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Su estrategia nos ofende, Sr. Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
13 de diciembre de 2025 21:54 h

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Siguiendo la retórica autoelogiosa y pretendidamente excepcional de todos los decretos y documentos que firma el presidente Donald Trump, la nueva Estrategia Nacional de Seguridad de EEUU, publicada el 4 de diciembre, comienza diciendo que todas las anteriores, desde el fin de la Guerra Fría, han sido meras listas de deseos, no han definido claramente lo que quieren, sino que han formulado vagas perogrulladas y han juzgado mal lo que deberían querer. Solo la primera administración de Trump probó que “con el liderazgo adecuado y las decisiones correctas… él y su equipo aprovecharon con éxito las grandes fortalezas de Estados Unidos para corregir el rumbo y comenzar una nueva era dorada” que ahora va a continuar con su segundo mandato. El culto a la personalidad del líder, que recuerda los regímenes fascistas del siglo XX, tampoco es nuevo, muchos miembros de su administración comienzan sus declaraciones con una mención a las increíbles y adecuadas decisiones que su amado jefe y guía ha tomado.

La consecuencia es que este documento plasma un giro radical en la forma en que EEUU concibe las relaciones internacionales, tal como las han venido describiendo todas las estrategias de seguridad de los últimos 80 años, incluyendo la que el propio Trump firmó en 2017 para su primer mandato. El multilateralismo, el papel de las organizaciones internacionales, el valor del derecho internacional para resolver conflictos, brillan por su ausencia. El orden internacional basado en normas deja de ejercer su papel regulador para ser sustituido por equilibrios de poder regionales y globales dirigidos por los países más grandes, más ricos, más fuertes cuyo dominio de las relaciones internacionales considera “una verdad eterna”. Elude la competencia entre grandes potencias, y diseña un mundo dividido en esferas de influencia, que serán respetadas, aunque EEUU debe mantener su hegemonía. La fuerza sustituye al derecho.

La prioridad absoluta es el control de su hemisferio, es decir, del continente americano, aunque solo se refiere al sur, en el texto no aparece la pretendida anexión de Canadá. No hay ningún pudor en recuperar la Doctrina Monroe de dominio continental exclusivo, y añadirle un “Corolario Trump” que consagra una presencia neoimperialista en toda la región, sin descartar el empleo de medios militares cuando sea conveniente para combatir la migración, las drogas y la delincuencia que pudieran afectar a EEUU o a sus intereses. Tampoco renuncia a la injerencia: “EEUU recompensará y alentará a los gobiernos, partidos políticos y movimientos de la región que se alineen ampliamente con nuestros principios y estrategia”. Aunque el objetivo real es que sean expulsados de la región los “competidores no hemisféricos”, en una referencia clara a la creciente influencia china, o incluso europea, que podría debilitar su dominio.

Con su mayor rival adopta un tono conciliador y transaccional. Propone “reequilibrar la relación económica de Estados Unidos con China”, lo que implica un enfoque sólido y continuo en la disuasión, incluyendo la prevención del conflicto por Taiwán y el mantenimiento del Mar de China Meridional abierto y libre. La disuasión se debe basar en el mantenimiento de la superioridad militar estadounidense pero no dice nada de la posible defensa militar de Taiwán si fuera atacada por la República Popular, ni tampoco pone demasiado énfasis en su relación con los aliados en el Pacífico ni en extender su influencia allí, que ha sido una prioridad desde la presidencia de Barack Obama.

Donde aparece el cambio más importante es en la relación con Rusia. La estrategia Trump de 2017 definía a Rusia como una potencia revisionista que buscaba configurar un mundo antitético a los valores e intereses estadounidenses. Ahora, después de la invasión de Ucrania y casi cuatro años de guerra, cuando el presidente ruso, Vladímir Putin ha rechazado varios intentos de Trump de alcanzar un alto el fuego, la prioridad es “negociar un cese rápido de las hostilidades en Ucrania, con el fin de estabilizar las economías europeas, evitar una escalada o expansión no deseada de la guerra y restablecer la estabilidad estratégica con Rusia”. Para ello se propone “gestionar las relaciones europeas con Rusia” ya que a los europeos nos falta autoconfianza a pesar de que tenemos “una importante ventaja de poder duro sobre Rusia en casi todos los aspectos, salvo las armas nucleares” (lo que desmonta la necesidad de que aumentemos los presupuestos de defensa hasta el 5%). Y establece, además, siempre en sintonía con Rusia, que la OTAN no puede ser una Alianza en expansión perpetua.

