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La Viña, el desaparecido barrio de Tetuán del que solo queda una capilla detrás de una valla

El entorno del barrio de La Viña hacia 1929

Luis de la Cruz

Madrid —

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En el número 46 de Nuestra Señora del Carmen, tras una valla, subsiste milagrosamente –pues carece de protección urbanística– un curioso edificio color salmón descolocado en relación con la alineación actual de la calle. Llama la atención su techumbre al modo de los frontones clásicos y reclama la atención, desde su estado de abandono, a vecinos y viandantes.

Se trata de la escuela del viejo barrio de La Viña, con su capilla aneja, conocida precisamente como de Nuestra Señora del Carmen aunque hoy nadie lo sabe. El edificio siguió siendo utilizado como escuela con distintas encarnaciones para luego ser escuela de música, almacén de chatarra y quedar, finalmente, abandonado.

Edificio abandonado desde la calle Nuestra Señora del Carmen

Hay algunos barrios –muchos, más de los que pensamos– que han dejado de existir. Bien porque desaparecieron sus casas bien porque pasaron a llamarse de otra manera o a quedar subsumidos en otras denominaciones. Es el caso del barrio de La Viña, barriada de Chamartín de la Rosa situada en el lado izquierdo de la calle de Bravo Murillo, justo después de que acabara el término municipal de Madrid. Hoy, sus calles están situadas en el barrio de Berruguete y las viejas escuelas son probablemente el último recuerdo que queda de La Viña.

Las primeras referencias al barrio de La Viña que hemos encontrado datan de finales del siglo XIX. En aquella época, como era habitual con las alejadas tierras del extrarradio, solamente aparecía citado en la crónica de sucesos, para recoger hechos luctuosos e historias de vecinos que acababan en la casa de socorro de Tetuán de las Victorias. De estas noticias, sin embargo, podemos entresacar alguna información, como que en la zona habitaban bastantes traperos.

Cuando se fundaba un barrio, era menester establecer un lugar de culto, una taberna y fiestas populares. Desde principios del siglo XX se celebraba verbena en honor a San José, que era el patrón de la barriada (y de la de Huerta del Obispo). La iglesia se construyó arriba de la calle de Ricardo Gutiérrez, que aún existe. Se llamaba también iglesia de San José, según se aprecia en el plano de 1929.

Las calles principales de lo que era La Viña parecen ser Nuestra Señora del Carmen y San Miguel, hoy Panizo. Algunas otras calles han cambiado también de nombre con el tiempo –lo harían con la anexión de Chamartín de la Rosa a Madrid en 1948 por estar repetidas– como la calle del Sauco, que entonces se denominaba del Acuerdo. Se hablaba también en los papeles de las calles de Martínez, de Dolores o del Serrallo, entre otras.

En 1906 aparecía en La Correpondencia de España un escrito de Arturo Daza de Campos que dejaba patente la penuria de las barriadas del lado oeste de la carretera de Francia (hoy Bravo Murillo). Habla de Bellas Vistas, La Carolina –otro barrio desaparecido del que tendremos que hablar– y de La Viña, refiriéndose a las pirámides de estiércol “que gallardas se levantan en los corrales”. En ese momento, se está instalando el alcantarillado en Bravo Murillo y se refiere al problema de hacerlo en el eje de unas calles que, en ese momento, carecían de agua y que, sin embargo, atesoraban la basura de la capital:

“En estos barrios encuéntrese cuanto Madrid desecha, y todo más o menos infecto, desde el mugriento trapo del figón, salpicado de indefinibles manchas, hasta los restos de seda que aún exhalan cierto perfume y que provienen de elegante morada. Todo vive allí en plena anarquía y en desesperante hidrofobia…”

Las quejas sobre la limpieza del barrio seguían muchos años después. Hacia 1925 se decía en La Libertad (hablando de Tetuán) que la limpieza de las calles era “tan deficiente, sobre todo en la parte izquierda del pueblo –Almenara, Ventilla, barrio de La Viña y Cerro de los Pinos– que pueden verse espectáculos que recuerdan al aspecto de la Alhóndiga antes del incendio” (los almacenes de grano eran lugares que se incendiaban con frecuencia).

Otra de las ocupaciones habituales, dentro de la economía informal, debió ser la caza furtiva. En 1914 la revista Caza y Pesca dedicaba un reportaje vivido a los furtivos de El Pardo: “allí nos reunimos, en una taberna pueblerina del barrio de la Viña, a espaldas de Tetuán, entre el de la Huerta del Obispo y cerca de Bellas Vistas, lugar donde se reúnen algunos cazadores”, decía el reportaje, en el que se desgranaban los encontronazos con los guardas de cazadores de distintas generaciones como el Piñonero o el Bonifa.

Uno de aquellos furtivos en busca de conejos para comer o vender en el mercado callejero podría haber sido el joven Cipriano Mera. Es bien sabido que el famoso anarcosindicalista ofició de cazador clandestino junto con su padre –que también fue trapero–. Pasó sus primeros años escondido en los terrenos reales de El Pardo e, incluso, su padre pudo ser uno de los informantes de Vicente Blasco Ibáñez cuando este realizó un reportaje similar al que ahora copiaban en la revista Caza y Pesca. Escopeta, perro y hurón mediante.

Durante la guerra, el barrio de La Viña tuvo su propio Ateneo Libertario (primero en Nuestra Señora del Carmen, que cambió su nombre a Tomás Bretón) y luego en el comienzo de la calle Villaamil, algo fuera de sus contornos. Tuvo como secretaria a una mujer, Cristina Martín.

Poco después, se le pierde el rastro y hoy a duras penas se puede encontrar el recuerdo del pequeño barrio en documentos y periódicos antiguos. ¿No sería bonito comprar las viejas escuelas y establecer una dotación pública que llevara por nombre, precisamente, La Viña?

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