La inteligencia artificial y el futuro del empleo: ¿un regalo o una amenaza?
Creo que no hace más de tres años que, escuchando la radio durante un viaje, oí un reportaje que hablaba de la inteligencia artificial (IA) y, más en concreto, de una cosa llamada Chat GPT. Todavía recuerdo que aquello me sonó a ciencia ficción y de verdad que pensé que lo era y que bueno, para cuando ese “engendro” quisiera generalizarse, yo estaría, probablemente, criando malvas y no tendría que preocuparme de aprenderlo. Todavía no hace tres años de aquello y… ¡ya no es ese sueño! La duda que ahora tengo es si no será una pesadilla.
Cada día descubro con inquietud que la IA está presente en las cosas más cotidianas y, la verdad, a veces da un poco de vértigo descubrir que se ha colado en nuestras vidas con una naturalidad y a una velocidad realmente asombrosas. Casi sin darnos cuenta hemos interiorizado su presencia y ya no nos preguntamos qué es la IA. Ahora, lo que ocupa nuestras conversaciones de café es un debate que no para de crecer y que, en mayor o menor medida, nos empieza a afectar a todos: ¿hasta dónde va a llegar? ¿qué va a pasar con nuestros trabajos?
La automatización impulsada por la IA está cambiando el mercado laboral a una velocidad que, honestamente, a veces cuesta seguir. Por un lado, hay quienes ven en ella una especie de revolución dorada. Y no les falta razón. La IA está abriendo puertas a trabajos que hace solo cinco años ni imaginábamos. Vemos con naturalidad, por ejemplo, que, en un hospital, un sistema de IA revise miles de radiografías en minutos, ayudando a los médicos a detectar patologías que a simple vista podrían pasar desapercibidas. En la agricultura, drones inteligentes monitorean cultivos e incluso pastorean el ganado ahorrando tiempo y recursos. Hasta en las escuelas, herramientas de IA personalizan el aprendizaje para niños que antes se quedaban rezagados…
Todo esto suena a progreso, ¿no? Nos libera de tareas pesadas o repetitivas y nos deja espacio para ser más creativos, más humanos. Pero, y aquí viene el pero, no todo es color de rosa. Hay un miedo que recorre las conversaciones en las sobremesas, en las oficinas… ¿y si la IA nos deja sin trabajo? No es una paranoia sin fundamento. Algunos empleos que dependen de tareas rutinarias —como conducir un taxi, empaquetar productos en una fábrica o incluso responder correos y atender llamadas manteniendo una conversación coherente— están en la cuerda floja. Imagino a alguien que ha pasado 20 años manejando un taxi y, de repente, ve en las noticias que los coches autónomos empiezan a circular por las calles... Si, ya sé que eso pasa en Nueva York, pero ¿cuánto va a tardar en llegar a Logroño? ¿Qué hace esa persona? ¿Cómo paga las cuentas?
La posibilidad de que miles de trabajos desaparezcan no es solo un número en un informe; son historias reales, familias que se enfrentan a un futuro incierto. Y es que el impacto de la IA no se queda en los sectores más obvios. Hasta los trabajos que creíamos “seguros” están sintiendo el cambio. Esto no significa que todos vayamos a quedarnos sin nada que hacer, pero sí que el tablero de juego está cambiando. Y, al parecer, lo está haciendo demasiado rápido.
Aun así, quiero pensar que esto no va a ser un cuento de terror. La clave puede estar en cómo juguemos nuestras cartas. Creo que hay esperanza, pero depende de cómo manejemos las cosas. Y en esto, pienso que la educación es clave. Pienso en cursos cortos, talleres, algo que me ayude a entender cómo trabajar con estas máquinas en lugar de temerlas. Por ejemplo, un amigo me habló de un carpintero que ahora usa una impresora 3D para hacer muebles únicos. O pienso en una camarera que aprende a usar redes sociales para promocionar un pequeño negocio de repostería desde casa. ¡Eso es reinventarse! Claro, esto suena bien, pero no es tan simple. Porque, seamos sinceros, no todos tenemos acceso a esa formación, ni el tiempo, ni el dinero. Por eso creo que las políticas públicas tienen que ponerse las pilas: becas, programas de reciclaje profesional, incentivos para empresas que inviertan en sus trabajadores. Si no, corremos el riesgo de dejar atrás a mucha gente.
Además, hay otro tema que me ronda la cabeza y que no podemos ignorar: la ética de la IA. Porque, vamos a ver, ¿quién controla a estas máquinas? Si un algoritmo ya decide hoy en día quién consigue un trabajo o quién no, ¿cómo sabemos que no está siendo injusto? Ya hemos visto casos donde sistemas de IA perpetúan sesgos, como descartar candidatas mujeres para puestos técnicos porque fueron entrenados con datos del pasado. Creo que este es un problema serio. La regulación legislativa de la IA no es un lujo, es una necesidad. Necesitamos reglas claras para que la tecnología no se convierta en un jefe sin alma que pisotea derechos laborales o amplifica desigualdades.
Y, por si fuera poco, está el lado humano de todo esto. No se trata solo de números o estadísticas. Es el nudo en el estómago de alguien que no sabe si su empleo seguirá existiendo dentro de solo cinco años. Es la incertidumbre de quien empieza hoy una carrera o un grado de FP y no sabe si, cuando acabe sus estudios, su profesión habrá sido superada por la IA. Aunque también puede ser la ilusión de un joven que estudia una carrera nueva, creada gracias a la IA.
En conclusión, siento que la IA es como un río enorme: puede llevarnos a sitios increíbles o arrastrarnos si no sabemos nadar. No es buena ni mala, pero me da respeto. Me da miedo no estar preparado, como les pasó a otros en su tiempo con los ordenadores o los móviles. Pero también tengo esperanza. Si aprendemos a usarla bien, si nos aseguramos de que nadie se quede atrás, puede ser una oportunidad para trabajar mejor, para ser más creativos, para construir un futuro donde todos tengamos un lugar.
Nos queda la esperanza de que, si hacemos las cosas bien, el futuro puede ser mejor para todos. Porque la IA, al final, no es buena ni mala por sí misma. Es una herramienta, igual que, en su momento, lo fueron el fuego, la electricidad o la máquina de vapor. Puede quemarnos o iluminarnos, dependiendo de cómo la usemos y, aunque reconozco que me asusta un poco, creo que la inteligencia artificial no es una amenaza que viene a arrasarlo todo, aunque supongo que tampoco es una varita mágica que solucionará nuestros problemas por arte de magia.
Lo que sí tengo claro es que supone un desafío enorme, aunque también una oportunidad para repensar cómo trabajamos, cómo aprendemos y cómo construimos un mundo más justo en el que la imaginación y la creatividad nos permitan seguir avanzando juntos.
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