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Sexta jornada del IBAFF: Y llegó el encuentro con los directores

El señor Liberto y los pequeños placeres (Ana Serret, 2017)

Antonio Florenciano

‘El señor Liberto y los pequeños placeres’

La directora catalana Ana Serret, ganadora del Goya al mejor corto documental en 2005, volvía un año más al IBAFF. Si en 2016 acudió fuera de concurso con ‘La Fiesta de los Otros’, en la presente edición nos presentó su último trabajo, ‘El Señor Liberto y los pequeños placeres’, un documental íntimo sobre el alzhéimer, enfermedad que sufre el propio padre de la directora, protagonista de la película.

Liberto es el padre de Ana. Su madre murió hace 25 años tras lo cual Liberto cayó en una profunda depresión. Cuando pudo salir de ella y levantar cabeza entonces llegó el alzhéimer. Cuando Liberto ya no podía vivir solo, Ana decidió mudarse a vivir con él junto a toda su familia, su marido y sus hijos. Poco después se unió Lucrecia, la cuidadora de Liberto que cobra una especial importancia en la película, tanta como lo tiene para la familia y para el cuidado de Liberto, por lo que la decisión de darle protagonismo resulta extremadamente acertada.

Serret no pretende que el vacío se apodere de su obra sino hablar de la enfermedad resaltando lo vivido. Para ello firma un trabajo sobre la memoria y la pérdida de la misma haciendo uso de cintas caseras de 8mm y súper 8 donde se recogen momentos de una felicidad familiar que parecen diluirse.

Hay abundantes planos de manos, que al modo más bressoniano, son quienes toman el protagonismo expresivo del protagonista mientras su cara, a contraluz, siempre permanece oculta como queriendo enfatizar aquello que se ve detrás de la ventana situada a su vez detrás de Liberto.

En el coloquio posterior y contestando a las preguntas de los espectadores, Serret reconoció que “lo más difícil es enseñar la película, me autocensuré al principio, tanto con el material del que disponía en Super 8 como con lo que yo filmaba”.

‘La nuit oú j'ai nagé’

Segundo reencuentro del día. Damien Manivel, quien ya participó en el pasado con Un jeune poète (2014) y con Le Parc (2016), vuelve otra vez al IBAFF, en una obra realizada junto al japonés Kohei Igarashi y ambientada en Aomori, una región de Japón con un invierno eterno.

La película sigue a Takara. Takara, un niño normal japonés se desvela tras la salida de madrugada de su padre para ir al trabajo al mercado de pescado. Al no poder dormir se intenta distraer desayunando, haciendo un dibujo y jugando con su perro. Pero cuando sale el sol y debe acudir al colegio decide hacer novillos y emprender un largo viaje en solitario sobre la nieve a pesar de encontrarse evidentemente agotado por la falta de sueño.

La película carece de diálogos, lo que junto al deslumbrantemente hermoso paisaje nevado de Aomori resulta propicio para resaltar la soledad del niño protagonista a lo largo de su aventura y para acentuar un universo luminoso y vacío de una poderosa fuerza. Los paisajes nevados han servido para enmarcar la acción en el silencio en deslumbrantes westerns como ‘Las aventuras de Jeremiah Johnson’ o grandes thrillers como ‘Fargo’.

La película, rodada también en 4:3, lo que ya parece una tendencia que se va recuperando desde el cine independiente, es el formato que prefiere Manivel, como incidió en el coloquio posterior a la proyección, y que ya usó en su anterior película. Considera el autor que no es una tendencia, sino que sencillamente es una decisión artística al ser el formato que más se adapta al niño protagonista, Takara.

La ausencia de diálogos destaca una vez más el director, fue una decisión casi improvisada, tomada el primer día de rodaje entre los dos codirectores, Manivel tras la cámara y Kohei Igarashi encargado del niño. La actitud de Takara hacia la cámara no era de impresionarse o asustarse, al contrario, desprendía cierto pasotismo que a la vez combinaba con la alegría de encontrarse entre adultos, trabajar con ellos y pasarlo bien. El rodaje dependía constantemente del estado de ánimo del propio Takara, lo que propició mucha improvisación y da ciertamente un aspecto de documental, y es que incluso los padres o la hermana de Takara que aparecen en la película son realmente su familia.

No obstante, aunque el exceso de minimalismo puede suponer una carga para la película, la consciente aproximación a Jacques Tati que realiza, cuya influencia reconoce el autor, resulta muy estimulante.

‘La Ciénaga’, Ciclo honorífico dedicado a Lucrecia Martel

Por último, de lo más destacable de la jornada fue la primera proyección correspondiente al ciclo honorífico dedicado a la directora argentina Lucrecia Martel, directora clave del llamado “Nuevo cine argentino”. Confieso que era mi primer acercamiento a la filmografía de la directora argentina y que esta su primera película en absoluto me ha decepcionado y me atrevo a asegurar que es una de las directoras más importantes del panorama mundial y me anima a seguir el resto del ciclo propuesto por el IBAFF.

Esta película de 2001 narra cómo dos familias se vuelven a reunir después de dos accidentes. El calor sofocante de la localidad de Salta, donde trascurre la acción y cuidad natal de la directora, impregna cada fotograma. Las dos familias, aunque amigas, evidencian una gran distancia: una familia es de clase media e incluso acomodada, mientras la otra, en el pasado adinerada y actualmente en decadencia, una decrepitud que se evidencia en una moral degradada, una casa que aparenta caerse a trozos y unos familiares que aparecen desfigurados en extremo, llenos de cicatrices, como si tal decadencia los fuera consumiendo y degradando desde dentro hacia fuera.

Martel construye la tensión subyacente mostrando las historias paralelas y entrecruzadas de ambas familias, siguiendo a los padres, a sus hijos y nietos en sus desventuras de verano y lo consigue gracias a las localizaciones, pero sobre todo al uso de encuadres de cámara poco habituales a través de primerísimos planos, tan cercanos, que hasta llegan a cortar los cuerpos y los rostros. El uso de planos generales es limitadísimo, lo suficiente para que la narración no quede del todo deslavazada, pero, aun así, el espectador debe estar cauto ya que el efecto que consigue Martel es desorientar de tal modo al espectador que puede llegar a incomodarlo y conseguir aumentar insospechadamente el suspense.

 

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