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En el corazón de Sóller, epicentro turístico de la Serra de Tramuntana (Mallorca), la imagen de terrazas atestadas de clientes parece haberse convertido en una instantánea de una época no tan lejana: las sillas de mimbre continúan perfectamente alineadas frente a las mesas, pero, a media mañana, éstas acusan la falta de una clientela que años atrás pagaba sin problemas 4 euros por un café con leche o más de 25 por un menú de mediodía. “Hay turistas que ahora piden un zumo de naranja y se lo toman entre cinco”, comenta el encargado de uno de los bares de esta localidad de casi 14.000 habitantes y destino de postal para los miles de turistas que la visitan cada año.
Algunos restauradores atribuyen el declive de la demanda al alquiler turístico, que, según alegan, atrae una clientela con menor poder adquisitivo que prefiere “comprar la comida en el súper”, como señala uno de ellos al ser consultado por elDiario.es. Otros lo achacan al encarecimiento de los vuelos y las estancias hoteleras. Los hoteleros de Mallorca, por su parte, lejos de percibir la caída como un ajuste del gasto tras años de precios disparados, señalan que el descenso se debe, entre otros aspectos, a “ciertos mensajes que se han lanzado” contra las consecuencias del turismo masivo -masificación, carestía de vivienda y degradación del territorio- y que, en su opinión, “no son positivos para el buen desarrollo de la actividad turística”.
Atravesar estos días las principales calles de Sóller es hacerlo entre una multitud que fotografía cada recoveco pero que, sin embargo, ahora se lo piensa más a la hora de gastar. Algunos turistas vacilan al ver las cartas expuestas en las terrazas. Unos se quedan, pero son los menos. En los alrededores, muchos cargan con bolsas con viandas compradas en algún supermercado.
“El volumen de gente que viene a Sóller continúa siendo el mismo, con fluctuaciones más o menos cada cada 15 días. Pero lo que sí ha bajado es el consumo en los bares. La gente está gastando menos y eso se nota. Ahora te piden un zumo de naranja [6,5 euros] y se lo toman entre cinco personas”, comenta Álex, del bar Es Firó, que toma el nombre de la celebración más emblemática de Sóller. Mientras atiende a este medio, a apenas unos metros pasa el tren de madera que, desde 1912, comunica Palma con este municipio y que en la actualidad carga y descarga principalmente a turistas.
“Esto lo sufrimos todos”
Álex señala que el trabajo se acumula en momentos puntuales, como cuando el tren llega a Sóller. En ese momento, asegura que “todo el mundo quiere consumir y todos se quieren irse rápido”. Preguntado por la posibilidad de adaptar los precios a la actual demanda, señala que los costes de las materias primas, entre otros, les abocan a mantenerlos para poder cuadrar las cuentas: “También ha aumentado la luz, al igual que los alquileres”, argumenta, añadiendo a continuación: “Yo soy un currante y esto lo sufrimos todos”.
El pasado mes de junio, los precios en los hoteles, las cafeterías y los restaurantes de Balears se incrementaron en un 5% respecto al mismo mes del año pasado, tal como se desprende de los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Se trata de un porcentaje que, según la misma fuente, se eleva hasta el 30% en comparación con 2019, antes de que irrumpiera la pandemia de la COVID. Con el retorno del turismo masivo, los precios comenzaron a escalar de forma vertiginosa en las zonas más turísticas, especialmente en Palma, Sóller, Valldemossa o la costa de Calvià, lo que ha motivado un progresivo desplazamiento de la población local, incapaz de hacer frente a los precios desbocados.
Una circunstancia que no solo afecta a la restauración, sino también, y de forma especialmente lacerante, a los precios de la vivienda. En su último informe anual, publicado el pasado mes de mayo, el Banco de España alertaba del incremento del número de viviendas destinadas al alquiler vacacional en las zonas turísticas españolas como Balears, Canarias o la costa mediterránea -en 2024 aumentaron en 50.000 frente a las que había un año antes-, vetando así su uso residencial a la población residente. Una circunstancia que se agrava con la elevada demanda de segundas residencias por parte de ciudadanos extranjeros, para quienes el atractivo turístico del archipiélago balear convierte estas operaciones en una inversión más que rentable al convertir las viviendas en un activo financiero más o al destinarlas al alquiler vacacional, sobre todo a través de plataformas como Airbnb.
Caídas de la facturación de entre el 6 y el 8%
En medio de este panorama, los restaurantes no han querido quedarse atrás, subiéndose al remolque de la subida de precios impulsada por un turismo masivo aparentemente inagotable. Hasta que la demanda ha comenzado este verano a lanzar avisos de estancamiento. El descenso de visitantes procedentes de mercados emisores como Alemania -el bastión productivo europeo del último cuarto de siglo, sumido desde hace dos años en una recesión de la que no acaba de escapar- y Reino Unido, el alza de los precios de los vuelos y la competencia de destinos más baratos han reducido el gasto de los turistas con poder adquisitivo medio cuando llegan a Balears. Y en Sóller el resultado es visible: terrazas medio vacías en zonas que en otros veranos desbordaban de actividad.
Según los cálculos de CAEB Restauración, el porcentaje de las bajadas en la facturación oscila entre el 6% y el 8%, aunque algunos restaurantes perderán este año entre un 15% y un 20% y, en casos puntuales, hasta un 30%. “En el 80% de los establecimientos, este año bajarán las ventas”, señala el presidente de la patronal, Juan Miguel Ferrer. Una de las zonas más afectadas está siendo el centro de Palma, con bajadas de hasta el 8% pese a la sensación de que “está a tope de gente”, señala Ferrer, o el puerto de Sóller, donde algunas empresas están dando vacaciones a sus camareros en pleno mes de julio.
