“Para neutralizar los efectos financieros del riesgo de longevidad es necesario combinar aumentos de la edad de jubilación (obligatoria o voluntaria) y de las contribuciones a los planes de jubilación con recortes de las prestaciones futuras”, dice el Informe sobre la estabilidad financiera (GFSR) de 2012 del Fondo Monetario Internacional (FMI).
No puedo evitar decir desde lo más profundo de mi corazón: ¡Son unos miserables e inhumanos!
Discrepando absolutamente con la afirmación de que los mayores son una amenaza -ni para el sistema financiero ni para nadie ni para nada- quiero empezar reconociendo la vida de nuestros mayores, por todo lo vivido y todo lo aportado a la sociedad. Sufrieron la guerra y sufrieron una represión cruel y brutal por el bando ganador. Lucharon por sacar a sus familias del hambre y de la miseria. Lucharon por la democracia, sufriendo la represión de la dictadura franquista, y lograron instaurarla, no fue Juan Carlos I. En la crisis económica del 2008, como consecuencia de la estafa financiera, ayudaron a sus hijos y nietos para que no les faltara el plato de comida, el pago de un recibo de luz etc. Algunos de ellos pidieron, sin hacerles falta, una plaza en residencia para que sus hijos tuvieran un hogar ya que los iban a desahuciar. Otros renunciaron a la plaza en la residencia para ayudar a sus hijos y nietos con su pensión. Han jugado un papel fundamental en la conciliación familiar y laboral, cuidando a sus nietos, recogiéndolos y llevándolos de un sitio a otro porque sus padres no podían. Siguen luchando por las pensiones dignas y, curiosamente, en cambio, los jóvenes dicen que no “van a recibir ninguna pensión” y lo dicen con resignación y sumisión. Admirables en esta lucha los yayoflautas.
Estamos en deuda con nuestros mayores y, en cambio, no hemos sabido protegerlos de la pandemia, tal vez, porque hay demasiado negocio en el cuidado a los mayores, tal vez, porque la sociedad los ha arrinconado. Seguimos sin protegerlos porque preferimos celebrar sin control la subida de un equipo de fútbol, divertirnos irracionalmente o tomarnos cuatro cubatas. Si nos cuesta hasta ponernos las mascarillas. Las prisas por reactivar la economía los han puesto de nuevo en peligro. El cierre a las visitas de familiares y reducción de actividades en las residencias hacen que expresen: “Si esto va a ser así, prefiero morirme” o dicen: “Dónde tengo que firmar y yo me hago responsable si pasa algo, pero quiero ver a mis hijos y a mis nietos”. Algunos se mueren de tristeza, como siempre ha ocurrido.
Hay que reconocer que se utilizan diversos nombres para designarlos como “mayores”, “ancianos”, “jubilados” y “viejos”. Independientemente del término que se utilice, el cariño, el respeto, la valoración y la dignidad deben estar no solo presente, sino muy presente. Le preguntaba a una persona con edad, cómo le gustaría que se llamara a esa edad y me respondía que le daba igual, lo que sí sabía era cómo le gustaría que les trataran y era con amor y que tuviera su sitio dentro de su familia y un sitio en la sociedad, que no le hicieran sentirse como un estorbo o un problema.
Este mundo no es para las personas mayores porque hemos absolutizado la productividad, la competitividad, la ganancia, el beneficio. Desde esta perspectiva vemos el mundo desde la visión de usar y el tirar, de gasto o la inversión; desde esta concepción, vemos que, para los idólatras del dinero, las personas se consideran un costo que siempre hay que abaratar. Las personas mayores se consideran un costo porque ya no producen, ya no son rentables a la maquinaria de hacer dinero para aumentar aumentar los beneficios. Nuestros mayores se consideran una carga presupuestaria que hay que abaratar, perdiendo calidad de vida y dignidad.
Partiendo de esta triste e inhumana realidad, quiero reflejar algunas situaciones.
Primera. Cuando a una persona mayor se le lleva a una residencia. ¿Qué siente? ¿Siente abandono, desarraigo o lo siente como algo inevitable? Los trabajos precarios, eventuales, de muchas horas no permiten esta conciliación del cuidado de nuestros mayores dentro del hogar. ¡Cuánta gente lanza la pregunta angustiosa qué hago con mis padres si no puedo atenderlos. Tengo que trabajar! Pasar de un hogar a una residencia es una situación dolorosa, tremendamente dolorosa. La ausencia de la familia se convierte en una quiebra vital. Se agrava si la familia no los visita con frecuencia.
