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Entrevista

Azad Cudi, francotirador contra ISIS: “Dimos a EEUU toda la información sobre Baghdadi e incluso cogimos sus calzoncillos”

Un combatiente kurdo en la ciudad siria de Kobane.

Javier Biosca Azcoiti

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“550 metros es una distancia cercana para un francotirador. No necesitaba hacer ajustes por el viento. Con una bala que viaja a 762 metros por segundo, el proyectil alcanzaría el objetivo tres cuartos de segundo después de que saliera de mi cañón. El gatillo de un M16 también es muy rápido. Aprietas y disparas. Apunté a la cabeza. La culata me golpeó el hombro. Por la mira, vi que su cabeza daba una sacudida y se le abrían las piernas. Luego, como si fuera un globo pinchado, se deshinchó y se desplomó contra una roca, con la cabeza en el pecho”.

Así relata Azad Cudi una de sus operaciones en 2015 como francotirador de las fuerzas kurdas en la guerra contra el Estado Islámico en el norte de Siria. Como esta, otras 250, tal y como escribe en el libro ‘Largo Alcance’ (Capitán Swing), aunque confiesa que no le gusta destacar mucho esa cifra: “Odiaba el recuento de cadáveres. Solo una persona débil se mediría en muertes y solo un tonto intentaría describir todo el odio, la pérdida, el sacrificio y el amor de la guerra con un número”.

“No quería mencionar la cifra porque es irrelevante. Lo importante es el mensaje de lo que pasó, no las matanzas”, dice a elDiario.es. “Sin embargo, la cifra está ahí y me vi forzado a ponerla porque son parte de la historia y la cultura de los francotiradores, desde la literatura hasta las películas”, admite.

Azad Cudi es el nombre de guerra de este kurdoiraní de 38 años. Hoy vive en un país europeo, pero no quiere revelar su nombre de nacimiento ni su localización exacta por seguridad. “Quiero permanecer anónimo porque me da una gran libertad. Sé lo que le ha pasado a gente incluso estando en Europa después de haber luchado contra ISIS. Hay movimientos radicales capaces de hacer cosas muy peligrosas, por eso tengo cuidado para que no me cacen fácilmente”, asegura. “Además, yo soy insignificante, lo importante es lo que pasó, el movimiento kurdo y su futuro”, sostiene.

En 2002, con 19 años, cumplía el servicio militar obligatorio en el ejército iraní y le enviaron a una ciudad cerca de la frontera con Turquía y con Irak, donde iba a la caza de posiciones kurdas del PKK: “Allí arriba, al recibir la orden de disparar y matar a mis compatriotas, algo cambió en mi interior. Al verme obligado a elegir entre mi pueblo y sus perseguidores, tomé una decisión”. Esa misma noche, cuando le tocó el turno de montar guardia, dejó el Kalashnikov en el suelo y desertó. Posteriormente, Azad Cudi huyó a Europa cruzando ilegalmente a Turquía a caballo con un traficante y obtuvo asilo en Reino Unido y, posteriormente, en Suecia. Diez años más tarde, viajó como voluntario civil a Rojava, el Kurdistán sirio, pero no tardó en coger el francotirador para combatir a las fuerzas del Estado Islámico.

“Sería duro para mí vivir habiendo matado incluso a un pequeño animal inocente, pero los terroristas de ISIS no lo son. No son ni personas. Por eso no me arrepiento en absoluto”, dice. Sin embargo, Cudi señala que es fácil perder la cordura en la guerra, tal y como les pasó a algunos de sus compañeros: “Es una de las experiencias más duras para el ser humano. Si no eres capaz de controlar y gestionar tus emociones y sentimientos, puede destruirte. Personalmente, fui capaz de tomarme un descanso antes de que fuera demasiado tarde”.

“Sabía que no podía seguir o lo perdería todo”, cuenta. “Ahora estoy perfectamente. Estoy vivo, feliz, optimista, como bien, duermo bien y estoy bien rodeado. La clave es poder entender lo que ha pasado y si eres capaz de entender y aprender de tu experiencia, uno puede crecer como persona. Otros viven en conflicto consigo mismos después de la guerra y no entienden qué ha pasado ni por qué”, añade.

Recuperarse, sin embargo, no fue fácil. “Parecía demasiado viejo y demasiado serio para tener 32 años. Cuando paseaba por la calle, andaba de una forma rígida y atenta y siempre buscaba troneras, nidos y posiciones de francotirador”, detalla sobre sus primeros días tras dejar la guerra. “Mis interacciones con la gente también eran desastrosas. Si intentaba hablar con ellos, no sabía qué responder cuando me preguntaban cómo estaba. Los observaba e intentaba hablar como hablaban”, recuerda.

La alianza con EEUU

Cudi dedica buena parte de su relato a la famosa batalla de Kobane, muy cerca de la frontera turca. “Fue la batalla de la libertad, el progreso, la democracia y la igualdad contra el atraso, las tradiciones, la religión y los ataques suicidas”, asegura.

La victoria final en la guerra contra la organización terrorista se logró con el apoyo de una amplia coalición de países liderados por EEUU, pero Cudi denuncia que Washington les abandonó.

“EEUU fue un socio y ambos jugamos un papel clave. Ellos tenían su rol desde el aire, pero no tenían soldados sobre el terreno. Desde un avión de combate no puedes ver lo que hay dentro de las casas. Necesitas hombres y mujeres que vean, escuchen y vigilen las calles, las casas, los jardines…”, relata. “Se fueron tras la muerte del líder de ISIS en Siria y nosotros les dimos toda la información. Nosotros estábamos espiando a Al Baghdadi, encontramos donde estaba e incluso cogimos sus calzoncillos para comprobar su ADN”, confiesa.

“Sabemos que EEUU es una superpotencia y nosotros somos una pequeña comunidad. Estas superpotencias llegan a acuerdos con quien le interesa y si les interesa pactar con Turquía, lo harán. No es un tema de democracia o derechos humanos, aunque presuman de ello en todo el mundo”, afirma. “Tras matar a Baghdadi, probablemente Erdogan pidió a EEUU que le dejase encargarse de los kurdos. Nosotros le dijimos a EEUU dónde estaba el líder de ISIS, pero se olvidaron de todo eso porque llegaron a un acuerdo con Turquía. Sabemos que funciona así”, denuncia.

“La única fuerza para conseguir la independencia kurda son los propios kurdos unidos. El problema kurdo es que es un pueblo con una identidad propia dividido en cuatro países (Turquía, Irán, Irak y Siria)”, opina. “Significaría cambiar el mapa mundial y todos se verían involucrados por los cambios en los equilibrios de poder. No tenemos uno o dos enemigos. Tenemos muchos enemigos. Buscamos algo mágico”, añade.

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