Este planteamiento no favorece, por supuesto, el interés de Ucrania, ni tampoco el de Europa, sino exclusivamente el de Trump ya que encaja en su esquema de esferas de influencia y en su deseo de evitar la confrontación con potencias que puedan poner a su país en riesgo. Pero ciertamente responde a un realismo, tan amargo como inevitable, porque sin el apoyo de Washington la resistencia de Ucrania es inútil. Aunque la tesis no es nueva, verla reflejada en un documento como la estrategia de seguridad ha causado un buen disgusto en la mayoría de las capitales europeas, pero en Londres ha sentado como un tiro, y en los Países Bálticos, Polonia y Chequia, igual que en los Escandinavos, como un cañonazo. La afinidad que todos estos países han tenido tradicionalmente hacia EEUU por razones de seguridad, incluso la simpatía que hayan podido sentir hacia las críticas de Trump a la integración política europea y sus propuestas de renacionalización, se han visto sin duda oscurecidas por esta estrategia.

Pero el asunto de Ucrania no es el único problema con los europeos. La crítica comienza citando el declive económico: “Europa continental ha perdido participación en el PIB mundial (del 25% en 1990 al 14% en la actualidad), en parte debido a regulaciones nacionales y transnacionales que socavan la creatividad y la laboriosidad”. Se trata de una manipulación más de la factoría Trump. Es evidente que el meteórico desarrollo de China en las últimas tres décadas ha reducido el porcentaje en el PIB mundial de todos los demás actores mundiales, también de EEUU. Pero el PIB per cápita de la UE ha subido de 15.470 dólares en 1990 a 41.422 en 2023, lo que supone un crecimiento anual de más del 5% de media, mientras que la inflación en esos años ha estado en una media del 3,3%, es decir, los europeos somos ahora más ricos en términos reales que en 1990, a pesar de la entrada en la UE, a partir de 2004, de 13 países con economías mucho más débiles que la media anterior, y de la epidemia de Covid-19.

La clara intención de esta falsedad es ilustrar lo mala que es la regulación, la verdadera bestia negra de los ultraliberales como Trump y sus amigos milmillonarios dueños de empresas multinacionales cuyos beneficios se pueden ver reducidos por las regulaciones europeas, en especial por las multas que la UE ha impuesto a alguna de ellas por abuso de posición dominante o por utilización fraudulenta de datos para entrenar la Inteligencia Artificial. Pero la regulación es un instrumento para el equilibrio en las relaciones económicas y comerciales, exteriores e interiores, imprescindible para que funcione la libre circulación de mercancías, servicios, personas y capitales que está en la esencia de la UE. Y es, además, el único medio de protección de ciudadanos y consumidores ante el poder de las grandes empresas cuyo único fin es la maximización de beneficios, a costa de lo que sea y, de quien sea. Trump quiere una Europa ultraliberal que se parezca a EEUU, o a la Argentina de Milei: ausencia del Estado, libertad para explotar o depredar sin rendir cuentas, darwinismo social, desigualdad libre y feroz La economía se regula sola: el pez grande se come al chico, fin de la historia

El odio a la regulación afecta, por supuesto, a todas las medidas para combatir el cambio climático, un invento woke de los europeos, que perjudica la industria de EEUU, en particular su exportación de hidrocarburos, No importa que un informe reciente de Lancet Countdown, una organización científica de la Universidad de Londres, respaldado por Naciones Unidas, evalúe en 546.000 las muertes anuales causadas por el cambio climático y en 124 millones las personas que sufren inseguridad alimentaria. ¿A quién le importa? No a los industriales estadounidenses, ni a los votantes de Trump que tienen aire acondicionado yagua corriente en su bella casa.

Según este documento, la debilidad económica y la hostilidad hacia Rusia no son los únicos problemas de Europa, es peor el peligro real de la desaparición de la civilización: “Los problemas más importantes que enfrenta Europa incluyen las actividades de la Unión Europea… que socavan la libertad política y la soberanía; las políticas migratorias que están transformando el continente y creando conflictos; la censura de la libertad de expresión y la supresión de la oposición política; el desplome de las tasas de natalidad; y la pérdida de identidades nacionales y de confianza en sí mismas”.

