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The Guardian en español

Dos intentos de explicar el auge del autoritarismo en el mundo y su comparación con los años treinta

Mussolin y Hitler, en la visita del dictador italiano a Munich en septiembre de 1937.

Richard J Evans

La democracia está amenazada en sus feudos históricos, Europa y Estados Unidos. Dirigentes de derechas como Viktor Orbán en Hungría, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía y Jarosław Kaczyński en Polonia están socavando las libertades civiles, terminando con la independencia judicial y amordazando a la prensa. En otros países, los partidos antidemocráticos se alimentan de una ola de hostilidad hacia los inmigrantes.

Luego está Donald Trump, que, como hemos visto durante su reciente gira europea, es un personaje potencialmente mucho más perturbador y peligroso que cualquiera de los anteriores, porque como presidente de Estados Unidos su influencia es mundial.

No cabe duda de la hostilidad de Trump a las instituciones democráticas o su desprecio a los principios democráticos que deben inspirar un discurso público. Difama a sus detractores y los llama mentirosos, pide la supresión de los periódicos que dejan al descubierto sus falsedades, ataca a los jueces que fallan en su contra, reclama un mayor uso de las armas en la sociedad, expresa su simpatía por los manifestantes supremacistas blancos, sale ostentosamente de organizaciones y alianzas internacionales, e insinúa que no sería una mala idea ser presidente de por vida.

Para los observadores preocupados por esta situación, les recuerda demasiado a los años treinta del siglo pasado. En esa época, las democracias fueron destruidas en toda Europa y los dictadores sumieron al mundo en la guerra más sangrienta de la historia. ¿Estamos presenciando el renacimiento del fascismo? Madeleine Albright, que fue secretaria de Estado durante la presidencia de Bill Clinton, cree que sí.

Una crisis económica y social, unos partidos democráticos débiles y unos ciudadanos conservadores sumisos contribuyeron a encumbrar el fascismo, y parece que esto es exactamente lo que está sucediendo en la actualidad. “Si pensamos que el fascismo es una herida del pasado que casi ha cicatrizado, no podemos evitar llegar a la conclusión de que poner a Trump en la Casa Blanca ha sido como arrancar el vendaje y la costra”, escribe.

Trump es el “primer presidente antidemocrático de toda la historia de Estados Unidos. Alardea de su desprecio por las instituciones democráticas, los ideales de igualdad y justicia social, el discurso civil, las virtudes cívicas e incluso por Estados Unidos”. Es un personaje singular, en un contexto de dictadores de pacotilla como “Maduro, Erdoğan, Putin, Orbán, Duterte y Kim Jong-Un, siendo este último el único ejemplo de lo que es un verdadero fascista”.

Llegados a este punto, si todavía no había quedado claro, se hace evidente que Albright no conoce el auténtico significado de la palabra fascismo. Al poner en el mismo saco a dictadores postestalinistas como Kim Jong-un y Nicolás Maduro con nacionalistas de derechas como Orbán y Vladímir Putin no ayuda a comprender las fuerzas que han permitido su ascenso en el poder ni las políticas que están llevando a cabo. Albright parece equiparar el fascismo con la hostilidad hacia la democracia y la propensión a mentir. Se ha escrito mucho sobre la historia y la ideología del fascismo, pero ella parece ignorar toda esta bibliografía.

Una discutible biografía de Hitler

En lo referente al nazismo, por ejemplo, se apoya en la biografía de Hitler de Alan Bullock, publicada en 1952. Su recuento de la historia del fascismo está plagado de errores, tanto grandes como menores. La inflación que vivió Alemania en 1923 no acabó con la clase media. No todos los excedentes de capital alemanes fueron a pagar reparaciones, que en cualquier caso fueron suspendidas mucho antes de que los nazis llegaran al poder. La bandera nazi fue diseñada con los colores no de la república alemana, sino del imperio alemán. Oswald Mosley no tenía un bigote como el de Hitler. La lista es larga.

¿Por qué es relevante? Si no identificamos cómo funcionan las amenazas a la democracia o por qué consiguen imponerse en algunos lugares y otros no, no podremos luchar contra ellas con éxito.

El fascismo, como bien señala Albright, usó la violencia masiva contra sus oponentes para golpearlos, someterlos y finalmente vencerlos. En la actualidad, las fuerzas que amenazan a la democracia son más insidiosas y conllevan, en primer lugar, un llamamiento populista a los votantes que produce el tipo de dominio electoral abrumador que Hitler no logró conseguir. Nunca consiguió más del 37,4% de los votos en unas elecciones nacionales libres.

