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Los jóvenes franceses que no se quieren vacunar: ignorancia, individualismo y desconfianza en el Gobierno

Centro de vacunación en  Lamballe-Armor, Francia

Sara Canals / París

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Referirse a Francia como “el país de Pasteur” se ha convertido en una práctica constante en los últimos meses. Con la llegada de la campaña de vacunación contra el coronavirus, las alusiones a Louis Pasteur, inventor de la vacuna contra la rabia y motivo de orgullo nacional, se volvieron cada vez más recurrentes en tertulias y debates. El contexto, también recurrente es preguntarse por qué Francia se ha convertido en uno de los países del mundo más reticentes a la vacuna.

Muchos sondeos plasmaron el alto nivel de escepticismo en Francia coincidiendo con el arranque de la campaña de inmunización. Según un sondeo de Backbone consulting, en diciembre solo un 42% de los franceses estaban dispuestos a vacunarse contra la COVID-19. Si bien la aceptación ha mejorado durante estos últimos meses —en febrero, el 61% de los franceses estaban dispuestos a vacunarse, 19 puntos más que en diciembre— el escepticismo continúa siendo elevado entre los jóvenes. Tal y como apunta el mismo sondeo, más de la mitad de franceses entre 25 y 34 años (57%) sigue rechazando la vacuna.

Expertos y médicos consultados por elDiario.es atribuyen esta desconfianza a una mezcla de factores. Más allá del miedo a posibles efectos secundarios, hablan de una brecha generacional, de anteriores crisis sanitarias, de una sensación de invencibilidad entre los jóvenes, de la desconfianza en la gestión del gobierno y de una falta de sensibilización ante la vacuna, presentada durante décadas como instrumento de protección individual y no colectiva. 

El fenómeno también es recurrente en el ámbito sanitario, agravado por la reciente polémica con AstraZeneca.

“Solo uno de cada tres sanitarios está vacunado. Esto no es normal y compromete nuestra capacidad para combatir eficazmente el virus”, se quejaba el primer ministro francés, Jean Castex, a principios de marzo, mientras recordaba que tanto sanitarios como cuidadores tienen acceso a la vacuna desde principios de enero. 

Francia, igual que España, se sumó a la lista de países que suspendieron temporalmente la vacunación con AstraZeneca. Sin embargo, semanas antes ya se evidenciaba un cierto rechazo frente a este fármaco. El 70% de la población estuvo de acuerdo con la decisión del presidente Emmanuel Macron de interrumpir la vacunación. A pesar de que Francia volvió a vacunar con AstraZeneca un día después de que la Agencia Europea del Medicamento volviera a insistir en que es segura y eficaz, las autoridades sanitarias han prohibido administrarla a los menores de 55 años por “un posible aumento del riesgo de coagulación y de trombosis”.

“Queremos otras vacunas”, explica Thierry Amouroux, portavoz del Sindicato Nacional de Profesionales Enfermeros. “Estamos muy expuestos a este virus, sobre todo quienes trabajan en las UCI, así que queremos un producto más eficaz”. La decisión de administrar AstraZeneca solo a los mayores de 55 ha sido bien recibida entre el sector sanitario. “Nos tranquiliza”, dice Amouroux. 

Ritmo lento de vacunación

Esta desconfianza también supone un contratiempo para el ritmo de vacunación en Francia, criticado por ser extremadamente lento al principio de la campaña. Médicos de familia y farmacéuticos ya habían empezado a vacunar a sus pacientes con la vacuna de Oxford y en los próximos días también lo harán dentistas y veterinarios. Aun así, el 56% de los franceses no quieren vacunarse con este fármaco y el 51% lo considera menos eficaz y seguro que los demás, según estima Backbone consulting.  

Jacques Battistoni, médico de cabecera y presidente del Sindicato de Médicos Generalistas en Francia, hace un mes que vacuna en su consulta. “La desconfianza nos preocupa. Estamos viendo cómo nuestros pacientes indecisos se inclinan hacia el rechazo y dicen que prefieren esperar”, cuenta este doctor. Para Battistoni, el sector médico tiene el deber de volver a ganarse la confianza de la población insistiendo en que los efectos secundarios “son mínimos comparados con la cantidad de millones de dosis inyectadas”. Lo mismo ocurre en el sector farmacéutico, que insiste en la necesidad de informar y divulgar.

En la farmacia Rennes Assas de París empezaron a vacunar el pasado domingo. “Los que vienen están motivados, tienen ganas de retomar cierta normalidad”, cuenta la responsable.

