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Lo que La España vacía es y lo que no es

'Soria quiere futuro', una de las pancartas de la manifestación de la España vaciada

Sergio del Molino

Escritor y periodista —

Leo la pieza 'La confusión entre desatención de servicios y despoblación en la 'España vacía': “Los políticos se creen que con dinero se soluciona todo', en la que se recogen opiniones de varios demógrafos acerca del debate sobre la despoblación y las reclamaciones de las regiones despobladas de España, y encuentro puntos de vista y apreciaciones con los que no solo estoy de acuerdo, sino que he defendido en varios foros y tribunas en los últimos tiempos, a menudo en comandita con geógrafos y académicos expertos en estas cuestiones. Me pareció un estado de la cuestión preciso y necesario en un debate que muchas veces se presenta tumultuoso y confuso, mezclando asuntos que tienen poco que ver entre sí.

En él, el profesor Andreu Domingo Valls, presidente de la Asociación de Demografía Histórica, hace un comentario sobre mi libro La España vacía, al que responsabiliza de la popularidad del debate en los últimos tiempos, en estos términos: “Es un ensayo escrito desde la emoción en el que relaciona el fenómeno con la emigración de los años 60, algo que no se corresponde con la realidad: hay zonas que la padecieron y no se han despoblado y otras que no experimentaron aquel proceso y sí se han despoblado.”

Los demógrafos piden rigor y respeto a su trabajo, una demanda irreprochable, pero debería ir acompañada de rigor para todos, porque es paradójico quejarte de que los demás tratan tu labor con trazo grueso mientras tú aplicas ese mismo trazo grueso al trabajo de los demás.

Por eso me gustaría matizar que la descripción que el profesor Andreu Domingo Valls hace de mi libro se ajusta muy poco a lo que el libro es y a lo que el propio libro acota y explica en sus páginas. La España vacía no es un ensayo escrito desde la emoción, sino desde mi casa, adoptando una perspectiva inequívocamente literaria, que jamás ha pretendido suplantar el trabajo académico (que más bien divulga en los primeros capítulos, compilando el estado de la cuestión, bien estudiada, aunque poco conocida fuera de la academia). Pero, sobre todo, no relaciona el fenómeno de la despoblación con la emigración de los años 60, sino que toma esa emigración como un punto de referencia cultural, calificándola como un episodio histórico con enormes resonancias sociales y políticas en la España de hoy. El ensayo rastrea las huellas de ese hecho en la literatura, el cine, el arte y la cultura popular para formular una hipótesis especulativa: la conciencia dolorosa de aquel trauma es uno de los rasgos fundamentales para entender parte de los conflictos y problemas de la España de hoy.

Para ello, amplío el foco, me voy a otros siglos y demuestro que la retórica de oposición entre la ciudad y el campo es una constante histórica en los discursos culturales que, en la segunda mitad del siglo XX, toma la forma de memoria nostálgica de ese último gran éxodo rural que empezó en 1959 y duró hasta finales de los 70.

Todo esto queda claro en la lectura del libro, que no trata sobre la despoblación ni propone soluciones a la misma ni se pierde en sus causas. Es la obra de un escritor que se pregunta por el país en el que vive y que considera que el vaciamiento de una parte de él es un rasgo crucial para entenderlo. Como menudean las sinopsis engañosas y simplificadoras, que transmiten una idea rotundamente equivocada de mi trabajo, he visto necesario aclararlo en estas líneas, para que el rigor no se reclame siempre en la misma dirección.

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