La moción de censura de VOX
VOX tiene la moción de censura en su agenda desde antes de que empezara la legislatura propiamente dicha. Abascal ya anunció en su intervención en el acto inaugural de la legislatura, en la sesión de investidura, la presentación de una moción de censura en algún momento, aunque no concretó fecha y reconoció expresamente que era al PP a quien correspondía tomar la iniciativa y designar el candidato a la presidencia del Gobierno. VOX únicamente la presentaría en el caso de que el PP no la impulsara. El aviso estaba dado.
La prolongación de esa moción de censura anunciada fue la estrategia seguida por VOX en los sucesivos debates y votaciones en el Congreso de los Diputados para pedir la prórroga del estado de alarma, en los que, a diferencia del PP, dijo no desde la primera votación. A partir de la segunda, VOX consiguió arrastrar al PP al voto negativo con la pretensión de intentar conseguir la inversión del resultado de la votación de investidura, (una suerte de moción censura encubierta), cosa que estuvo a punto de conseguir en la cuarta prórroga.
Una vez fracasada la moción de censura encubierta a través del rechazo parlamentario de la prórroga del estado de alarma, VOX ha vuelto a su posición inicial de moción de censura abierta en la primera ocasión que ha tenido sobre ello, y esta fue en el pleno en que el presidente del Gobierno presentó el resultado de la cumbre de la Unión Europea para la reconstrucción económica tras la crisis de la Covid-19.
Y ha vuelto con un planteamiento similar al que expuso en la sesión de investidura, aunque con un nivel de concreción superior. Abascal anunció la presentación de la moción de censura en el mes de septiembre, pero explicó en la réplica al presidente del Gobierno que no la presentaba de manera inmediata, porque pretendía utilizar el mes de agosto para negociar con otros grupos parlamentarios, con el PP básicamente, la fórmula.
Parece obvio que Santiago Abascal pretende arrastrar a Pablo Casado en su estrategia de enfrentamiento con el Gobierno, invitándolo a que sea él quien la encabece. En el aire dejó la amenaza de convertir la moción de censura en una “moción de acoso” a los diputados que no la secundaran. La alusión a la interpelación pública por parte de los ciudadanos a los diputados antes y durante la tramitación de la moción no puede ser interpretada de otra manera.
Únicamente Adriana Lastra hizo referencia a dicha alusión y razones tienen los diputados de los partidos de izquierda que constituyen el Gobierno para temerse todo tipo de insultos, como los que ha tenido que soportar recientemente la Ministra de Trabajo en Toledo. Pero mi impresión al oír a Santiago Abascal es que los destinatarios de la alusión eran, sobre todo, los diputados del PP y también, aunque en menor medida, de Ciudadanos.
Santiago Abascal da toda la impresión de que se propone ser el protagonista de un “otoño caliente”, haciendo uso de la moción de censura como instrumento para darle una dimensión política adicional. No es el resultado de la votación parlamentaria de la moción de censura lo que le interesa, sino la agitación en las calles como forma de imponer su liderazgo en la derecha española en un momento en que piensa que la dureza de la situación económica y social en que se encontrará el país le puede deparar una ocasión para hacer estallar el Gobierno de coalición.
VOX no juega con las mismas reglas que juegan los demás. Cuando se trata, como dijo Santiago Abascal, de “salvar a España”, la aritmética parlamentaria pasa a un muy segundo plano. Contra un Gobierno “ilegítimo” hay que lanzarse en tromba, sin perderse en cálculos sobre si los números salen o no. Hay que situarse en un escenario de agitación permanente, en el que la acción parlamentaria sea complementaria de la presión de la calle. El Congreso de los Diputados debe ser la caja de resonancia de la agitación callejera. ¿Cuántos parlamentarios de las derechas y en especial del PP están dispuestos a sumarse o a resistirse a esta estrategia? Esto es lo que Santiago Abascal parece que está dispuesto a comprobar en septiembre.
Para los parlamentarios de los partidos que componen el Gobierno el otoño va a ser muy duro, pero nada más. El impacto político de la presión que van a tener que soportar es nulo.
Para los parlamentarios del PP ocurre todo lo contrario. Es el impacto político de la presión lo determinante. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el PP para aguantarla? Una vez que se pone en marcha un proceso de agitación callejera, no es fácil saber cómo puede acabar.
Lo que vaya ocurriendo en el mes de agosto nos irá dando alguna indicación de lo que puede ser el mes de septiembre. Pero la derecha española en su conjunto sabe que tiene que gestionar una moción de censura que no parece que tenga marcha atrás.
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