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Cuando la lucha obrera se libraba en los picnics (o jiras) del Primero de Mayo

Miguel Hernández, probablemente en una jira

Luis de la Cruz

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El historiador Peter Linebaugh intenta trenzar en La incompleta, verdadera, auténtica y maravillosa historia del 1 de Mayo lo que llama “los hilos verdes y rojos de la Historia”. En su opinión, en la primavera se produce una suerte de afirmación renovadora de la vida donde confluyen desde tiempos inmemorables, y de forma indisoluble, la lucha por los derechos sociales y de la tierra. Y aquí encajan la moderna celebración del Primero de Mayo y la costumbre obrera, especialmente en la tradición socialista, de hacer jiras de afirmación campestre. Meriendas con la familia y los compañeros de profesión donde se jugaba, se bailaba y, por su puesto, se improvisaban mítines bajo las arboledas o se debatían estrategias sindicales.

Las crónicas de finales del XIX y principios del XX insisten, con razón, en la imagen de un extrarradio que servía de espacio de ocio para la clase trabajadora madrileña. Dentro de este espacio abierto, en el que la urbanización solo era incipiente y abundaban los merenderos, cabe destacar en el norte de la ciudad la Dehesa de la Villa, donde, además de bailes, juegos de la rana, comidas campestres y amores furtivos, desde pronto fueron realizándose algunas de estas jiras políticas (meriendas colectivas en el campo), entre las que cabría destacar las que los socialistas llevaron a cabo con motivo de las celebraciones del Primero de Mayo.

En aquel momento la Dehesa de la Villa no era ya, claro, la extensísima dehesa carnicera que había provisto de carne a la ciudad de Madrid durante los siglos pasados, muchas de sus encinas endémicas habían sido taladas para aprovechamiento humano e, incluso, se habían producido ya las repoblaciones que la convirtieron en el actual pinar. En sus inmediaciones, habían surgido quintas que obedecían a los impulsos escapistas de la burguesía de la época, huyendo del centro de la ciudad, aunque también empezaron a asentarse trabajadores, como es el caso de Francisco Largo Caballero y otros socialistas, como Antonio García Quejido y Vicente Barrio, en lo que será la calle Sort.

La primera celebración del Primero de Mayo en Madrid se produjo en 1890, con el liberal Sagasta al frente del gobierno. Solo un año antes se había acordado su celebración de la jornada en el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889 (aunque ya se había celebrado espontáneamente en el ámbito anarquista estadounidense en 1886). Ese año hubo dos citas: por un lado, los anarquistas convocaron una jornada de huelga en propio día 1 de mayo, que cayó en jueves; por otro, los socialistas prefirieron trasladarlo al domingo 4, inaugurando la constante de reivindicación festiva que se repetirá en lo sucesivo.

A partir del año siguiente, ya con el conservador Cánovas del Castillo en el poder, las manifestaciones serían prohibidas, permitiéndose solamente las reuniones en lugares cerrados, a las que debía acudir un delegado gubernativo. Años después, se recuperaría la costumbre de manifestarse por política de hechos consumados, haciéndolo a pesar de la prohibición, pero no será hasta 1903.

En 1894 los obreros habían empezado a salir de jira al campo circundante de Madrid por el Primero de Mayo. Los primeros de los que se tiene constancia fueron los panaderos, que acudieron con sus familias a la Fuente de la Teja. La costumbre fue asentándose en el gremio y en otros, en el mismo lugar o en la Pradera del Corregidor.

Es después de la Primera Guerra Mundial cuando la Dehesa de la Villa se convierte en el mayor centro de esparcimiento dentro del programa del Primero de Mayo socialista. A estas alturas, el extrarradio norte (Cuatro Caminos, Bellas Vistas o Tetuán de las Victorias) era ya una de las grandes barriadas obreras de la ciudad y Largo Caballero, junto con otros compañeros, habían empezado a asentarse en la zona hacia 1914.

Durante este periodo las manifestaciones del Primero de Mayo –ya post revolución bolchevique– se volvieron más combativas, pero, por más altercados que se hubieran producido durante la mañana, se mantuvo la costumbre de pasar la tarde confraternizando con la familia y los compañeros de oficio en el campo.

La llegada de la dictadura de Primo de Rivera, (en 1923, aunque el Primero de Mayo de este año aún se pudo celebrar sin cortapisas) supuso una nueva traba para la celebración de las jornadas del Primero de Mayo. Sin manifestaciones en la vía pública, las jiras campestres de por la tarde en la Dehesa y el paro laboral vehiculizaron el Primero de Mayo.

 Por aquella época el periódico El Socialista deslizaba en un artículo la declaración de que “muchas veces la risa es también una expresión de protesta”, en relación a la actitud festiva de las jiras, donde se cantaba y se bailaba al son de bandurrias y guitarras tocadas por los propios trabajadores, y acaso respondiendo a la crítica que, dentro de otras instancias de la clase obrera, tuvieron el PSOE y la UGT en relación con su neutralidad durante la primera parte de la dictadura.

Con la llegada de la Segunda República la celebración del Primero de Mayo adquiere categoría de fiesta nacional y, por supuesto, se recupera la manifestación, que en su edición de 1931 fue casi una continuación de exaltación republicana en la calle del reciente 14 de abril. A la cabecera de la multitudinaria manifestación, se pudo ver a una niña con gorro frigio y otra vestida de rojo con una banda donde se podía leer “¡Viva el socialismo!” 

Las jiras campestres continuaron celebrándose durante la Segunda República en la Dehesa de la Villa, aunque también en la Pradera de San Isidro, la Moncloa, El Pardo o, sobre todo, en la Casa de Campo. La Dehesa de la Villa perdió algo de protagonismo en la celebración porque los jardines de la Casa de Campo, pertenecientes hasta el momento a la Corona, pasaron a pertenecer al pueblo de Madrid. La diferencia con el periodo anterior residía en que la jornada era festiva por ley y las jiras no tenían que hacerse horas de paro laboral o como una concesión que, a veces, se limitaba a unas horas. Las manifestaciones, sin embargo, se volvieron a ilegalizar a partir del año siguiente, con Azaña presidiendo el gobierno, por miedo a que se produjeran incidentes, y no volvieron hasta mayo de 1936.

Tras la guerra, el Franquismo abolió el Primero de Mayo (antes de acabar la contienda en su territorio, con un decreto del 12 de abril de 1937) y en los cincuenta lo convertiría, de la mano de la Iglesia Católica, en la festividad de San José Artesano. En 1970 Cuadernos de Ruedo Ibérico publicaba una extensa transcripción de las conversaciones radiofónicas entre la Dirección General de Seguridad y los coches de policía entre los días 30 de abril y 1 de mayo. Entre muchas otras cosas, se puede leer allí “270, es avisado de que a las 18 h, según informes confidenciales, se reunirán grupos en la Dehesa de la Villa”. Con mayor o menor intensidad, la jornada siempre se celebró en clandestinidad y algún investigador debería ponerse manos a la obra para saber qué sucedió en las sombras clandestinas de la Dehesa aquellos Primero de mayo.

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