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'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.

Somos hombres, pero no somos así

4.500 personas gritaron en Zamora "ni una más" por el asesinato de Laura Luelmo

J. Alba Ruiz

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“Buscando a uno que huye de mí”

Frankenstein, Mary Shelley

Asisto al debate sobre la monstruosidad del asesinato de Laura, y de los siete asesinatos perpetrados sobre mujeres en los primeros días de enero (cuando escribo este artículo). Y las palabras (o ruido, según donde leas o escuches) resuenan más o menos como siempre: que si no todos los hombres, que si eso cosa de locos, depravados, desquiciados, enfermos, o lo peor, que si es cosa de ellas, o que… y frente a esto hay un silencio oscuro y extraño, y no es el de las mujeres, que claman con la razón de quienes se saben violentadas por el hecho de serlo.

En este caso, el silencio más notorio es un silencio plural en masculino. Es el silencio del nosotros, del sujeto colectivo hombres. “Si tocan a una nos tocan a todas”, eso lo sabemos, y lo repetimos a coro cuando nos `unimos´ al frente de las compañeras feministas. Pero, desde la otra perspectiva, ¿si el hombre-monstruo mata, matamos todos? ¿Acaso no hay desde el género una ya suficiente demostración de que `hombres´ es también una identidad colectiva que se construye bio, psico, y socialmente? ¿O ser hombre es un juego de excepciones al género? ¿La pregunta que nos asusta y nos ofende es ésta: que porque somos hombres matamos? O incluso asumiendo de manera más radical la consecuencia de la explicación desde un sujeto colectivo: ¿será que alguno de los nuestros tiene que matar para que todos podamos ser hombres?

Si esta última pregunta fuera la cierta, aquí el denigrante resultado, en el caso de que realmente seamos ese sujeto colectivo `hombres´, es que uno tiene que ejercer una brutal violencia para que todos seamos eso... hombres. Algo como que el hombre convertido en monstruo confirma, con una periodicidad espeluznante, al hombre, al hombre bueno y reconocido, al de `verdad´, al hegemónico.

La fatal ecuación sería: hace falta un monstruo-hombre para que exista El Hombre. Hay que pensarlo. ¿No será que el endiosamiento que ha comportado la identidad `hombre´ precisa del miedo, un miedo estructural, para su subsistencia como sujeto de primacía? ¿Y que ese miedo sólo se sostiene desde la marca que apunta la violencia? O incluso más. Si necesito un antagonismo que demuestre mi hombría, ¿no será que tengo que fabricar esa alteridad que confirme que soy el sujeto de referencia, y que la violencia es la mejor manera de producir una frontera?: en cuanto te agredo pasas a ser el otro/la otra que no soy yo y refuerzo mi identidad como punto de partida. En fin, no lo sé; muchas preguntas, respuestas difíciles.

Pero no puedo dejar de hacérmelas. Tengo la sospecha de que nosotros, los hombres, marcamos selectivamente las fronteras del nosotros según eso favorezca o no a nuestro endiosamiento como sujetos privilegiados; somos buenos para el equipo de fútbol, la peña (la de amigos y no tan amigos), la asociación, la empresa o el club, pero cuando se trata de enfrentarnos a la realidad esquivamos la cuestión de nuestra identidad colectiva y dejamos de ser un nosotros para aludir a las excepciones; sin asumir que querámoslo o no, el que asesina es también un hombre, hombre, y que eso tiene que ver de alguna manera con lo que el resto también somos.

Si las respuestas son coherentes y ser hombre es la construcción orgánica de un sujeto colectivo, entonces el problema sería ser hombre, la identidad. En ese caso, la solución sería darnos cuenta de que el disfraz que nos confirma como hombres, como sujeto colectivo, es un disfraz peligroso, tejido en su interior con hilos de explotación, segregación y mucha, mucha violencia. Es verdad que ese disfraz nos tiene enganchados por hacernos sentir que somos mejores, únicos y superiores. Que nos da ventajas no ganadas, privilegios y otros ornamentos del altar idólatra que nos sostiene.

Pero en cuanto somos capaces de conectar al Monstruo con el Ídolo podemos empezar a sentir cierta náusea del disfraz que llevamos puesto. Entonces el disfraz pesa. Y duele, aterroriza. Y empiezas a modificar y desdibujar las marcas de identidad que nos confirman. Y no se trata de rescatar de nuevo el disfraz, que ya hay todo un movimiento que intenta cuestionar el disfraz siempre y cuando queden intactas las señas mínimas para seguir siendo `hombres, aunque sean `buenos hombres´.

Creo que no es esa la estrategia. Precisamente, lo que quizá tengamos que hacer es alterar tanto el disfraz para que no quede nada de aquello que nos hace `hombres´; transgredir los mínimos que nos aseguran para quedarnos desnudos de identidad, y empezar a vivir de otra manera, redescubriendo a la persona que el género, y sus disfraces, nos hace olvidar. Si eso es así, si nuestro sujeto colectivo hombres está ahí, nuestra transgresión identitaria, la de cada uno, será un boicot a la figura colectiva, un error en el sistema -todo sujeto colectivo funciona también como un organismo- que lo desequilibre y empiece a generar cambios en las pautas. Así pues el cambio de uno es también una alteración a la lógica fractal del engranaje. La soledad no es nunca real cuando de identidades hablamos. No hay por donde escapar. Somos y soy a la vez. Y en esto del género también. Por eso es tan importante que cada cual, hombre, se lo piense.

Sobre este blog

'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.

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