¿En Europa no hay libertad política, se censura la libertad de expresión y se suprime a la oposición política? Pero, ¿usted de qué Europa habla?¿Quién le ha contado eso Sr. Trump? ¿Sus amigos europeos ultraderechistas que insultan gravemente cada día a los dirigentes y a las instituciones, agreden a la gente, y se quejan de falta de libertad mientas se manifiestan violentamente con símbolos y consignas nazis sin que nadie se lo impida? No, presidente, es usted el que insulta a las periodistas cuyas preguntas no le gustan, el que ha declarado terrorista un movimiento político no armado como antifa, el que detiene y deporta, sin ninguna garantía jurídica a inmigrantes que solo hacen su trabajo, el que despliega unidades militares para reprimir o intimidar a manifestantes en Chicago y otras ciudades gobernadas por la oposición demócrata. Eso en Europa no pasa. Pero los extremistas europeos estarán felices de ver cómo difunde su propaganda

Y más encantados aún de ver cómo según su estrategia el problema es la Unión Europea que socava la soberanía y provoca la pérdida de identidades nacionales. Claro que sí, regresemos al nacionalismo, que ha causado tantas muertes y tanto dolor en el pasado europeo. Destruyamos la Unión Europea que es el mejor proyecto político que ha tenido jamás el continente, el único que ha sido capaz de superar esas divisiones y traer la paz y la prosperidad entre naciones enfrentadas durante siglos. Porque solo destruyéndola tendrá EEUU las manos libres para presionar a Estados pequeños y débiles, manipularlos y dominarlos, algo que ahora le resulta mucho más difícil.

En lo que respecta a Europa, los fines de la estrategia de seguridad de Trump se pueden resumir en destruir todo lo que los europeos han construido en las últimas siete décadas. Vierte juicios falsos e inamistosos, y no dice lo que EEUU quiere hacer sino de lo que los europeos deben cambiar, nos da instrucciones. Siempre en la misma dirección, la de la ultraderecha, como cuando alude a la teoría del gran reemplazo: la política migratoria es errónea —a pesar de que ahora está siendo restringida duramente—, debido a la falta de democracia, y acabará con la civilización europea. “Si las tendencias actuales continúan, el continente será irreconocible en 20 años o menos”.

No son solo consejos inamistosos. No se van a quedar de brazos cruzados. “La diplomacia estadounidense debe seguir defendiendo la democracia genuina, la libertad de expresión y la celebración sin complejos del carácter y la historia de las naciones europeas”. “Estados Unidos anima a sus aliados políticos en Europa a promover este resurgimiento del espíritu, y la creciente influencia de los partidos patrióticos europeos es, sin duda, motivo de gran optimismo” “Nuestro objetivo debería ser ayudar a Europa a corregir su trayectoria actual” Y en la parte ejecutiva (prioridades): “Cultivar la resistencia a la trayectoria actual de Europa dentro de las naciones europeas”. Está claro, están dispuestos a intervenir, a injerirse en los asuntos políticos de naciones para las que cínicamente reclaman soberanía plena, y que se atreven a seguir llamando aliadas.

El tono ofensivo, incluso hostil, que emplea este documento hacia Europa, y en particular hacia la UE, es la mejor demostración de que las políticas de apaciguamiento con el rey de América que han intentado los dirigentes políticos europeos, la sumisión a un gasto de defensa desproporcionado, la aceptación de aranceles unilaterales, las compras de energía e inversiones, los halagos, la connivencia ante los crímenes de su protegido israelí, no han servido de nada. El silencio sigue, cuando ya no puede quedar ninguna duda de sus intenciones. Solo el presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa, y algunos exdirigentes europeos han protestado contra sus amenazas de interferir. Los demás callan aún, tal vez por miedo, tal vez esperando que pase la tormenta. Pero la tormenta no va a pasar, lo más probable es que a Trump le suceda su vicepresidente, JD Vance, que dejó claro en febrero, en Múnich, lo que opina de las democracias europeas.

Somos los ciudadanos los que tenemos que oponernos a que se destruyan nuestros avances políticos, y créanos, Sr. Trump, vamos a hacerlo. No necesitamos que salve nuestra civilización, estamos muy contentos con ella. Los estados de bienestar europeos son los más avanzados del mundo en lo que respecta a servicios públicos, igualdad, desarrollo sostenible y protección social. Según el índice de democracia que publica anualmente The Economist, de las únicas 25 democracias plenas que existen en el mundo, 16 son europeas, mientras que EEUU figura en el grupo de democracias defectuosas. En EEUU hay 547 presos en cárceles por cada 100.000 habitantes, la media en la UE es de 115. No nos dé lecciones, Sr. Trump, basta con que nos respete.

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