Segunda. Hay personas mayores que viven solas o que viven en edificios que no tienen ascensor. ¡Qué triste es la muerte en soledad! Hemos visto hace unos días que un matrimonio llevaba muerto unos meses. El olor hizo dar la alarma. No sé las circunstancias, pero qué tremendo debe ser que fallezca la persona que está bien y la persona dependiente, inmóvil, solo pueda observar inerte a su pareja sin poder hacer nada, apagándose poco a poco su vida. No me quiero imaginar esta situación. Este problema se da, sobre todo, en las ciudades.
Tercera. Los recortes en la Ley de Dependencia han sido muy significativos, de tal manera que cubre muy pocas necesidades. A esto, se agrava con el hecho de que miles de personas que esperan la ayuda de dependencia mueren antes de recibirla. ¿Política planificada de retrasar la concesión de la dependencia para que las personas se mueran y ahorren dinero a las administraciones? A todo esto, hay que unirle los copagos farmacéuticos.
Cuarta. Las pensiones son muy bajas para muchas personas y no les permiten una vida digna. Las leyes internacionales y la Constitución Española recogen que las pensiones deben ser dignas, es decir, que cubran todas las necesidades básicas. Tenemos unas pensiones de pobreza y miseria. Hay personas mayores que pasan hambre y frío porque no pueden pagar los recibos de luz.
Quinta. Los refugiados son personas jóvenes que tienen la fuerza física para hacer esos terribles éxodos. Las personas mayores se quedan, esperando lo peor, esperando el estallido de un bomba o las ráfagas de balas, aportando sus pocos recursos económicos para sus hijos o nietos tengan un futuro, una posibilidad de vida, mientras ellos están expuestos a la violencia y al hambre, la sed y la enfermedad. Esperan con tranquilidad la muerte, pero con la esperanza de que sus hijos encuentren un futuro mejor.
Sexta. Los cuidados paliativos siguen siendo insuficientes, al igual que no tenemos habilidades personales y comunicativas para establecer una relación en función de su situación mental. Hay una imagen que llama la atención y es ver un familiar con su padre o madre, que al visitarlos en la residencia se encuentran en silencio o leyendo el periódico esperando a que pase el tiempo porque no sabe cómo comunicarse con una persona que ya no habla.
Séptima. Nuestro mundo va muy rápido y las personas mayores llevan un ritmo ¿lento? No, un ritmo según sus capacidades. No podemos pedirles que su suban o se bajen del coche como si tuvieran 20 años ¿Por qué nos enfadamos y les decimos que no tenemos tiempo?
Octava. Los banqueros quieren su dinero, pero no los quieren como clientes; los mandan al cajero y que no molesten. Les robaron su dinero con las preferentes y fueron a por sus casas porque eran avalistas de sus hijos en la hipoteca. Muchas nos decían: “Era feliz porque tenía a mis hijos colocados y a mis nietos con un futuro y ahora todo esto ha desaparecido. También quieren esos banqueros mi casa, que tengo pagada y que tanto me ha costado levantarla. Creía que iba a morir tranquilo y ahora siento miedo y angustia”.
Novena. ¿A quién le ponemos un respirador: A una persona de cincuenta años o a una persona de ochenta años?
Décima. Es el miedo que le tenemos a la vejez, precisamente, por todas estas situaciones y por el horizonte de muerte. Nos da miedo la dependencia, nos da miedo no saber dónde vamos a ir a parar y cómo nos van a tratar. Oímos con frecuencia: “Cuando me tengan que lavar el culo, que me muera y se acabó”.
Hay más situaciones que se podrían exponer y que reflejan que este mundo no está hecho para el ser humano, para nuestros mayores; está hecho para ocultar nuestra humanidad y que solo tenga valor las ganancias económicas de unos pocos.
Dos preguntas que me hago: ¿Qué queremos decir cuando afirmamos: “Ah, si es –o era- muy mayor? ¿Por qué no hacemos un mundo donde las personas mayores tengan su sitio y no se consideren sea un gasto financiero y presupuestario que hay que abaratar? Como los tratemos, así será nuestra sociedad.
Gracias por vuestras vidas y todo lo que habéis dado, que ha sido muchísimo.
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