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ENTREVISTA

Shinkai Karokhail: “España aún puede ayudar a otras diputadas que están en Afganistán”

Shinkai Karokhail, un día antes del colapso del gobierno afgano y la toma de los talibanes

Ana Garralda

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Hace trece años, Shinkai Karokhail se convertía en diputada del Parlamento afgano, el único poder donde la presencia femenina estaba permitida. “El tiempo de los talibanes ha terminado. Ahora es el momento de la igualdad”, decía en ese momento en referencia a las reformas del Gobierno de Hamid Karzai para acabar con décadas de discriminación y maltrato hacia las mujeres.

Hoy Karokhail, una de las promotoras de la Ley para Eliminar la Violencia de Género, no solo ha perdido su escaño en la cámara sino también su casa y la posibilidad de vivir en su ciudad natal. La exdiputada fue evacuada, a comienzos de septiembre, por los estadounidenses.

En un periplo que la llevó desde el aeropuerto de Kabul a Kuwait, de allí a Bahréin y más tarde a Estados Unidos, una vez en Washington se trasladó a la frontera con Canadá, país donde ha sido destinada durante un tiempo como embajadora de su país y donde ha solicitado asilo dado que allí residen sus tres hijos.

Desde su nuevo refugio en la ciudad de Toronto, la exdiputada habla con elDiario.es sobre la situación de su país bajo el nuevo Gobierno talibán, la injerencia pakistaní y el papel de China en la “nueva realidad” de Asia Central. 

Usted fue testigo directo de la caída de los talibanes hace 20 años. ¿Se imaginó alguna vez que volvería a verles en el palacio presidencial?

La amenaza siempre estuvo ahí, pero no, no imaginé que estando al borde de la jubilación tendría que ver cómo en medio año hemos perdido todo el progreso que habíamos alcanzado, cómo se ha ido al traste el trabajo que empezamos con la formación de las nuevas generaciones. Tampoco pensé que tendría que dejar mi país ni mi casa en Kabul. Es la peor decepción de mi vida.

¿Cómo analiza el momento en que comenzó la retirada definitiva de las tropas estadounidenses y de la OTAN?

Lo que aún no puedo creerme es cómo a Estados Unidos le siguió tan rápido el resto de la comunidad internacional. Antes del anuncio de Biden en abril, Alemania había dicho que extendería un año más su misión. Sin embargo, cuando el presidente norteamericano dijo que ellos se irían antes del 11 de septiembre, a los alemanes, y a todos los demás, les faltó tiempo para seguirles. Fue muy sorprendente observar cómo la situación cambió de la noche a la mañana. Mi grupo visitó hasta 20 parlamentos en todo el mundo alertando precisamente del posible colapso del Gobierno afgano si no recibía apoyo de la comunidad internacional. Al final es lo que ha sucedido. 

El jefe del Estado Mayor de Estados Unidos, el general Mark Milley, mencionó “la profundidad de la corrupción y el liderazgo deficiente” de las fuerzas armadas afganas. ¿Qué le parecen sus palabras?

Es cierto que el nivel de corrupción entre los militares era alto. Algunos, no todos, llevaban tres, cuatro o cinco meses sin cobrar. Pero había otros realmente comprometidos, como se demostró en la ofensiva de los talibanes en lugares como Kandahar o Helmand donde los combates fueron terribles. Esos soldados pertenecían a las fuerzas especiales, que estaban compuestas por unos 10.000 hombres. Ellos sí recibieron un buen entrenamiento por parte de los norteamericanos y de la OTAN. Demostraron su compromiso viajando durante años sin descanso de provincia en provincia combatiendo a los talibanes. Y, por supuesto, no olvidemos que en las dos últimas décadas de guerra el grueso de las bajas se ha producido en las filas del Ejército y la policía afganos.

El secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, dijo que su país le proporcionó al Ejército afgano equipos y entrenamiento pero que lo que no pudo facilitar fue “la voluntad de ganar”. ¿Qué opina?

