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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

9 de junio

Pedro Serrano Solana

Murcia —

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El 9 de junio se celebra el Día de la Región de Murcia -también el de La Rioja-. El motivo de la fecha no hay que buscarlo en los tiempos del Imperio Romano ni en una legendaria batalla medieval, aunque los archivos de esta tierra recojan avatares suficientes como para justificar la elección de otras fechas. A lo que alude este 9 de junio es a la promulgación del joven Estatuto de Autonomía, hecho del que hoy se cumplen 33 años.

Aunque no soy sociólogo, politólogo ni antropólogo, voy a permitirme unas reflexiones sobre el hecho murciano, como murciano observador y como estudioso de la historia regional. Hace unos años, cuando trabajaba como guía en el Museo de la Ciudad de Murcia, recuerdo una visita guiada que hice para una pareja de turistas madrileños. En un momento de mi relato, la señora me preguntó la razón de que Murcia no perteneciera a Andalucía. Le respondí que, sencillamente, porque Murcia no es Andalucía. Acto seguido repitió la pregunta al respecto de la Comunidad Valenciana y luego de Castilla La-Mancha, y mi respuesta fue idéntica. Le faltó nuestra frontera sur, aunque no puedo imaginar el sentido de la pregunta: quizá, “¿por qué Murcia no está sumergida en el mar Mediterráneo?”. “La Región de Murcia”, le dije al fin, “es un poco de cada una de las regiones con las que limita y también del mar, pero al mismo tiempo, es todo lo contrario”.

Si hay algo que me ha quedado claro en mis años de experiencia como guía turístico, es que la identidad de esta tierra siempre ha sido difusa para el foráneo. Y más: que también es difusa para el lugareño. En todos los rincones del planeta, eso que llaman identidad cultural viene condicionada por aspectos geográficos y por la innegable influencia de las culturas vecinas. El ejemplo murciano es más que evidente: el hecho de ser históricamente una tierra de frontera política y a veces religiosa, en ocasiones dura e inóspita, puede haber forjado un carácter individualista pero al mismo tiempo cálido y acogedor. Y por desgracia, creo, también muy poco consciente del valor de lo propio, de su propia identidad y de su cultura. El murciano, en general, no se ha preocupado nunca por conocer su historia y su patrimonio. Añadiría que así nos ha lucido el pelo en las últimas tres décadas, y desde mucho antes.

El franquismo se cebó con la frágil identidad murciana, la sesgó y la redujo a mínimas expresiones de folklore religioso. Los “murcianos de dinamita” que describiera nuestro genio vecino, Miguel Hernández, quedaron reducidos a la nada. Cierto complejo de inferioridad hizo el resto, y sobre esa tierra quemada, ya en la etapa democrática, a penas se levantó un aparataje identitario de cartón piedra con tintes claramente partidistas como el del “agua para todos” o las galas de “Murcia, qué hermosa eres”, ambos asuntos parece que superados, por fortuna. Ya más recientemente, las tapicas y la cervecica al sol en alguna plaza, o frente al mar, están sumando cada vez más muestras de apoyo entre los propios murcianos. Mucho mejor, pero insuficiente.

Nos quejamos, eso sí, de que la Región de Murcia casi no salga en los medios nacionales, si acaso para cosas malas y nada más. Que se hable antes de la Feria de Abril, las Fallas o los San Fermines, que de fiestas tan llamativas como los Caballos del Vino, la Semana Santa de Lorca o el Bando de la Huerta; que se tenga en un pedestal a la paella valenciana y no se cite el arroz caldero o el arroz y verduras; que la cocina vasca goce de los flashes fotográficos y no la gastronomía murciana, que, desde luego, no será peor porque le falte materia prima de calidad; que se citen los monumentos romanos de Mérida o Tarragona y no se recuerde a la gran Carthago Nova, la ciudad de Cartagena; que no se sepa de la importancia de la Múrsiya andalusí, capital de Al Andalus y productora de rica seda.

Nos molesta que no se hable del místico sufí Ibn Arabí, de Isaac Peral y de su submarino, de Ricardo Codorniú y su labor de repoblación forestal en defensa de la naturaleza, de la poesía de Carmen Conde o de Juan de la Cierva y su autogiro. Por cierto, que otra pareja de turistas, en este caso belgas, acudieron al Museo de la Ciudad en el que yo trabajaba, preguntando no ya si había alguna vitrina dedicada al ingeniero murciano, sino la dirección del (inexistente) museo íntegramente destinado a quien consideraban un hito de la historia de la aviación. Digo que nos quejamos de todo eso. Algo de culpa tendremos.

Y aquí he llegado. En realidad este artículo no pretendía glosar las virtudes murcianas, poco reconocidas fuera de aquí -también dentro-, ni comparar a la Región de Murcia con ningún otro lugar -ya he dicho que una de las riquezas de esta tierra es ser un poco andaluza, un poco manchega, un poco valenciana y un tanto mediterránea-. Pretendía hacer un ejercicio de autocrítica. La Región de Murcia y los que la habitamos, quizá hemos permitido lo que nos ha pasado, por acción o por omisión. Hemos permitido haber estado a la cola de tantas cosas en España por no haber tenido un mínimo de amor propio. Y luego pasa lo que pasa. Por ejemplo, que la séptima capital del país vaya a permitir que le entre el AVE en superficie, cuando tiene una estación de ferrocarril de los Play-Móbil, y no tiene ni un kilómetro de vía desdoblada ni electrificada, ni está conectada con Andalucía, ni ha visto -¿ni verá?- terminada la variante de Camarillas. Eso por citar algo. Hoy no hablaré de aeropuertos.

Sé de buena tinta que las casas se empiezan a construir por los cimientos, y creo firmemente que el conocimiento es el mejor cimiento para construir una sociedad más comprometida, implicada, crítica y reivindicativa. Mi conclusión a todo lo expuesto es que Murcia debería empezar a conocerse y a reconocerse para aspirar a tener un futuro mejor.

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