“La gente prefiere ir al súper”
Otro de los restaurantes del centro de Sóller consultados por este medio está notando, “más que en el número de turistas, un cambio en el tipo de cliente que consume y en la cantidad que consume”. Lo explica Aina, encargada del bar Can Tamany, quien señala que, con el auge del alquiler vacacional, los turistas “prefieren buscarse una casa para alojarse, ir al súper y comprar allí sus cosas. Ya no es el cliente que sale a restaurantes a comer”. Y sentencia: “Al final los aeropuertos están a tope y en teoría hay muchos más clientes. La diferencia está en la forma en la que vienen y lo que están dispuestos a hacer”.
Por su parte, Tatiana, encargada del restaurante del hotel La Vila, lamenta que los clientes “consumen menos” y, en muchos casos, únicamente bebidas. Su carta ofrece entrantes que van desde los 11 a los 19,50 euros. Un plato principal oscila entre los 11,50 y los 31,50. Los distintos tipos de café, 6,50. Tatiana recuerda que el año pasado el restaurante “funcionó a tope”, pero ahora, sobre todo entre las 13.00 y las 19, “no tenemos a nadie”. “Te sientas y ves a la gente pasar. Todos van con bocadillos”.
La encargada añade que el tipo de clientela “ha cambiado”, es “más joven y han cambiado los conceptos”. Señala que aún no han adaptado su carta al nuevo tipo de turismo “porque es el primer año que ocurre y no podemos cambiarla de golpe”: “Habrá que bajar calidad y ofrecer otro tipo de producto. Ahora estamos probando con desayunos, que nos funcionan muy bien porque son baratos. No es una buena calidad, pero es más económico”, reconoce.
La patronal apunta a “una cuestión inflacionaria”
Sobre la situación actual en el sector, Juan Miguel Ferrer asegura que esta es la segunda temporada en la que el ámbito al que representa se resiente en sus cifras de facturación, lamentando que este año “se esté consolidando una bajada importante”. Lo atribuye, principalmente, al encarecimiento del transporte aéreo y de las estancias hoteleras, lo que hace que los turistas tengan “menos dinero en el bolsillo para gastar”, y también a la subida de precios que han llevado a cabo los propios establecimientos por una “cuestión inflacionaria”. En esta línea, critica el “intrusismo” que, en su opinión, ejercen algunos supermercados al atender “demandas propias de la restauración”. Todo ello conforma, subraya, una “tormenta perfecta” que está provocando las caídas en la facturación.
En este contexto, el presidente de CAEB Restauración llama a realizar un análisis socioeconómico del modelo turístico y alerta de que si los turistas optan por comprar un bocadillo para ir a la playa en lugar de consumir en un restaurante, la masificación y los efectos sobre el sector “serán cada vez mayores”. Lo ilustra con una cifra: el año pasado cerraron 370 establecimientos y “habrá que ver este año cuando acabe”.
Por su parte, la Federación Empresarial Hotelera de Mallorca (FEHM) señala que, desde el pasado mayo, los hoteles de la isla comenzaron a notar “irregularidades” en las cifras de ocupación, una tendencia que se ha replicado en junio y julio y que está imposibilitando que se cumplan las expectativas que se tenían antes de comenzar la temporada. La vicepresidenta ejecutiva de la patronal, María José Aguiló, matiza que los datos de los que disponen todavía no son definitivos, por lo que esta semana ha pedido prudencia antes de realizar una valoración final de una temporada que prevén que sea positiva y similar a la del año pasado.
Señala, asimismo, que las zonas que se han visto más resentidas han sido la localidad de Capdepera, cuyo mercado turístico es fundamentalmente alemán, y Sóller. Por el momento, afirma que el mercado británico “ha ido un poco más lento” de lo habitual y el escandinavo “muestra un poco de sensibilidad hacia ciertos mensajes que se han lanzado y que no son positivos para el buen desarrollo de la actividad turística”.
Los atascos se suceden
Con todo, acceder en estos momentos a Sóller no difiere de otras épocas. Los atascos se suceden para poder atravesar esta localidad enclavada entre el mar y la Serra de Tramuntana y, ante las dificultades para llegar al pueblo en el que residen y de no poder estacionar en sus calles, los vecinos se alzaron hace más de un año en pie de guerra para protestar, constituyéndose en un movimiento, SOS Sóller, que exige que las instituciones miren más por ellos. El colectivo registró además una petición en la plataforma Change.org: “En nuestra localidad, Sóller, estos últimos años nos resulta prácticamente imposible poder aparcar cerca de nuestra vivienda debido al gran número de coches que circulan. Los residentes pagamos una cuota anual, aunque no es garantía de éxito pues el número de coches es, con creces, superior al número de aparcamientos. Solicitamos una solución por parte del Ayuntamiento, pues es una situación insostenible”.
El Consell de Mallorca, por su parte, está preparando un proyecto de ley dirigido a regular la entrada de vehículos en la isla, establecer un número máximo de coches de alquiler que puedan acceder y crear una tasa disuasoria para los turismos que no tributen en Balears en los meses de temporada alta.
Según el Estudio de Carga de la Red Viaria de Mallorca, en 2023 entraron por los puertos de Mallorca un total de 379.000 vehículos, una cifra equivalente al 40% de los automóviles que tienen los residentes de la isla. Los mallorquines cuentan ya de por sí con una tasa de 900 coches por cada 1.000 habitantes, la más alta de España. El parque móvil se resiente sobre todo en verano, cuando la población llega a duplicarse.