Una visita a Quevedo
Viernes, 27 de marzo 2020. Quevedo es el gran icono urbano de Chamberí. Hoy está solitario y solidario con los vecinos desde la reconfortante y segura altura de su peana. Es curioso que viviendo en una España sufridora de pestes y epidemias durante toda su vida él apenas señalase eso en sus obras. Incluso cuando escribía de pestes, como en su famoso libro “Virtud militante contra las cuatro pestes del mundo” Quevedo está señalando la envidia, la ingratitud, la soberbia y la avaricia.
No ha estado exento nuestro barrio de epidemias a lo largo del siglo XIX y XX. Principalmente del cólera cuyo mayor episodio coincidió con la mitad del siglo, justo cuando el barrio se empezaba a desarrollar con fuerza. Puede que por el empuje de la misma peste que causaba grandes destrozos en los atestados e infectados barrios viejos de Madrid. Las clases medias empezaban a buscar espacios más abiertos y aireados para sus nuevas viviendas. Prueba de ese éxito fue que Chamberí durante la gripe española de 1918 fuese el barrio menos afectado por la epidemia de todo Madrid.
Pero hoy estamos hablando de un adversario secreto que puede estar circulando entre nosotros desde el mismo mes de diciembre o enero. Importado por visitantes de China o de la misma Italia y que ha tomado carnet de identidad madrileño en febrero y marzo. Lo que los técnicos llaman contagio comunitario. Algún día los estudiosos harán cuentas del daño en cada barrio pero queda tiempo para ese análisis fino. Y, en cualquier caso, no creo que difieran mucho los datos barrio a barrio.
Tenía pensado hablar del futuro, la polémica que hoy más me llama la atención, pero camino de la compra, dos veces a la semana, debidamente pertrechado de todos los medios de autodefensa posibles que me exige el alto estado mayor de casa, me pasé a saludar a don Francisco. Y ya ven, se me fue el santo al cielo y volví mi cabeza hacia el pasado.
Es igual, pasado, futuro o presente. Tiene razón el divino cojo. Al final lo que importa es protegerse de la envidia, practicar la gratitud, huir de los soberbios y no querer ser el más rico del cementerio.
Y a ver si le compran al párroco de Santa Feliciana una campana. Aquí en la plaza el Ángelus nos sabe a poco.
Un abrazo.
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