Dioses mediante, el próximo sábado dos de abril del año que corre, Murcia conocerá una de las mañanas más locas del calendario festero. Tan loca como la que más. Pero con un añadido de incordura de imposible explicación a los de fuera: La mañana de los pitos largos. Una mañana tan rematadamente loca que toda Murcia parece un cuadro de Brueghel o del Bosco. Más bien de éste último, gracias al cual la sardina entró en los Museos disfrazada de loco de atar.
La mañana en cuestión comienza muy de mañana, con olor a carajillo de cafetera o recuelo. Una bebida con denominación de origen nuestra. Que, aquí, se bebía cuando en toda España se ignoraba. Carajillo, para entendernos, no es café con un chorrico de coñac o anís. Carajillo es “un carajo pequeño”, como prontamente aprendió Walter Starkie, un hispanista irlandés muy dado al tinto peleón que anduvo por estos pagos tratando en vano de dilucidar la idiosincrasia del murciano tan dado a arrimarle el hombro a un Cristo ensangrentado como a tripular la carroza de una diosa con las dos tetas al aire.
En Murcia, lo típico es tomarse el carajillo de coñac o de anís (vulgo matarratas), en la ventanica de despacho a la calle de un bar de barrio. Un suponer, del Barrio. Que en la barroquísima Murcia, para que se enteren bien enterados los que van de sorpresa en sorpresa, hay barrios y el Barrio.
Viniendo del Barrio, con la cabeza a pájaros, hace años dediqué un papel sardinero a la mañana murciana que más suena a pito. El primero de la serie. El segundo fue 'la jungla humana'. Todo lo cual ocurre en 'sábado de pitos', puerta zaguera de las fiestas de Primavera en Murcia. Su espléndido colofón.
Ojo al parche, sardineros. Hay que reunirse en la Glorieta en plan reivindicativo, a pedir a pitada limpia al mundo mundial que se distinga como fiesta de interés internacional el 'sábado de pitos'.
La tarjeta de visita de tan sonora mañana naturalmente es el pito. No de pitorreo, en sentido de mofa o cachondeo, que también. Sino de pitorreo en sentido superlativo de todo hijo de vecino a la calle con el pito en la boca. Sardineros y expectantes. Otra cuestión que exige de explicación a los foráneos. En la dicha mañana, en las calles murcianas no hay espectadores. Hay expectantes. Todos a la expectativa de lo que pueda ocurrir. Y lo que normalmente ocurre es que, por doquier, resuena un enjambre de pitos que es como el de las cigarras del monte cuando el sol agosteño les canea los élitros y se ponen los animalicos con la enza de no parar hasta que los grillos de la huerta les toman el relevo.
Anoche, comí sardina
la raspa la traigo aquí
La buena de mi vecina
se viene detrás de mí
Si en la glosada mañana hubiera elecciones lo sardineros se las llevarían de calle. Nadie concita tanta atención como estas criaturas vestidas de Arlequín, de Piratapatapalo, de Sota de bastos o de Rey de copas que movidas a distancia por los dioses del Olimpo se meten la mano en la faltriquera, sacan la mano llena de baratijas y con el solo movimiento de la mano, otro para quién, sin soltar la carga mueven al pueblo a su antojo.
Me dé un pito, jefe;
que mi hija está de antojo.
Un pitico, maestro, 'pa' llevárselo a la Fuensanta.
Hay quien entrega los pitos en bolsas de celofán. Y quien los arroja en bruto. Pitos y más pitos. De plástico, de barro, de madera, de plástico... Pitos para pitarlos. No para guardarlos en el bolso o en el bolsillo. Pitos para colgárselos al cuello a guisa de escapularios a fin de llevárselos fácilmente a los labios en plan piruleta colgandera (hablando conmigo mismo) para ir sonándolos de continuo, tocando el pito sin parar de tocar.
—¿Tiene usted un pito en casa, señora, un pito en condiciones?
—Pues con marido, cuatro hijos y ocho nietos, ya me contará.
El sentido del pito es dobleintencionado. Un sardinero sin retranca es como un mar sin sal. Lo nunca visto. Los sardineros se echan a la calle con las gracias aprendidas. Pero en el camino se les olvidan e improvisan gracias nuevas. La gente pide pitos con avaricia. Pero no hace ascos si en vez de un pito le dan una pelota, un matasuegras, unas ligas de vampiresa o un peluche con luces intermitentes. Hay quien pide un pito para que le den otra cosa. Y quien cuando le dan otra cosa espera que de propina le arrimen una manotá de pitos.
Con ardides de mago, el sardinero muestra el pito entre dedos juguetones y a la que amaga con cogérselo se lo hurta con sumo recochineo.
Que más quisieras, que el pito que me muestras yo te cogiera.
Yo te lo diera, si al alcaborcico tuyo tú lo pusieras.
Sin AVE y sin Corvera, consuela saber que, aunque falte el companaje, las habas de acompañar y el aceite de sopar, en Murcia siempre nos quedará el pito. Las picantes galanuras de antaño se han perdido. Los sardineros han pasado de las musas al teatro. En SÁBADO DE PITOS toda la ciudad es un retablo de maravillas. LA MAÑANA DE LOS PITOS LARGOS. Pito va y pito viene. Incesante pitorrada. En la calle, en los bares, en el Tontódromo. A la hora del ángelus y a la hora del almuerzo, previo al desfile. Donde pongan buen condumio y cobren una cosa que esté bien. Pí, pí, pí. Que los pitos resuenen en el Olimpo.
Antonio Martínez Cerezo es escritor, historiador y académico.
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