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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Carola Rackete: delito de solidaridad

La capitana del Sea Watch se querella contra Salvini por ponerla en peligro

Ramona López

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¿Qué es lo que convierte en peligrosos a aquellos que pretenden llegar a Europa sin nada, nada más que las propias vidas (en muchos casos maltrechas)?: carecen de bienes, carecen de hogar y carecen de país porque han sido expulsados de él por la guerra y sus consecuencias.

Si no tienen nada ¿por qué son una amenaza? Precisamente por eso: porque no tienen nada. La diferencia entre un moro que viene en patera y un árabe que veranea en Puerto Banús no es la procedencia, la cultura o la religión. La diferencia es que uno de los dos no tiene nada y ese es el que es identificado con una amenaza.

El que no tiene nada es susceptible de querer robarnos lo que tenemos, aunque la experiencia nos demuestre ampliamente lo contrario (casos Noos, Gürtel, Brugal, Lezo, Pokémon, Bárcenas, Rato...). Sin embargo, el inmigrante es un culpable preventivo, es juzgado y condenado a morir ahogado en el mar por los delitos que se supone que puede cometer. No sólo él: también son juzgados y condenados aquellos que pretenden ayudarles. Hemos visto a lo largo de los últimos años la persecución a ongs o a personas particulares por intentar rescatar a inmigrantes: Open Arms, Sea Watch, Helena Maleno, Cédric Hérrou, Pia Klemp, Carola Rackete.

Se trata en la mayoría de los casos de personas occidentales, amparadas por las garantías jurídicas de sus respectivos países y cuya condena pretende ser disuasoria. Pero ellos han preferido sufrir una injusticia a ser indiferentes ante otra aún mayor. Recientemente nos ha conmovido la muerte de un adolescente cuyo cadáver llevaba cosidas a la ropa sus buenas notas (se nos pone un nudo en la garganta al asomarnos al abismo que hay entre su ingenuidad y su tragedia); tampoco hemos podido olvidar la muerte del niño Aylan, cuya imagen permanece fija en nuestra retina. Solo los asesinos (o los aspirantes a serlo) pueden considerar que salvar vidas es delito. El mandato legal que recibimos, sin embargo, es que a nadie se le ocurra ayudar a nadie, recuerden que este es un mundo individualista e insolidario, continúen con sus compras, circulen, que aquí no ha pasado nada.

Matar y dejar morir no es lo mismo, pero su resultado sí. Al final, se deja morir a estas personas no por lo que han hecho, sino por lo que son. Y lo que son es pobres. No nos podemos dejar engañar por los racistas. Su problema además de la xenofobia es la aporofobia: para ellos sobran los pobres, todos los pobres, los compatriotas también. No se solidarizan con ningún pobre, ni de dentro ni de fuera de su país, a pesar de su grito-coartada “los de aquí primero”.

Pero cuando los demás nos sean indiferentes, ¿qué quedará de nosotros? Por eso hay quien más allá de conmoverse, entra en acción. Para ellos, la justicia reserva un castigo ejemplar. En Francia existe lo que se conoce como “delito de solidaridad” que prevé multas de 30.000 euros y cinco años de cárcel a quienes apoyen y ayuden a personas en situación irregular.

Carola Rackete, cuyo desafío a una ley inhumana nos ha emocionado y conmovido, es mucho más que la noticia del mes: es el símbolo imprescindible de lo humano, es el instante congelado de lo que estamos perdiendo.

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