En mi opinión, todo estaba vendido, no sé si en el acuerdo entre la Administración Trump y los talibanes, en el Consejo de Seguridad o dónde. Es una pregunta difícil de responder, nadie se lo explica. Lo que sí puedo asegurarle, a pesar de lo que digan los estadounidenses, es que la mayoría de los soldados rasos, a diferencia de los miembros de las fuerzas especiales, solo recibieron un entrenamiento de pocos meses y, a menudo, en campos de batalla clásicos. Sin embargo, en Afganistán había coches bomba, atentados suicida para los que no había preparación posible.

Por otro lado, la moral era efectivamente baja en el sector de la seguridad, especialmente desde que las fuerzas internacionales, sobre todo las norteamericanas, empezaron a suspender cientos de contratos con los proveedores de logística, inteligencia, suministros, etcétera. No llenaron el vacío de capacitación que tenía el Ejército afgano, lo que le hubiera permitido continuar solo en el medio plazo. Eso minó significativamente su moral, así que dígame usted cómo en estas circunstancias van a resistir los gobernadores provinciales la entrada de los talibanes si no había un ejército que les defendiera.

Han pasado casi dos meses desde que los talibanes se hicieron con el control de Kabul. ¿Cuál es el balance?

Siguen aterrorizando a la gente, entrando en las casas en busca de antiguos colaboradores con las fuerzas internacionales, buscando armas, amenazando con secuestrar y casarse con las mujeres, requisando coches que no les pertenecen. Esto significa que su liderazgo no tiene control real sobre sus milicianos de menor rango y esa falta de autoridad es muy preocupante.

Pero sí hay una autoridad de iure con decenas de sus soldados en las calles.

Sí, por supuesto, saben bien cómo utilizar las armas, arrestar, aterrorizar, matar. Otra cuestión es cómo gobernar o incluso comunicar. En nuestra retina está esa imagen del presentador dando un comunicado mientras se encuentra rodeado por talibanes armados. Ése es el tipo de cosas que deberían evitar si quieren tener algún tipo de credibilidad ante la comunidad internacional.

Tampoco parece que tengan mucha credibilidad si la mitad de los miembros del gabinete talibán está en la lista de sancionados de la ONU.

Exacto. Están el ministro del Interior y el de Defensa. Incluyendo a estas personas en el gobierno se aíslan todavía más y lo que es peor, aíslan a Afganistán. Son los pakistaníes los que les están asesorando y no entienden que Pakistán siempre ha tenido su propia agenda. Lo que Islamabad quiere es tener un gobierno afgano débil, bajo presión, sea dirigido por los talibanes o no. Creen que desde sus ministerios pueden gobernar el país, incluso hablan de utilizar la rupia pakistaní en los intercambios comerciales con Afganistán. Es de risa. Los talibanes deberían entender que en cualquier momento la inteligencia pakistaní les dará la espalda y les traicionará. Y ojo, no hablo del pueblo pakistaní, que se ha mostrado sobradamente solidario con nosotros, sino de su gobierno y de quien en realidad lo lidera, el Ejército.

En su opinión, ¿cuáles son los objetivos de esa agenda propia de los pakistaníes?

Pakistán tiene dos preocupaciones fundamentales: la primera, la tierra en disputa que existe en la frontera con Afganistán, demarcación que éste no reconoce: la segunda, las ansias independentistas de la región de Baluchistán y de las comunidades pastunes del norte, que siempre le han supuesto un profundo dolor de cabeza. 

Además, históricamente a Pakistán le ha preocupado que Afganistán tenga buenas relaciones con la India, por eso siempre han querido desestabilizar el país. Ya lo hicieron en los 70 extendiendo su apoyo a los disidentes islamistas que se oponían al gobierno republicano de Sardar Daud y también después tras la invasión soviética, aliándose con Estados Unidos para organizar una resistencia religiosa contra los soviéticos. 

