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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El latido de la memoria genética

Lucía Hernández Soler

El estrecho de Gibraltar separa dos continentes, vertebra geológicamente dos placas tectónicas -la euroasiática y la africana- y divide, de forma totalmente artificial y nada inocente dos formas de vida, a lo que muchos llaman 'culturas', y que nos han implementado que pertenecemos a una de las dos, y que la otra es diametralmente opuesta.

La cultura no es un elemento dado ni estático, todo lo contrario: la cultura es el cultivo de una costumbre que ha sido efectiva y satisfactoria para aquellos pueblos que la han cultivado -por cierto cuando digo efectiva, también quiero decir rentable-. La cultura, o mejor expresado, las culturas, son dinámicas; cualquier acontecimiento nuevo puede ser integrado y rememorado, los símbolos pueden adquirir otros significados, la música, la tradición oral, la gastronomía, incluso el ritual, son elementos dinámicos. Síntoma de ello es cuando se habla de cultura globalizada, la que yo definiría como homogénea y profundamente rentable.

¿Por qué entonces se defiende la cultura como si fuese un dolmen? ¿Por qué esa idea de que existe una cultura, que es así desde siempre y que además nos separa profundamente de otras? ¿Por qué esa defensa a ultranza del “nosotros” contra los “otros”, teniendo como estandarte a la cultura y la tradición?

Partiendo de estos interrogantes -y guardándome la respuesta para mí-, quería traer a colación una imagen que estimuló lo que yo llamo mi memoria genética, haciendo la travesía del Estrecho rumbo a Marruecos, donde más claramente pude apreciar que bajo el concepto “cultura” se hundían unas raíces nada permisivas y tan vertebradoras como esos 14,4 kilometros de mar entre tierras iguales, separando a gentes semejantes.

En la cubierta del barco hacía frio, el viento soplaba fuerte, como si el mismo Hércules hubiese dejado que entrase un chorro de corriente de aire entre las dos columnas que sostiene desde la era antigua; el viento despeinaba el agua y las gotas salpicaban la popa. Allí encontré a una pareja joven con su niña pequeña, que había salido a ver qué era eso de tener tan cerca España -yo en cambio estaba haciendo justo lo contrario: intentar divisar África-.

En ese punto del océano se encontraban cuatro personas mirando a horizontes totalmente opuestos, todos con la misma ansiedad en los ojos: el increíble acontecimiento de ver algo por primera vez. En mi caso, quería encontrarme con eso que nuestra cultura nos dice que hay de diferente en otros sitios, en el de ellos, por eso que la cultura globalizada y capitalista ha dado en llamar: Tierra de oportunidades -engañados estábamos los cuatro-.

La mujer, joven, vivaracha, sostenía a la niña en brazos y la protegía de las impertinentes gotas de agua de las olas; el padre también joven y muy delgado, le explicaba que lejos había luces y aplaudía señalando con sus infinitos dedos las luces que a lo lejos se divisaban desde España. En ese momento, y por primera vez, sentí el latido de la memoria genética (porque la memoria genética late, e irrumpe) ¡Eran tan iguales esos hombres a mis abuelos, y a mi madre cuando por primera vez huyeron a Francia a buscar su oportunidad! Mi abuelo, señalando a mi madre las luces del sur de Francia mientras mi abuela la protegía del frio.

Seguro que ese hombre irrepetible que fue Damián Soler también aplaudió entusiasmado cuando divisó las primeras luces de otro país, seguro que señaló con sus dedos infinitos de hombre de campo otra tierra de oportunidades, seguro que mi madre abrazó un tanto asustada a su madre, como esta niña marroquí a la suya, ante la incertidumbre de lo nuevo, pero desde la tranquilidad de que su verdadera patria está con ella: sus padres.

La memoria genética de vez en cuando late en mí. Lo hizo cruzando el Estrecho, y en ese momento es cuando te das cuenta de que no existen vertebraciones, ni las separaciones estrechas de mares estrechos, ni las estrechas políticas diseñadas por estrechos pensadores de política internacional para estrechar aún más las conciencias. Afortunadamente la memoria genética late, en un latido vibrante que une más allá de lo artificial y lo infundido, más allá de lo cultural y mucho más cercano a lo humano.

Lucía Hernández Soler es periodista

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