Prueba del Mercedes GLC 200: la definición de SUV ‘premium’
Aunque algún otro modelo podría disputarle la posición, la Clase GLC de Mercedes-Benz es la representación más consumada de lo que hoy en día se considera un SUV premium. Para serlo se precisa prestancia, calidad de acabados, mucho equipamiento, variedad de motores y, como guinda indispensable del pastel, un logo en la parrilla delantera de los que todo el mundo asocia con el lujo en el automóvil, y de todo ello tiene en abundancia el vehículo alemán.
Hablamos en este caso de un coche de 4,72 metros de longitud que, con toda lógica, resulta ideal para alojar a cuatro o cinco personas en su interior y que, en esta su segunda generación (tercera si contamos el antiguo GLK), ve aumentar la capacidad del maletero de 550 a 600 litros. Con semejante volumen, acompañado de unas formas regulares -sin estorbos, para entendernos-, cargar todo el equipaje de aquellos ocupantes es coser y cantar. Todas las versiones del GLC, salvo las híbridas enchufables, cuentan bajo el piso con un doble fondo amplio y muy bien compartimentado.
Como repetimos con cierta frecuencia, el estatus de una marca de automóviles se mide, entre otras magnitudes, por la diversidad de modelos y versiones diferentes que tiene a la venta; también por la cantidad y calidad de tecnologías que es capaz de ofrecer, ya sea en el capítulo de motores o en otros. Mercedes es puntera en ambas cuestiones, pues dispone del catálogo más extenso de vehículos entre los que escoger y los equipa con una gran variedad de sistemas de impulsión.
Además, el GLC, que no en vano se sitúa en la parte media-alta de su gama, embarca solo motores que llevan aparejadas etiquetas ambientales Eco y 0 emisiones. Esta última les corresponde a las versiones híbridas enchufables -tanto de gasolina como diésel-, mientras que el resto obtiene la suya gracias a la hibridación ligera de 48 voltios incorporada igualmente a motores de gasolina o de gasoil.
Por nuestra parte, hemos probado la variante más asequible de todas, equipada con un propulsor de gasolina de cuatro y cilindros y 204 CV, asociada a la tracción total 4Matic y que cuesta 59.965 euros. El motor térmico es asistido por una red eléctrica que funciona a 48 V y un pequeño motor eléctrico de 17 kW que cumple varias funciones: apoyar las prestaciones del coche en momentos puntuales, recuperar energía para abastecer a la red eléctrica principal (la de 12 voltios) y servir de motor de arranque, un cometido este último que realiza con gran suavidad y rapidez.
Si las circunstancias lo permiten, el coche puede avanzar por inercia, con el motor de combustión apagado, pero el eléctrico en ningún caso se encarga de impulsarlo.
Sin ser fulgurante, esta versión microhíbrida es capaz de alcanzar los 100 km/h desde parado en 7,8 segundos y responde con energía en cualquier condición. En nuestro recorrido de pruebas ha consumido menos de 8 litros/100 km de media, lo que cabe calificar de razonable para un vehículo de estas dimensiones que roza las dos toneladas de peso.
En lo que se refiere a su dinámica de marcha, el GLC 200 4Matic presenta un acertado equilibrio entre comodidad y eficacia. Es más bien un modelo de espíritu familiar, que no invita a alardes dinámicos pero proporciona a cambio un elevado nivel de confort. La única excepción la encontramos en las carreteras mal pavimentadas o que presentan desconchones, donde la suspensión -al menos la de la unidad de pruebas- adolece de falta de suavidad.
Un interior refinado y moderno
En las antípodas de lo que sucedía con los Mercedes de antaño, los modelos actuales de la firma de Stuttgart disponen de interiores sofisticados y muy modernos. El GLC lleva dos grandes pantallas, de 12,3 pulgadas la de la instrumentación y de 11,9“ y orientada en vertical la del centro, y muy pocos botones físicos, lo que no podemos decir que nos encante.
La pantalla central concentra tal cantidad de funciones que conviene familiarizarse con los menús antes de ponernos a conducir e intentar utilizarlos en marcha. Eso sí, se maneja de manera rápida y precisa, como una buena tablet. Por el contrario -y esto ocurre con otras marcas que también presumen de refinamiento-, los pocos botones que sobreviven son de tipo háptico, que en nuestra opinión no ofrecen ninguna ventaja, sino más bien lo contrario, sobre un mando convencional; sin ir más lejos, una ruleta que sube y baja el volumen del sonido con mucha mayor precisión.
Los usuarios más exquisitos tal vez echen en falta un punto más de calidad en el plástico de los parasoles, y también puede que les sature la cantidad de plástico negro brillante -que tan fácilmente se ensucia y araña- presente en el volante o en la hilera de botones bajo la pantalla del sistema multimedia, aunque esto último, como casi todo, irá en gustos.
Una última medida de lo que distingue a los fabricantes premium de los que no lo son suelen darla las posibilidades de personalización que ponen a disposición de sus clientes. Mercedes se lleva la palma también en esto, y así ofrece varios tipos de asientos, tapicerías de distintos texturas y colores, un sistema de iluminación ambiental muy sofisticado y molduras decorativas que pueden incluir madera, plástico o aluminio, entre otros materiales. El único límite se halla aquí en lo que uno esté dispuesto a engordar la factura final eligiendo entre el casi infinito listado de opciones con que cuenta la marca.