Esa misma resistencia religiosa es la que hoy gobierna su país…

Sí, es una paradoja, pero así es y su patrocinador vuelve a ser el país vecino. El otro día durante una entrevista para la cadena norteamericana VOA (Voice of America) me preguntaron si Estados Unidos era hoy más seguro que hace 20 años. Respondí que no en tanto en cuanto Pakistán continúe con su política de apoyar el terrorismo solo para poder controlar Afganistán y la India. Grupos como Al Qaeda o ISIS seguirán haciendo daño a menos que Pakistán rinda cuentas de lo que hace. A estas alturas muchos nuevos Osama Bin Laden han nacido ya y es probable que ellos tengan mucho que ver en eso. 

Sin embargo, y a pesar de las constantes crisis, Pakistán continúa siendo aliado de Estados Unidos. Una relación que se intensificó precisamente a raíz de los atentados del 11 de septiembre.

Por supuesto que cooperan con los norteamericanos. Gracias a eso ellos pueden realizar sus ataques con drones en suelo afgano, pero no siempre fue así. A pesar de las relaciones en el pasado, durante años los militares paquistaníes no cooperaron con los estadounidenses. ¿Alguien se cree que desconocieran dónde estaba Osama Bin Laden cuando su escondite se hallaba a poco más de un kilómetro de la principal academia militar paquistaní? Solo cuando ellos quisieron Estados Unidos supo dónde se escondía. 

La sombra de la duda siempre ha estado ahí y la desconfianza de las últimas administraciones estadounidenses.

Con los estadounidenses, los paquistaníes hacen un doble juego porque no quieren perder la relación con ellos, pero su verdadero compromiso es con China. La cooperación es muy intensa. No sé lo que Pekín le habrá prometido a los talibanes, pero, como todos, intentarán beneficiarse del país. La cuestión es cómo y en qué grado será tolerable para norteamericanos y rusos. Ahora mismo la posición del nuevo gobierno talibán no es fácil. Además, a todo lo mencionado antes hay que añadirle el escrutinio constante al que van a estar sometidos especialmente en la cuestión de las mujeres. 

¿Mantiene alguna esperanza de que su situación pueda mejorar? 

Quiero pensar que sí, sobre todo porque no estamos en los 90 (el movimiento islamista radical ya gobernó Afganistán entre 1991 y 1996). Tenemos redes sociales, Internet y, sobre todo, las mujeres ya no están dispuestas a volver atrás. Los talibanes deberían empezar a respetar esta realidad, que es la de la mitad de la población del país, y no quebrantar su derecho al trabajo, a la educación y a la afiliación política. 

Unas cuantas exdiputadas afganas han logrado, como usted, salir de Afganistán pero otras lo siguen intentando. ¿Qué sabe de su situación?

Me preocupan mucho. En mi caso, fui una privilegiada. Cuando el gobierno colapsó mi nombre estaba en la lista de los norteamericanos. Intentamos el aeropuerto pero no lo conseguimos. Me hicieron esperar dos noches y un día hasta que vinieron a recogerme y pudimos entrar por otro acceso. 

Incluso me llamaron del Ministerio de Exteriores de su país, España, para decirme si quería ser evacuada, pero yo ya estaba en el grupo estadounidense. Espero que ese hueco fuera aprovechado por otra persona. No obstante, su Gobierno aún puede ayudar a otras diputadas afganas. Espero que esto pueda trasladarlo y que lo entiendan en su país. 

Le hago la misma pregunta que a otras de sus compatriotas. Desde su nueva residencia en Canadá y tras su salida de Afganistán, ¿qué le pide al futuro?

Pido que el gobierno de los talibanes corrija el rumbo que ha tomado porque hay una generación entera en juego. Deseo que algún día podamos gobernar prescindiendo de los países que nos controlan porque estamos pagando un precio tremendo por nuestra gran dependencia económica y financiera. Anhelo poder ser parte de un movimiento que pueda trabajar desde el exilio para construir una nación donde primen los derechos y el progreso. En definitiva, que podamos ser dueños de nuestro propio destino. Confío en que tarde o temprano llegará. 

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