René: “Esta plaza es mi oficina. Nunca fallo a mi cita con el barrio”
Por Ana Garnelo
Por Ana Garnelo
Se llama René, es cubano y la suya es una historia, cuanto menos, novelesca. Una de esas que se escuchan con la condición indispensable de que debe ser contada. Como si se tratase de una deuda intrínseca con un maestro cuentacuentos. Nace como historia para difundirse por medio del infalible método del boca a boca, perdiendo veracidad en cada nueva versión pero llenándose de pinceladas de leyenda. Y precisamente eso es lo que ha convertido en icónico a su protagonista.
La historia comienza hace 13 años, cuando llegó a España desde Estocolmo. La idea inicial era pasar una temporada y, aunque venía perdidamente enamorado de una sueca, probablemente su rubia melena y su capacidad para montar muebles de diseño no fueron motivos suficientes para volver al frío escandinavo. René decide instalarse definitivamente en España. “No me culpen- implora- me enamoré del sol, de la gente, de la noche y de los días”.
Ha sido músico, pintor y actor ocasionalmente, pero aún tuvo tiempo para tener cuatro hijos en Cuba, Alemania y Suecia. Si uno le mira, la imagen que se antoja es la de un niño de casi dos metros con un pelo blanco y rizado que recuerda a una versión actual de Copito de Nieve, apodo que, por cierto, tiene entre sus amigos más cercanos.
Si la vida de René fuese un libro, él sería un personaje a la altura de Oliver Twist y otros referentes literarios. Esta mañana leía un periódico en la plaza (en sueco, por cierto). Alguien habló de la crisis y él pareció no escucharlo. “Llegué aquí con la peseta, con Felipe González. Eran otros tiempos en España. Yo también era otro hombre”. René recuerda esos años con nostalgia. “Me gustó el país, me enamoró desde que llegué porque se vivía muy sabroso. La rumba, la noche me fascinaban”.
Pero hablar con 'Copito', se convierte, por momentos, en la espera de Godot. René no parece percibir el surrealismo de su vida y habla con la inocencia que le caracteriza: Yves Saint Laurent le regalo un traje que aún conserva; se ha comido varias hamburguesas sentado junto a Almodóvar, cuando rodó una película cerca del barrio; un fotógrafo pagó 1500 euros por un retrato suyo de cuando aún deambulaba por Sol; un atardecer al óleo en La Habana -pintado por él- ha recorrido despachos presidenciales; ha colaborado de extra en anuncios televisivos e, incluso, en un videoclip con Rosario Flores.
Sus peculiares rasgos físicos y su afable carácter han creado al personaje que ahora es. Muy consciente de este don, él lo saborea a cada minuto sin hacer nada por provocarlo ni nada por evitarlo.
René llevaba más de tres años viviendo en el barrio de Malasaña, hasta hace bien poco, cuando ha sido desalojado de su rincón de la calle Barco y ha tenido que buscar refugio en un albergue social. Es educado y amable con todo el vecindario. De ellos ha hecho su familia más cercana y del barrio, su casa.
Tiene un banco predilecto en la plaza de San Ildefonso donde se le suele encontrar. Lo considera su ácrata, su pequeño observatorio, o su oficina, como suele denominarlo entre risas. Asegura que todo el que quiera verle puede encontrarle allí porque nunca falta a su jornada. “Esta plaza es mi oficina. Nunca fallo a mi cita con el barrio”. Malasaña es parte de esta etapa de su vida y René ha logrado ser casi más emblemático que la estatua de bronce que le mira cada día -y que, además, le ha copiado el peinado-.
El final de esta historia puede contarlo el mismo René cualquier tarde. os ha dicho que nunca ha sido tan feliz como ahora, que su vida es justo como él ha querido que sea. Todos los días, de nueve a nueve, René se sienta en el banco de la plaza de San Ildefonso, y no se mueve de su oficina hasta que cae la noche. Se le puede escuchar, se le puede creer, se le puede entender. Después, solo es cuestión de aplicar el boca a boca otra vez. Es una historia para ser contada.
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