Una cámara funeraria oculta durante más de 3.000 años abre una ventana inédita a la prehistoria de Mallorca
El yacimiento de Son Sunyer, en Mallorca, parecía que ya no guardaba secretos desde la catalogación, en los años sesenta, de ocho hipogeos pertenecientes a la Edad del Bronce, el periodo que precedió en la isla a la histórica cultura talayótica. Sin embargo, entre los sedimentos arrancados por el marés y, por tanto, oculta a plena vista, los investigadores han descubierto una cámara funeraria inédita que abre una oportunidad excepcional de profundizar en la etapa que transformó la isla hace entre 3.000 y 4.000 años. De acuerdo con las primeras exploraciones, se trataría del noveno hipogeo de la necrópolis, potencialmente intacto, una circunstancia inusual en un territorio donde la mayoría de estas cavidades han sufrido expolios y han sido reutilizadas a lo largo de los siglos como refugios, establos y canteras, lo que ha impedido conservar íntegros todos sus niveles. “Poder excavar un hipogeo nuevo con técnicas del siglo XXI es algo insólito”, subraya Pau Sureda, investigador del Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit-CSIC) y responsable de las actuaciones.
El descubrimiento, que permitirá estudiar por primera vez en décadas un hipogeo del Bronce mallorquín con metodología arqueológica moderna y reconstruir con mayor precisión cómo se concebían las prácticas funerarias y la organización de las comunidades isleñas, ha devuelto la emoción a este yacimiento situado en Es Pil·larí, a 10 kilómetros de Palma, y obliga a reescribir un paisaje que se creía exhausto. Los trabajos, que codirige Sureda junto a Jordi Hernández, del Instituto Catalán de Arqueología Clásica (ICAC) y autor del estudio Els hipogeus de Son Sunyer (Es Pil·larí, Palma), seixanta anys després, se integran en un proyecto que sitúa la investigación balear en un marco mucho más amplio: la iniciativa busca comprender la forma en que las distintas islas del Mediterráneo Occidental se relacionaron entre sí a partir del estudio de los sistemas de distribución de los metales durante la Edad del Bronce.
El reciente hallazgo dialoga directamente con los trabajos de Guillem Rosselló Bordoy, figura clave de la historia y la arqueología mallorquinas. Si Son Sunyer había sido objeto de algunas intervenciones a principios del siglo XX, fue este reconocido investigador quien, en los años sesenta, excavó y documentó el conjunto de hipogeos hasta ahora conocidos en el yacimiento: estructuras excavadas en la roca que van desde las más sencillas, de planta circular, hasta las de planta alargada, con corredor, antecámaras y nichos. El que fuese conservador del Museu de Mallorca también registró materiales como botones de hueso, lo que sugería continuidad en los ajuares funerarios. Su investigación ayudó a definir cómo las comunidades del Bronce Medio y Final isleño concebían la muerte: los cuerpos eran depositados en cuevas artificiales, acompañados de elementos personales y posiblemente urnas en poyetes laterales.
En palabras de Sureda, Son Sunyer “es un clásico de la prehistoria mallorquina y un ejemplo de cómo se realizaban las prácticas funerarias”, pero, paradójicamente, este tipo de yacimientos han sido “muy mal conocidos”. “Este momento del Bronce de hace aproximadamente entre 4.000 y 3.000 años quedó un poco abandonado y fuera de los principales proyectos de investigación”, señala. Hasta que hace cinco años se retomaron los trabajos en el lugar, primero con campañas de limpieza y después con las de investigación. El investigador incide en que la particularidad del yacimiento radica en que sus cuevas o hipogeos “quedaron recortados o alterados por una cantera”, lo que provoca que “toda la parte del paladar o la parte superior haya desaparecido”.
Y es que, además de ser objeto de expolios documentados desde el siglo XVI, este tipo de espacios eran, en palabras del arqueólogo, “muy golosos” para refugiarse, estabular animales y, sobre todo, para extraer bloques de marés, lo que malogró parte de las estructuras y de su depósito arqueológico.
El hallazgo que cambió todo
En la última jornada de la campaña de 2024, cuando el equipo ya daba por cerrada una cavidad -o negativo- que había dejado parte de la cantera al extraer los bloques de marés, apareció una esquina de roca tallada que no encajaba con la explotación de una pedrera. A partir de ahí, todo cambió. “Pensábamos que podría tratarse del nicho de uno de estos hipogeos, es decir, una pequeña cámara lateral dentro de uno ellos”, recuerda Sureda, quien relata, sin embargo, que el hallazgo iba más allá al corresponder “a lo que parecía un hipogeo inédito” que no había sido documentado hasta entonces.
El descubrimiento provocó que se replantearan las actuaciones: en primer lugar, los investigadores utilizaron un georradar con el objetivo de comprobar las alteraciones en el subsuelo y determinar si, “efectivamente, ese indicio podía corresponder a una posible cámara funeraria”, recuerda el científico. Tras esa prospección, el equipo comenzó a excavar en una extensión de mayor superficie que culminó en el hallazgo del noveno hipogeo del yacimiento.
