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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

España, una causa de izquierdas

S.Santamaría: A lo mejor sabemos de mujeres porque también somos mujeres

Javier Arteta

Parece haber mucho interés en hacer de España un manicomio de emociones nacionales enfrentadas, donde el ruido de los himnos tape la voz de los ciudadanos y el agrandamiento progresivo de las banderas oculte la jibarización creciente de los salarios, de las pensiones, de los servicios públicos y del Estado de bienestar. Por un lado, tenemos la PostCataluña del Postproces; esa PostRepública que continúa con su exhibición Postnacional de Postbufonadas, una vez fijada su doble capitalidad política en Bruselas y Ginebra. En lo que va quedando de la España una e indivisible (y de las J.O.N.S. a no tardar), aumentan los encontronazos con las autonomías, paralizadas, en su capacidad de gasto social, por los “hombres de negro” del ministro Montoro. Pero, como aún se puede hacer más (Todo por la Patria), Albert Rivera se ha propuesto alborotar lo que es hoy el territorio español más tranquilo y emprende una santa cruzada contra el Concierto Económico; que, a su vez, enciende las pasiones identitarias (y expectativas electorales) de los nacionalistas de por aquí.

Y, por si éramos pocos, ahora Marta Sánchez se nos pone de parto (artístico) y alumbra la letra que le faltaba a nuestro Himno oficial, para agradecer a Dios el país que tenemos. Ha sido un verdadero chute de adrenalina para las derechas que nos co-gobiernan, empeñadas ambas en demostrar cuál de las dos tiene la españolidad más larga. Y ha bastado un himno cantado como Dios manda (y en España sigue mandando mucho), para que tanto Mariano Rajoy como Albert Rivera se unan en lo que de verdad importa para ellos.

Y en esas andábamos cuando ha surgido un imprevisto. Nuestros mayores se rebelan y, como tienen ya mucha mili en las espaldas, han llegado a la conclusión de que no necesitan jurar bandera para defender con uñas y dientes unas pensiones dignas que la derecha gubernamental les niega. Al parecer, nuestros jubilados se han dejado contagiar del populismo ambiental y empiezan a estar muy malhumorados con esa España tan bonita y tan divina de la muerte que una gran parte de ellos no se pueden pagar. Y se han lanzado a la calle, en lo que podría ser el inicio de una contestación social de más altos vuelos.

Y, ¡lo que son las cosas!, ha sido preciso que esa posibilidad apunte en el horizonte, para que, al igual que en las películas de infidelidades, la derecha que nos gobierna se vea obligada a explicar que los desastres colectivos que causa “no son lo que parecen”. Pero, cuanto más se explica, peor se lo pone, y mayores protestas provoca, porque no está acostumbrada a ese guión. Su guión es el de la defensa a ultranza de la España machadiana “de Frascuelo y de María” (y, de paso, del obispo Munilla), y se está empezando a encontrar con la España cabreada: la que sufre la exclusión, la pobreza y la desigualdad en sus diferentes manifestaciones. Y que es, además, una mayoría sociológica y probablemente muy temible si entra en 'modo' movilización permanente.

Seguramente muchos de quienes se hallan dispuestos a partirse la cara por una bandera o un himno, lo estarían aún más a unirse por la salvaguarda del sistema público de pensiones, la recuperación de una enseñanza y una educación públicas de calidad, la reactivación de las ayudas a la dependencia, la restauración del poder adquisitivo de los salarios o la igualdad salarial entre hombres y mujeres; que son, dicho sea de paso, objetivos nacionales mucho más compartidos y con mucha mayor capacidad de unión que las emociones patrióticas que hemos venido padeciendo de un tiempo a esta parte.

Y podría ocurrir, igualmente, si esa movida social se incrementase, que fuéramos llegando a la conclusión de que tener a De Guindos en el Banco Central Europeo por el hecho de ser español no es necesariamente lo mejor que nos ha podido pasar como país. O que los medios de comunicación, acabaran enterándose de que las alocuciones de Puigdemont desde su refugio dorado no son tan importantes como para concederles la prioridad política que ahora disfrutan. O que una mayoría de catalanes –con senyera o sin ella- asumieran que sus problemas cotidianos en nada se diferencian de los del resto de los españoles, por lo que nada se opone a hacer causa común con ellos en defensa de unas reivindicaciones compartidas. Podría ocurrir, en definitiva, que acabara emergiendo la España real, con sus problemas reales en el plano político, económico y social.

Como podría ocurrir que algunos mitos acuñados por las fuerzas conservadoras terminaran cayendo por los suelos. Por extraño que pueda parecer, la derecha gobernante, la que hace de la “unidad de España” su razón de ser, ha sido la que ha hecho posible la mayor crisis territorial de nuestra historia democrática; y la que ha dejado un país más dividido y desmoralizado que nunca: por los recortes sociales, por la corrupción, la mentira y el autoritarismo rampante.

Y tal vez lo que nos está empezando a decir la ciudadanía que se moviliza para reclamar sus derechos es que la unidad de España se basa en objetivos que van mucho más allá de los folklorismos nacionalistas. Las libertades, la laicidad, la igualdad social, las políticas de bienestar, la transparencia democrática… son un pegamento nacional más sólido que toda esta avalancha de himnos, símbolos y banderas que amenaza con aturdirnos. Y en la concreción de esos objetivos puede estar el verdadero “trabajo nacional” de la izquierda. Porque España no es una propiedad privada de la derecha. Es algo que tiene mucho que ver con los objetivos igualitarios e integradores de la izquierda. Yo diría incluso que, en los tiempos que corren, España es una causa netamente de izquierdas.

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