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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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No es país para jóvenes

EFE

LosPajarosPican

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Se duplica el número de jóvenes que deja de estudiar para trabajar. El precio del alquiler supera ya precios previos a la crisis. El paro juvenil español lidera el ranking de la UE, sólo por detrás de Grecia. El sueldo juvenil continúa bajo mínimos históricos desde 2010 y lejos de recuperarse, sigue bajando. Dos millones y medio de jóvenes dejaron España desde el comienzo de la crisis. Los menores de 30 deben pagar más del 90% de su sueldo para poder alquilar una vivienda solos. Esto explica que solo el 19% de los jóvenes entre 16 y 29 años se hayan emancipado en 2018, la cifra más baja en 16 años, un dato que supone una completa aberración en la Europa comunitaria.

Todas estas cifras tienen consecuencias en el día a día de las nuevas generaciones y configuran una brecha generacional con un fuerte impacto anímico y emocional. Nuestro país lidera otro ranking que debería hacer saltar todas las alarmas: España es el país con mayor incidencia de depresión entre los menores de 34 años.

Según el Eurobarómetro, ocho de cada diez jóvenes españoles se sienten social y económicamente marginados ante la crisis económica. Dos tercios piensan que su voz no es escuchada. Dos datos que reflejan una circunstancia incontestable: la absoluta indiferencia de la clase política ante esta situación dramática. Cabe preguntarse cómo podrá, la clase política actual y pretérita, justificar la insostenibilidad de las pensiones, dentro de unas pocas décadas.

Pero centrándonos en el presente, ¿qué políticas se han llevado a cabo en los últimos años para incrementar la natalidad, conciliar la vida familiar y rescatar a la juventud de una vida precaria? Y es que, más allá de la restricción del aborto como medida para el incremento de la natalidad cortesía de Casado, las políticas a largo plazo para fomentar un “rescate” generacional para los menores de 35 años ocupan un lugar residual en los programas electorales de los partidos políticos y ninguna de las aplicadas ha logrado revertir una tendencia que ya se ha cronificado hasta niveles insostenibles.

Mientras el foco se sigue dirigiendo a Cataluña y al espectáculo incendiario de VOX, España se sume en un problema de proporciones bíblicas del que, en gran parte, somos culpables las nuevas generaciones por nuestro monolítico inmovilismo desde el 15M. Pero también lo es la izquierda, que sigue perdida en la loable defensa de las minorías y otras cuestiones de gran calado clickbait, obviando que ninguna de ellas tiene sentido si no se ataca el problema de base: la desigualdad social y económica que afecta especialmente a las nuevas generaciones y que dibuja un oscurísimo porvenir para el futuro de este país.

La gasolina del 15M fue la corrupción, pero la leña era la vida precaria. Podemos capitalizó la protesta desde su fundación, pero se quedó solo con la gasolina, porque la leña no da votos. No supieron (o no quisieron) capitalizar ese otro malestar que tenía que ver con el día a día, que era mucho más profundo y dañino que la corrupción, pero que además de no dar votos, tampoco daba portadas. Aquellos que debían representar ese profundo cabreo generacional, se han dedicado a destruir y a hacer política de cara al tendido y no a construir pensando en los que no podían entrar a la plaza. Nos han fallado y ya nadie los sacará de sus torres de marfil. Pero también nosotros nos hemos fallado, poniéndoles la alfombra roja para que, sentados en sus nuevas atalayas, olviden las razones que les ayudaron a ocuparlas.

En un país en el que el gasto en la tercera edad es 34 veces superior al de la infancia, juventud y educación (una anomalía mundial) y los problemas estructurales que afectan a los jóvenes están muy lejos de resolverse, resulta desolador admitir que hay cierto clima de rendición entre las nuevas generaciones y parece imposible que se produzca otro 15M, aunque haya suficientes razones para ello.

Y es que Podemos no solo no ha respondido a los problemas que fueron catalizadores esenciales para su surgimiento y posterior irrupción en la escena política, sino que ha instaurado de forma más o menos involuntaria, la desmovilización callejera de la izquierda trasladando su acción a los platós, a tertulias radiofónicas, a causas mediáticas, preocupándose más de aquellos que nunca les votarán, que de aquellos que los votamos con ilusión. El obrero no vende, es lo primero que parece aprenderse cuando uno se sumerge de lleno en el entramado del poder.

Pero no podemos responsabilizar de todo a aquellos que nos han fallado. Precisamos hacer un ejercicio individual de instrospección y preguntarnos, como ciudadanos, qué es lo que destruye más a un país: ¿la pirotecnia nacionalista o que la juventud no tenga futuro? ¿el fascismo populista que abre cada telediario o casi un 50% de paro juvenil? Pero sobre todo: ¿qué puede esperarse de un país cuyos ciudadanos han aprendido a rendirse?

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