“Es algo muy relevante: hacía más de veinte años que no se documentaba un hipogeo así”, subraya Sureda, quien destaca lo excepcional del contexto: “Hay más de cien hipogeos documentados en Mallorca, pero prácticamente solo uno o dos han podido excavarse con metodología arqueológica moderna. El último que ofreció niveles útiles se estudió hace más de veinte años y era ya una reutilización talayótica, mil años posterior al momento original”.
El nuevo hipogeo, en cambio, podría conservar parte del nivel funerario primigenio. No toda la estructura está intacta: como tantos otros, fue afectado por la extracción de marés que se llevó por delante la cubierta, pero la exploración de la mitad inferior podría bastar para investigar lo que fue una cámara excavada hace entre 3.000 y 4.000 años. Sureda señala que, por ahora, han delimitado toda la planta, aunque aún no han excavado el interior. “Eso lo haremos el próximo año, con metodología específica”, precisa. El arqueólogo confía en encontrar niveles intactos, dado que solo en las capas superficiales ya han aparecido, entre otros, vestigios humanos como piezas dentales y restos óseos de adultos y niños. “Todo apunta a que el uso para el que fue concebida la cueva puede estar ahí dentro”, destaca.
Sureda confía en que la exploración permita arrojar información sobre ese uso fundacional. No en vano, los investigadores cuentan con datos preliminares obtenidos del estudio de restos humanos hallados en superficie como consecuencia de las alteraciones históricas del lugar: “Ya hemos encontrado piezas dentales de tres, cuatro o cinco individuos con restos óseos que podemos atribuir a varias personas y eso ya puede informarnos, de alguna manera, sobre las prácticas funerarias de entonces y sobre cuánta gente fue enterraba allí”.
En algunos casos, prosigue, “hay huesos que son muy diagnósticos a nivel de sexo o de edad, con lo que podría afirmarse que, efectivamente, enterraban los cuerpos infantiles junto con adultos”. En esta línea, subraya que los restos humanos permiten estudiar patologías, enfermedades y dieta, además de poder realizar análisis de ADN antiguo para establecer qué relaciones de parentesco o filiación genética tenían estas poblaciones con otras del Mediterráneo.
El metal como motor de conexión
Las investigaciones se enmarcan, en concreto, en el proyecto 'Premetoc' (Prehistoria y metalurgia en las sociedades del Mediterráneo Occidental), financiado por la Xunta de Galicia -y que también ha contado con aportaciones del Consell de Mallorca y la colaboración de la asociación Amics de Na Galera-. La iniciativa busca analizar de qué forma se establecieron las relaciones humanas a través de los metales, que, subraya Sureda, “juegan un papel importante en la vida de las sociedades humanas”.
“Sabemos que incluso se hicieron grandes esfuerzos para explotar minerales y distribuirlos desde zonas en las que eran abundantes a otras donde eran muy escasos”, añade, aseverando que, durante la Edad del Bronce, se constituyeron redes de circulación “a larga distancia”: el metal se distribuía desde Chipre y otras áreas del Mediterráneo oriental hasta el occidental, o desde el sur de la península hasta Escandinavia. Se trata de un área en la que entran en juego los denominados estudios de isótopos de plomo, que permiten averiguar o proponer de dónde procedía cada pieza y, con ello, indagar en otros campos de la vida social de las poblaciones. En el caso de Son Sunyer, los investigadores han hallado fragmentos cerámicos de distintas épocas, punzones metálicos y botones fabricados a partir de huesos de animales.
Los hipogeos son solo una de las manifestaciones de la prehistoria mallorquina, pero su estudio permite entender procesos más amplios como la construcción de espacios subterráneos artificiales, la organización social que requiere excavar cámaras funerarias complejas o el papel del metal en la identidad comunitaria antes de que la cultura talayótica irrumpiera en la isla. Sureda recuerda cómo, hacia la Edad del Hierro -que en Mallorca y Menorca correspondió a la etapa talayótica-, las poblaciones comenzaron a construir espacios monumentales -talayots, monumentos escalonados y torres-, aunque señala que las causas de ese cambio continúan siendo una de las grandes incógnitas de la arqueología isleña.
Tanto Sureda como Hernández señalan que sus trabajos en Son Sunyer se enfocarán, a partir de ahora, en limpiar los restos del derrumbe de la cantera de marés que cubre el interior del nuevo hipogeo y determinar el estado de preservación de los posibles restos prehistóricos. De conservarse, subrayan, sería el primer hipogeo mallorquín en poder ser excavado mediante metodología científica actual, lo que permitirá extraer información más exhausta sobre las tradiciones de enterramiento de la Edad del Bronce, la construcción de estas estructuras y la población allí enterrada, convirtiendo así el yacimiento en uno de los más valiosos del Bronce insular en décadas. Si el nivel fundacional de la cámara funeraria ha sobrevivido a lo largo de más de tres milenios, Mallorca podría recuperar un trascendental fragmento perdido de su propia prehistoria.
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