Me he dado cuenta de que me hago viejo, mi niñez se está escapando entre mis dedos conforme pierdo a la gente que fue mi asidero, mi Consuelo. Es difícil darte cuenta que el tiempo se va y supongo que como ustedes esta maldita pandemia les deja un mal sabor de boca, muchos entiendo no habrán podido despedir a los suyos y la falta de duelo les habrá dejado baldados emocionalmente, es habiendo podido despedirlos en parte y nos hemos quedado un poco rotos.
No es lo esperado de una muerte, ni lo inesperado de ella lo que hace que el agujero del alma se haga más grande o más chico es darnos cuenta que ya no volveremos a oír una reprimenda, una corrección cariñosa, pero sobre todo unas risas. He de confesar que antes de la pandemia algunas pérdidas me hicieron darme cuenta que debía aminorar el ritmo, ser más consciente, pero supongo que los propósitos de enmienda en mi caso, duran lo que duran, y pasado el tiempo vuelvo a ser el desastre que he sido siempre. Menos mal que quien me conoce lo sabe y me escribe para recordarme que he de felicitarle el cumpleaños.
Nos quedan, eso sí, he de confesar para mi alegría, los vídeos, las fotos y tantos otros inmortales recuerdos que grabamos en nuestros móviles que nada dejan perder. Un tesoro de imágenes sobre las que volver. Y mientras recuerdo ensimismado se cuela en mi cabeza las declaraciones del ministro y su retraso de la edad de jubilación a los 75 años, en un país en el que la esperanza de vida de los hombres es de 79 años y la de las mujeres 81. Una metedura de pata de esas que hacen historia y que cabrean a todo el mundo.
Es posible que en algunos contados trabajos uno se pueda jubilar a los 70 o a los 75, pero en los demás es imposible. Máxime cuando vemos que la esperanza de vida media tiene que ver con el trabajo que desempeñamos y el sueldo que ganamos, algo que el ministro parece no tener en cuenta cuando hace tales declaraciones.
Durante los últimos años hemos visto como bancos, telefónicas, eléctricas y demás jubilaban a mansalva con beneficios a costa del erario público a unas edades que causan sonrojo sin que nadie abriera una queja, a pesar de los dividendos que obtenían y de las ayudas estatales que recibían. Nadie duda que el proceso de concentración bancaria derivado de la crisis ha supuesto un importante vector de destrucción de empleo y con ello de servicios básicos que, como dijimos hace meses, hace que los abuelos no tengan bancos, pero, una vez más, como sucedió con el peaje de las autovías que la directiva obligaba a los camiones, generalizamos a toda la población para no llamar a las cosas por su nombre.
En la mayoría de profesiones los trabajadores cuentan los años que quedan para jubilarse con achaques varios. Entiendo que el estado incentive las jubilaciones tardías en algunas profesiones (aunque el tapón que generará en las universidades y centros de investigación será considerable), pero no todos los trabajadores forman parte de las denominadas profesiones liberales: abogados y médicos… por lo que cabe preguntarse: ¿Qué harán en las demás? ¿qué harán en aquellas profesiones donde el desgaste físico e intelectual es más que evidente? ¿prejubilarse perdiendo dinero? Un poco de por favor y menos milongas.
No es el gasto en las pensiones lo que atenaza nuestro futuro, es la falta de políticas productivas; de conciliación que lleva a un aumento de la natalidad; de empleo, de subida de sueldos; de industrialización. Políticas todas que permitirían el desarrollo de un país para el que necesitamos una emigración que será motor de futuro. Todo esto no se puede hacer sin políticas de inversión educativa, las leyes sin presupuestos no funcionan, así que menos milongas e inviertan más ahora que llegan los fondos europeos.
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