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Actos de verdad, memoria y reparación

Valle de Cuelgamuros.
19 de agosto de 2023 21:57 h

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Desde el primer momento estaban ahí, todos lo sabían. Pero han tenido que pasar 87 años para que algo tan sencillo, natural y respetado hasta en los relatos de los textos homéricos, el entierro de los propios muertos, se haya podido materializar. La ocultación, la represión, la mentira, el terror entonces y la consolidada herencia política y sociológica que dejó el dictador han pesado tanto como la losa que lo sepultaba en el mausoleo que pretendía atar la historia de un periodo de este país a una única lectura.

Hoy se escriben unas líneas más en el diario de la historia reciente de este nuestro país.

Hoy se produce la inhumación de los restos de diez personas asesinadas el 20 de agosto del 36. Otro más de los actos de verdad, memoria y reparación, de las víctimas de uno de los bandos de la Guerra Civil. Para los familiares es siempre algo especial, altamente emotivo. Pero es importante señalar que estos actos trascienden con mucho el ámbito estrictamente familiar. Así lo sentimos y tenemos la necesidad de explicarlo y compartirlo con el mayor número de compatriotas, en el contexto del siempre difícil pero imprescindible debate ciudadano, sustituido últimamente por peligrosas estrategias de agitación emocional.

Fueron asesinados, arrojados a un pozo, extraídos años después y trasladados al Valle de los Caídos. Sin nombre, sin conocimiento de esposas, maridos e hijos, por entonces vivos, en una exhibición de poder absoluto y endiosamiento del régimen sin ninguna consideración por las víctimas. Hechos probados ahora y ninguneados en la historia franquista.

Llegar a la recuperación e identificación de estos primeros restos del ahora Valle de Cuelgamuros ha sido posible gracias a la tenaz labor de investigación, denuncia y reclamación de justicia ante todas las instancias administrativas y judiciales. Dentro y fuera de España. Veinte años de negativas y portazos. Pero las piedras más duras, a base de golpes, por pequeños que sean, acaban mostrando grietas. Y las sociedades, a base de tiempo y honestidad, pueden y deben transformar su percepción de unos hechos sectariamente presentados.

La acción decidida del último gobierno que estos días termina su mandato, ha permitido a los equipos técnicos, literalmente, golpear el cortafríos que ha facilitado el acceso a esas criptas, tapiadas, con el aire envenenado, escondiendo la verdad y ocultando las vergüenzas de un régimen dictatorial, destinadas a no ser abiertas nunca.

Pero, decía, estos actos de memoria no son sólo un símbolo para las víctimas de la represión.

Todavía levantan ampollas en medio de un peligroso discurso de la España y la anti España que nos aleja de la imprescindible normalización de la Guerra Civil en nuestro país. Porque la Guerra Civil sigue siendo un problema 87 años después. Hasta su tratamiento en el ámbito escolar está enrarecido, de manera que es escandalosa la falta de conocimiento que nuestros jóvenes y adolescentes tienen de la misma.

El camino para normalizar la salida de un conflicto como la Guerra Civil y la dictadura es tremendamente difícil. Existen multitud de ejemplos en el mundo.

Los relatos compartidos juegan un papel esencial en esa sanación social. Son imprescindibles para el avance democrático y la consolidación de la convivencia. Difíciles; pero, en nuestra opinión, no imposibles.

Son relatos, en plural. No se busca un solo hilo, no se pretende escribir un nuevo capítulo de la Enciclopedia Álvarez con una visión única del origen, desarrollo y explicación del enfrentamiento fratricida. Pero hay que encontrar los elementos compartidos y comunes mínimos que ensanchen los ámbitos de convivencia respetando las complejas y cada vez más ajustadas investigaciones históricas que delimitan las acciones de los protagonistas de la historia. Algo así como ponerse de acuerdo en lo probado, lo que no tiene discusión, lo que es aceptado por todos en pro de la convivencia. Y es evidente que el relato del régimen no sirve. De la propaganda con la que fumigan a las sociedades los regímenes totalitarios tenemos muchos ejemplos en nuestra Europa del pasado siglo.

Quizá uno de los elementos de apoyo comunes que podamos aceptar en aras de ese relato común sea la clarificación y aceptación de la violencia brutal del régimen. Antes, durante y después de su victoria militar.

Los actos de memoria pueden y deben contribuir a ello. Abordar de frente y de forma explícita la brutalidad de la represión es esencial para construir ese relato compartido. Nos cuesta entender la obcecación en negarla.

En el golpe del 36 miles de españoles (que no antiespañoles) fueron asesinados para sembrar el terror en una acción organizada desde la cúpula de los sublevados. Esta acción, demostrada históricamente, por su gravedad, ha intentado ser blanqueada durante años con los deshonestos argumentos de las rencillas entre vecinos, ajustes de cuentas sobre litigios de lindes, enfrentamientos familiares o similares. NO. Esa ola de terror que barrió el país el verano del 36 fue fruto de una estrategia de aniquilación del enemigo. Una estrategia bárbara que cerró los ojos para siempre a muchos españoles. Una criminalidad de tal calibre que, abrió los ojos, metafóricamente, al mismísimo Unamuno, firme partidario inicial del golpe de Estado franquista, obligándolo moralmente a enfrentarse peligrosamente a los golpistas.

Los actos cobardes de terrorismo no nos dejan indiferentes. Las limpiezas étnicas, el Holocausto, los bombardeos de ciudades, las violaciones de mujeres por la soldadesca como botín de guerra, el tiro en la nuca, la bomba bajo el coche, los atentados indiscriminados deben seguir considerándose, claramente, el mal, independientemente de quien los cometa. No se pueden ni ignorar, ni justificar, ni banalizar, ni mirar para otro lado.

Bien lo sabemos en nuestro país con los episodios de la violencia más reciente. Para ello hay que recordarlos, recuperarlos y tratarlos adecuadamente. El homenaje respetuoso a las víctimas, la admiración de su actitud de dignidad sin rencor, la satisfacción de sus reclamaciones de justicia y reparación, son episodios que en muchas ocasiones se han producido una vez finalizada la violencia etarra. No sin dificultades. Pero eso es sanador, colectiva e individualmente. Nos afirma en los límites que no deben rebasarse en la acción política. ¿Por qué le cuesta tanto a mucha derecha sentir lo mismo con las víctimas del terror golpista y la dictadura?

En el caso de la represión del verano del 36, aparte de las brutalidades militares, la colaboración de la población civil fue decisiva, tanto en la delación (elaboración de listas en los pueblos) como en la ejecución. Los grupos de falangistas encargados de los asesinatos se nutrían, no de militares, sino de “voluntariosos españoles” que asimilando los discursos fanáticos e intolerantes y la banalización del mal permitieron esa metamorfosis en los seres humanos. Se trata de un proceso progresivo, dirigido por la propaganda que alienta el odio y consigue finalmente sepultar la estructura moral básica hasta de los más píos creyentes. Abordar esta arista del conflicto, por su valor pedagógico, es también una parte importante del relato compartido. Educar contra la violencia debe ser una prioridad de las sociedades avanzadas. Y creo que estamos en condiciones de hacerlo.

En los actos de memoria ya sean exhumaciones, memoriales, recuerdo de los hechos, inhumaciones dignas, resignificación de espacios públicos, se tiene la oportunidad de avanzar en la construcción de ese relato común de reconocimiento de la verdad y rechazo de la barbarie.

Porque del mismo modo que funcionan las vacunas en nuestro cuerpo, estos actos pueden ayudar a las generaciones futuras a prevenir, individual y colectivamente, tragedias como la vivida en nuestro país.

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