Joaquín Buendía: el alcalde de Alcantarilla que se despidió sin irse
La llegada de Joaquín Buendía al Ayuntamiento de Alcantarilla se produjo en el contexto de aquellas primeras elecciones municipales marcadas por el 15M en las que el Partido Popular, al igual que el PSOE, perdieron la mayoría de sus grandes plazas: Valencia, Madrid y Barcelona fueron la punta de lanza de los llamados Ayuntamientos del Cambio de los que hoy no queda más que el recuerdo.
Por entonces, la regencia del Consistorio de Alcantarilla, la quinta ciudad en población de la Región de Murcia y la más próxima a la capital, dentro de cuyo término municipal se encuentra enclavado el suyo propio, la ejercía Lázaro Mellado, un abogado y vecino del pueblo a quien, cuentan fuentes cercanas, su familia llegó a suplicar que no entrara en política y que no obstante ejercería durante las siguientes dos décadas; de 1995 a 2015: año en que el Partido Popular necesitaba desesperadamente un, como mínimo, cambio de imagen; sobre el antiguo edil se iba evaporando poco a poco la confianza ciudadana.
Aquí es donde entra en escena Joaquín Ricardo Buendía Gómez, un ingeniero técnico en Electrónica Industrial con vocación de docente, premiado en su carrera y con una trayectoria previa en la Consejería de Educación que le dotaba de un perfil técnico, aséptico e ideal para oxigenar la imagen del partido sin poner en tela de juicio sus fundamentos. Buendía era el rostro amable de una maquinaria en crisis. No pretendía ser un revolucionario ni un verso suelto, sino una figura de continuidad vestida con el traje nuevo del regeneracionismo; volver al pasado, pero llamarlo viaje en el tiempo. El PPRM siempre ha tenido una gran habilidad para poner nombre a las cosas.
Su desembarco en el Ayuntamiento era a todas luces una operación cosmética con fondo de urgencia. El partido necesitaba sangre nueva -o al menos cara nueva- para preservar sus bastiones. Y Alcantarilla, con su proximidad simbólica y territorial a Murcia, funciona como un termómetro electoral y laboratorio de estabilidad. Buendía era el candidato ideal para ello: lo suficientemente desconocido para que no se le asociara a sombras del pasado, pero lo bastante integrado en la estructura del PP como para garantizar obediencia al aparato. La apariencia de un hombre tímido se vio rápidamente aplastada por la de un trabajador compulsivo que controlaba cada aspecto de sus concejalías y tenía la voz cantante en todas las decisiones que se tomaban en el municipio, según cuentan personas cercanas a Buendía.
Tres legislaturas
En las formas, encarnaba la meritocracia; en el fondo, servía al continuismo. Su primera legislatura (2015–2019) fue en minoría, como tanteo y consolidación. En la segunda (2019–2023) alcanzó la mayoría absoluta, y en la tercera (2023–2025), ya convertido en barón local, superó incluso el techo de la anterior. Alcantarilla era suya. En las últimas elecciones de mayo de 2023, el Partido Socialista del municipio arrojó toda la carne en el asador presentando como candidata a Lara Hernández, con un perfil igualmente ameritado, querida por la mayoría de los vecinos y con un proyecto que rompía por completo con la línea anterior de la oposición. Sin embargo, el voto municipal en clave nacional bastó para que la ex diputada regional -y la política de izquierdas mejor valorada de la ciudad- consiguiera uno de los peores resultados de su historia.
Hernández es hoy portavoz del grupo socialista en el Ayuntamiento. Su relación política con Buendía, según sus propias palabras, “no ha sido fácil”; empezó torcida en la primera legislatura y, pese a los desencuentros constantes y las diferencias de fondo, admite que siempre reconoció en él una notable capacidad de trabajo; la tenacidad burocrática tan propia de quien sabe que en política, más que brillar, importa resistir.
En la vitrina de logros, su equipo no ha escatimado en esfuerzos por destacar la reducción de la deuda pública en más de un 70 % -de 51 a 14 millones de euros- haciendo de la austeridad un sinónimo de la virtud política. También aparecen el remozado del Museo de la Huerta, la modernización del Polideportivo Municipal, la apertura del Parque del Acueducto y el tan celebrado reconocimiento de UNICEF que convirtió a Alcantarilla en “Ciudad Amiga de la Infancia”, gracias al Órgano de Participación Infantil y Adolescente (OPIA). Una deuda generada y reducida por el mismo partido, aclara Hernández
En la foto de familia del balance municipal todo parece en orden, pero basta apartar el marco para ver las manchas. El Parque Empresarial San Andrés, presentado como la palanca definitiva para reactivar el tejido económico local, permanece en gran parte infrautilizado, con parcelas vacías y empresas que no llegaron a aterrizar. El yacimiento del Cerro Íbero, anunciado con entusiasmo como un motor de dinamización turística y cultural, sigue siendo una promesa de potencial más que un referente consolidado; o más bien, un lugar para hacer botellón lejos de la mirada de la Policía Local, que -cuentan en Alcantarilla- es el uso más asiduo del paraje.