Tanto el Gobierno como la comunidad médica y científica se apoyan en la ejemplaridad para combatir esta desconfianza a corto plazo. El primer ministro, Jean Castex, recibió su primera dosis de AstraZeneca ante las cámaras el mismo día en que se retomó la vacunación y a pesar de no formar parte del grupo prioritario.

Desde el Sindicato de Profesionales Enfermeros, Thierry Amouroux coincide con esta estrategia. “Nuestros pacientes quizás no se fían del Gobierno, pero sí de sus sanitarios. Somos conscientes de que nuestro rol es explicar y divulgar”, dice. Más allá de las autoridades y los sanitarios, múltiples personalidades del mundo de la cultura también llevan meses haciendo pública su voluntad de “vacunarse lo antes posible”

Brecha generacional y falta de cultura de prevención

La doctora Corinne Bagni, nefróloga en el Hospital Pitié Salpêtrière de París, cuenta que la reticencia a la vacuna existe desde hace tiempo, sobre todo entre jóvenes sanitarios. “Lo que observamos con la vacunación contra la COVID-19 ocurre cada año con la gripe. Muy pocos profesionales sanitarios se vacunan contra esta epidemia”, explica a este diario.

Según esta doctora, esta actitud se debe a una sensación de invencibilidad entre los sanitarios jóvenes y a una diferencia generacional. “No se sienten amenazados por el virus y tampoco han visto el daño que pueden causar enfermedades infecciosas como el sarampión, la viruela o la hepatitis B, prácticamente erradicadas gracias a la vacuna”, asegura.

Recordando sus inicios en el hospital, Corinne Bagni explica cómo la vacuna contra la hepatitis B supuso un gran paso en la lucha contra la epidemia. “Muchos compañeros murieron, estábamos completamente expuestos a este virus y la vacuna nos dio esperanza”, dice. En Francia, vacunarse contra la hepatitis B es obligatorio para los sanitarios.

Otro factor que ha contribuido a fomentar el escepticismo, según esta doctora, es la falta de sensibilización ante la vacuna, presentada durante décadas como una herramienta de protección individual. “En Francia, la vacuna nunca se ha posicionado como un instrumento colectivo para proteger a los demás, hay muy poca cultura de prevención. Lo vemos con las epidemias de gripe”. Para Corinne Bagni, este cambio de mentalidad requiere una gran inversión en educación y civismo, “una solución a largo plazo”. 

Varios escándalos sanitarios y desconfianza en el discurso político

Otros expertos relacionan el sentimiento antivacunas a anteriores crisis sanitarias, como la pandemia de la gripe A (H1N1) en 2009, en la que Francia adquirió millones de vacunas que finalmente fueron desperdiciadas. De las 25 millones de dosis disponibles, solo seis fueron utilizadas. La gestión de esta pandemia supuso un gasto de unos 382 millones de euros. “Este episodio generó un fuerte sentimiento de reticencia entre la población”, explica el médico generalista Jacques Battistoni.

Aparte de la gripe A, otras crisis han contribuido a fomentar un sentimiento de desconfianza hacia las vacunas y el Gobierno.

El historiador Laurent-Henri Vignaud y el inmunólogo Françoise Salvadori repasan algunos de estos episodios en el libro Antivax, Resistencia a las vacunas desde el siglo XVIII hasta la actualidad (2019). Entre los más recientes, destacan una campaña contra la hepatitis B en los años 90 que coincidió con un aumento de casos de esclerosis múltiple. Aunque nunca se demostró un vínculo entre ambos, el incidente tuvo un fuerte impacto en la opinión pública. 

El Gobierno de Emmanuel Macron tampoco ha sido ajeno a las críticas. Los constantes cambios de estrategia han generado desconfianza entre los franceses: seis de cada 10 no confían en la gestión sanitaria del ejecutivo, tal y como apunta Backbone consulting. “Al principio de la pandemia se dijo que las mascarillas no servían para nada cuando en realidad no tenían suficientes, esto indignó a la gente”, explica Thierry Amouroux sobre una situación que se dio en todo el mundo, empezando por las recomendaciones de la OMS.

Precisamente, la justicia francesa investiga al exprimer ministro francés, Edouard Philippe, al actual ministro de Sanidad, Olivier Véran, y a su predecesora, Agnes Buzyn, por presunta conducta negligente durante la primera ola del coronavirus. Más de un centenar de asociaciones les acusaron de no haber tomado las medidas necesarias.

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