Francisco Puig es un octogenario que trabajó durante buena parte de su vida en los talleres del desaparecido diario Línea, de los que llegó a ser regente. Los veteranos del periódico recuerdan una frase que repetía machaconamente por las noches, cuando se aproximaba la hora del cierre de la edición, antes de poner en marcha la rotativa: “¡Me falta original!”. A Paco lo conocí el otro día cuando, en torno a una mesa, recordamos un grupo de antiguos compañeros, que en ese diario escribimos o los que trabajaron, los 40 años que lleva cerrado un medio de comunicación, fundado en 1939, que acudió ininterrumpidamente a los quioscos hasta 1983. Mi escaso contacto con la gente de talleres, en el poco tiempo que colaboré con Línea, me impidió conocer a la mayoría de ellos; pero nunca es tarde…
Tiempo atrás, Paco Puig fue protagonista de una de las anécdotas más comentadas de los 44 años de historia de ese periódico. La otra tarde, mientras comíamos en el restaurante El Churra y compartíamos un excelente vino de Bullas que eligió Luis Orche, nos la relató de primera mano, tanto a él como a Diego Vera, Felipe Julián, Yolanda Manso, Jesús Serrano y a mí, entre otros.
Lo ocurrido acaeció a finales de la década de los sesenta. La prueba de la portada del día siguiente llegó a talleres aquella noche tras una puntualización del corrector: alguien había escrito ‘Poder judicial’ en uno de sus titulares, entendiendo este con suma pulcritud que lo ortodoxo sería que ambas palabras comenzaran con mayúscula. Al efectuar los cambios de la prueba, al cajista que componía el titular a mano le bailaron las dos letras iniciales y, en lugar de Poder Judicial, compuso ‘Joder Pudicial’. Nadie se percató de tan grave errata, por lo que se cargaron las planchas y la edición pasó a imprimirse. Empaquetados debidamente, de la calle Jara Carrillo salieron de madrugada para los pueblos más distantes los primeros ejemplares. Hasta que alguien dio la voz de alarma: menudo fiasco si aquello llegaba hasta los despachos oficiales, en pleno franquismo, por lo que se echó mano de la Guardia Civil para incautar los ejemplares ya distribuidos.
A Paco Puig lo sancionaron por aquel incidente, que los responsables del periódico calificaron como muy grave. Fue el único que pagó los platos rotos, con una suspensión de empleo y sueldo durante un mes, algo que nos recordó el otro día, aún con sumo pesar por lo acontecido hace ya seis décadas. Una anécdota que, a lo largo del tiempo, suele mencionarse a menudo cuando se trata de referir erratas periodísticas ocurridas en esta tierra. Aunque a todo hay quien gane: hace diez años, The New York Times publicó una sorprendente fe de errores, corrigiendo un apellido de un hombre que uno de sus redactores escribió mal hace la friolera de 136 años. A Paco, en aquella aciaga madrugada, solo le faltó encomendarse a Dios y rezar el Padrenuestro, incluyendo, en acto de contrición, un ‘perdona nuestras erratas’.
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