo y tenemos animales, pues cuando pasaba un perro o un gato se disparaba”, detalla este ingeniero.
EL COLECCIONISTA DE ROBOTS QUE RESCATÓ A TRON
El tiempo hizo mella en Juan y en su robot. “En ese momento era tecnología punta, ahora casi raya lo ridículo”, señala Escalé. Así que Tron buscó dueño en la web Mil AnunciosMil Anuncios ofreciendo sus encantos por un precio simbólico. El ingeniero quería que un joven entusiasta de la robótica se hiciera cargo de su criatura. Al final encontró “a la persona perfecta”, si bien la página de anuncios de segunda mano no sirvió de mucho.
Pablo Medrano, un coleccionista de robots sociales, supo apreciar aquella reliquia que descubrió en su búsqueda constante de autómatas del pasado. Así que se lo compró a Juan. “Fue de esas conexiones que a veces haces en la vida con gente que te llenan, y dije 'estaría bonito que hiciéramos algo juntos'”, explica Medrano, CEO de la empresa de robótica Casual Robots.
Este entusiasta de la inteligencia artificial trasladó a Tron al Museo de los Robots en Madrid para que otros aficionados también pudieran admirarlo. El autómata, que tiene sus capacidades intactas, podrá contemplarse dentro de unos meses en un nuevo centro que Medrano planea convertir en “la cuna de la robótica en Europa”.
“Es el único que he conocido con este afán y este amor por la robótica, es tremendo”, alaba Juan Escalé. Hace treinta años no conocía a ningún apasionado que quisiera adquirir su pesada y costosa máquina. No imaginaba tampoco que acabaría convirtiéndose en una pieza de museo.
Parcialmente jubilado (opina que “parar es morir”), este artesano continúa desarrollando automatismos y máquinas de control numérico para las fábricas, aunque no ha vuelto a crear otro robot que caiga bien a los humanos. Pablo le ha animado a hacerlo en varias ocasiones. “¿Qué haces con ellos si nadie te los compra?” se pregunta Escalé. Él, con Tron, ya logró hacer historia, que no es poco.
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Las imágenes son propiedad de Pablo Medrano (1a, 2), Juan Escalé (3,4) y Cristina Sánchez (1b, 5 y 6).