En lo urbanístico, las reformas de accesibilidad y reordenación vial han avanzado, pero muchas de ellas a costa de procesos poco participativos y con críticas reiteradas de colectivos vecinales, especialmente por la falta de planificación inclusiva. El modelo de ciudad se ha construido más mirando al titular de prensa que en el largo plazo. Salvo contadas iniciativas piloto, no hubo una estrategia sostenida para reducir la brecha de desigualdad, ni una apuesta clara por la vivienda pública, ni por mecanismos de participación que integraran a colectivos excluidos, según ha denunciado la oposición en numerosas ocasiones. Gestionar para no transformar.
“Ordenar” su vida
El 21 de abril anunciaba por sorpresa que dejaba el cargo. En realidad, ya en las pasadas elecciones se especulaba con un cambio en la alcaldía que no llegó a materializarse. No lo hizo, sin embargo, hasta el pasado lunes alegando que “había abandonado demasiadas parcelas de su vida personal” que quería recuperar. Se trataba, decía, de una decisión “muy meditada”.
Pero Joaquín Buendia no quería irse sin más; no podía esperarse otra cosa de alguien a quien no se le puede achacar no asistir a un acto público o social en Alcantarilla porque es probable que haya estado en todos. Los pasillos del Ayuntamiento se llenaron de vecinos -amigos y familia, mayormente- y el Pleno, hiperbolizado su uso teatral, ofreció la ovación unánime que suele reservarse para cuando todo el hemiciclo tiene ganas de quedar bien. Hasta la oposición se sumó al aplauso con ese respeto institucional que en política lo mismo sirve para cerrar heridas que para ocultarlas.
Buendía, contenido y solemne, apeló a los tópicos del deber cumplido y la entrega incondicional. Agradeció al partido, a su equipo, a la ciudadanía, a las peñas, a las hermandades; agradeció al ecosistema social entero que sostiene al poder cuando el poder es continuista. Habló de proyectos por terminar y de sueños delegados, de un municipio que “ha iniciado una senda de crecimiento”. Según decía -y se decía-, tenía intención de volver a la docencia. Y deslizó, con la misma emoción estudiada con la que aparecía en FITUR alabando las escenas de la Semana Santa, que era hora de recuperar su vida. El clásico argumento del sacrificio familiar y un telón cayendo de fondo con violines. Ha terminado siguiendo él mismo el consejo que dio a Hernández, cuando a una cuestión sobre el posicionamiento del alcalde con las protestas de los agricultores de Lorca contestó que, lo que debía hacer, era “ordenar” su vida personal.
En el hasta ahora de Joaquín Buendía no hubo tiempo para la autocrítica, ni una alusión al desgaste democrático que implica gobernar en mayoría sin contrapesos efectivos; diez años dan para arrojarse toneladas de flores. Tampoco hubo espacio para preguntarse por qué, después de diez años de poder absoluto, Alcantarilla sigue sin resolver sus desequilibrios estructurales, su desigualdad barrial y los evidentes problemas de transporte público que, pese a cambios, anuncios y plenos celebrados, sigue sin conectar como es debido con ningún otro municipio de la Región; como diría Jorge Dioni: no es un error, es el modelo. Todo lo demás quedó sepultado por el alud del reconocimiento autoinfligido. Todo fue liturgia.
Buendía sí que dejó constancia de que seguirá al frente de la agrupación de Alcantarilla como presidente y que continuará “a disposición del Partido Popular, de su Comité Ejecutivo Nacional y del Comité de Dirección de la Región de Murcia para todo en lo que pueda ser de utilidad”, que es lo que hace un político cuando quiere decir que busca puesto en empresa pública o lo que surja; una despedida a sus lectores; un girarse esperando escuchar su nombre.
Lo que ocurrió, ya no a continuación, sino mientras tanto, fue el anuncio en toda la prensa autonómica de su nuevo puesto como gerente de ESAMUR, la Entidad Regional de Saneamiento y Depuración, en el que cobrará algo menos de lo que ganaba como regidor. En el pueblo pocos han pasado del vaya tela. El retorno a la vida privada duró lo que un receso del Pleno; esas parcelas de su vida personal eran suelo urbanizable.
Por algo la casuística es la espada de Damocles de la narrativa. Los aplausos de despedida se confundían con los de bienvenida; Alcantarilla pierde hoy a un político que, como tantos, se despidió sin irse.
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