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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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La guerra que nos toca vivir

Manifestaciones de apoyo a la revista satírica 'Charlie Hebdo' / EFE

José Miguel Vilar-Bou

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Han pasado unos días desde la terrible matanza en la redacción de 'Charlie Hebdo'. Es fácil decir lo que todo el mundo quiere oír. Las frases a las que cualquier lector asentiría. Pero vamos a intentar poner la mirada en las zonas oscuras, que todos conocemos. Dejo aquí tres ideas:

En guerra

Es evidente que hace tiempo que vivimos una guerra. Una que no es que se prometa larguísima, sino que es imposible pronosticarle un final. En su planteamiento, en algo recuerda a las invasiones bárbaras que sufrió el Imperio Romano o a las rudas acometidas cristianas que padecieron los andalusíes: imperios cansados frente a una fuerza más básica, pero de ideas definidísimas e insobornables, que se convierten en la fe y determinación del que no tiene nada que perder.

Nosotros, por nuestra parte, decimos creer en la democracia. Pero es difícil creer en algo cuando hemos permitido que se quede vacío de contenido. A fuerza de repetirla, “democracia” se ha convertido en sólo una palabra. Hay que devolverle el alma al sueño.

Esta guerra, de la que todos somos potenciales víctimas, empezó hace ya mucho sin que ni siquiera nos percatásemos, fieles a nuestra costumbre de considerar Occidente el ombligo del mundo. Ese ha sido una y otra vez, desde hace décadas, el tremendísimo error de Estados Unidos en su política internacional: ese desconocimiento del otro. EEUU jamás se ha molestado en comprender los países que ha invadido. O a su gente, que ha muerto bajo la excusa de querer liberarla. Desde Vietnam hasta Irak. Dos guerras inútiles y perdidas.

Es impresionante la colección de irreparables equivocaciones históricas que jalonan el camino que lleva a la matanza de París (que ya es sólo un jalón más en esta horripilante escalada): desde el apoyo que Estados Unidos prestó a los Talibanes en los ochenta para convertir Afganistán en el Vietnam de los rusos, hasta las vengativas y tramposas invasiones de Irak y Afganistán, que han arrojado miles y miles de víctimas tan inocentes como las “nuestras”.

Estratégicamente hablando (dejemos de lado lo moral), ¿qué han traído estas intervenciones militares, torpes y contraproducentes excepto para quienes hayan hecho negocio con ellas? El estropicio que EEUU montó en Oriente Medio le ha dejado el terreno libre al Estado Islámico. La ejecución sumarísima de Bin Laden sólo ha servido para abrirle el paso a un nuevo “enemigo de Occidente”: el autollamado Califa Abu Bakr al-Baghdadi. Y así será siempre. Siempre habrá un nuevo Bin Laden y una nueva Al Qaeda. La violencia, fiel a su naturaleza, no ha generado más que violencia y ninguna solución: hoy el mundo es un lugar muchísimo más peligroso que hace diez años.

Adalides de la libertad

Durante estos días no se han dejado de oír declaraciones de políticos presentando a los países occidentales como los “defensores de la libertad”. Pero, ¿se nos percibe así en los países pobres, sin duda el campo más abonado para el yihadismo? Por supuesto que no. Con demasiada frecuenta nuestra “libertad” se ha sustentado en la explotación y el sometimiento económico de las antiguas colonias, que jamás dejaron de serlo. Eso por no hablar del vergonzante apoyo a tantos tiranos afines (económicamente, claro) a Occidente.

¿Podemos en estas condiciones presumir de adalides de la libertad? ¿Cómo van a sentir simpatía por el Primer Mundo allá en el Tercero? Sin duda esa es una batalla que Occidente perdió hace mucho. Y Al Qaeda y cualquier otro grupo de la amalgama yihadista lo ha sabido aprovechar. No en vano, es en África donde con mayor virulencia se expanden los credos fundamentalistas.

Desigualdad

Otra cuestión: ¿Cómo prevenir la germinación del yihadismo aquí, en nuestras sociedades? Por descontado, con una efectiva actuación y vigilancia de las fuerzas de seguridad. Eso es evidente. Pero, ¿van a hacer estos admirables y constantes desvelos que el islamismo deje de tentar los corazones de los jóvenes musulmanes en Europa? No. Esa otra batalla clave no se lucha con armas. Aquí sólo hay dos cosas que pueden funcionar: la educación y, sobre todo, la erradicación de la pobreza.

Como prueba, basta recordar que el fundamentalismo islámico moderno nació en Londres, en pleno corazón del Primer Mundo. Estas células se nutrían (y nutren) de jóvenes musulmanes, procedentes de familias humildes, desencantados y llenos de rencor hacia una sociedad opulenta y consumista que no les admite y les niega sus “luces y placeres”. Entonces el islamismo extremo se convierte en una opción atractiva para ellos: les ofrece un grupo en el que reforzar su identidad, un credo austero, una alternativa a esa sociedad tentadora y materialista que los rechaza… Y una puerta de salida a su violencia y resentimiento. Además, esa puerta justificadora es nada más y nada menos que una gran causa: la del Islam.

En efecto: es exactamente el mismo proceso que lleva a un adolescente blanco a meterse en un grupo skin: el joven de pocos recursos que busca en la pertenencia al grupo su identidad, la gran causa (salvar la patria del extranjero invasor) que justifica la violencia, el credo básico y espartano…

Ya se ve: los extremos se tocan. Y contra estos males, que se sepa, sólo existen dos remedios: más educación y menos pobreza. ¿Es esto lo que están haciendo nuestros gobernantes?

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