Fue por este motivo que desplegó cientos de miles de tropas de asalto, siguiendo el ejemplo de Mussolini con los squadristi, para convertir un éxito democrático en un poder dictatorial. Para los actuales enemigos de la democracia, son las instituciones coercitivas del Estado las que juegan el papel clave, no los ejércitos privados de matones.

Es cierto que el racismo es la esencia del nazismo y, aunque de diferente manera, el fascismo italiano. Sin embargo, no es la esencia de los últimos regímenes comunistas, como el de Corea del Norte, Cuba o Venezuela. En estos momentos, en Estados Unidos y en Europa, parafraseando la famosa declaración de un político democrático de la República de Weimar: “El enemigo está situado en la derecha”, no en la izquierda.

Otro libro contra Trump

En el libro The Road to Unfreedom, el historiador Timothy Snyder también cree que Trump tiene el firme objetivo de “alejarse de la democracia y del Estado de Derecho”. Trump dijo que no reconocería el resultado de las elecciones de 2016 y denunciaría que se habían amañado si no las ganaba, insinuó que Hillary Clinton podría ser atacada de forma violenta si presionaba a favor de controles de armas más estrictos, y difundió “memes de fascistas”.

No es un populista sino un “sadopopulista”, que obtiene el apoyo de las masas desfavorecidas sólo para poner en práctica políticas, en particular en materia de sanidad y de reforma fiscal, concebidas para perjudicarlas, según Snyder. Obviamente, la característica distintiva de los populistas es que su retórica no cumple realmente la promesa de ofrecer mayores oportunidades a las masas. Sus promesas, como frenar la inmigración o reactivar industrias obsoletas, no son más que medicamentos de curandero.

Snyder también parece equiparar la hostilidad hacia la democracia con el fascismo. Presenta los hechos históricos de una forma tan vaga y confusa como Albright. Sin embargo, allí donde la exsecretaria de Estado ofrece un análisis simplista de los obstáculos a los que se enfrenta la democracia, el profesor de la Universidad de Yale ofrece otro demasiado académico, convocando como testigos a una procesión de oscuros pensadores rusos, sobre todo Ivan Ilyin, a quien considera fascista.

Lo cierto es que muchos de estos no fueron fascistas si atendemos al significado comúnmente aceptado de esta palabra. Ilyin, por ejemplo, tenía ideas conservadoras, religiosas y monárquicas mientras que el fascismo era radical y revolucionario, antirreligioso y muy crítico con la institución tradicional de la monarquía. Además, Ilyin se oponía firmemente al nazismo alemán.

Lo que unió a todos estos pensadores fue su ultranacionalismo, razón por la cual están siendo reivindicados por Putin, pero el ultranacionalismo no es fascismo, a pesar de todas las cosas que tienen en común.

La eficacia de los pensamientos de Snyder en el “camino hacia la falta de libertad” también se ve perjudicada por el estilo extrañamente declamatorio y a menudo oscuro en el que se expresan. Una dudosa generalización sigue a otra, ya que el autor nunca se molesta en apoyar ninguna de ellas con pruebas serias. Por ejemplo: “Gran Bretaña y Francia no tenían una historia moderna como estados-nación. Las potencias europeas nunca habían sido estados-nación”.

¿Realmente cree Snyder que la posesión de un imperio de ultramar negó la pretensión del poder imperial de ser un estado-nación?

O bien: “El valor de cada elección es prometer que habrá otra después”. La mayoría de la gente piensa que el significado de una elección está definido por los programas políticos de los partidos que la disputan. Son muchas las afirmaciones de este tipo. 

Obsesionado con la teoría según la cual los rusos están detrás de todas las sorpresas políticas de la historia reciente, desde el resultado del referéndum del Brexit a la victoria de Trump, tiene poco que decir sobre las fuerzas que se esconden detrás de esta manipulación, fuerzas que es clave entender si se quiere salvar la democracia.

Al reunir esto bajo los conceptos repetidos hasta la saciedad de “las políticas de la eternidad” y “las políticas de lo inevitable”, lo único que consigue es perder la atención de los lectores. Las amenazas actuales a la democracia hacen necesario un análisis razonado y bien argumentado. Lamentablemente, ninguno de estos dos libros ofrece algo que sea remotamente parecido.

Richard J Evans es historiador, profesor de Historia de la Universidad de Cambridge y autor de una trilogía sobre la historia del Tercer Reich

Traducido por Emma Reverter

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