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La muleta de Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

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El bipartidismo, ese gran invento de Cánovas del Castillo, no va a volver. Alguien, dentro de su propio partido, debe decírselo alto y claro a Pablo Casado. Ahora que se ha librado del verso suelto llamado Cayetana, da la ligera impresión de no saber hacia dónde dirigir su partido. Cierto que no resulta fácil en las actuales circunstancias, pero lleva en ello ya dos años.

El centro político, ese magnífico prado en el que brota una inconmensurable cantidad de votos electorales, no entiende que el PP haya hecho una oposición de cuchillo en materia de coronavirus. Y eso dificulta la labor de captación de votantes. Es tremendo que su estrategia pase porque le vayan mal las cosas al Gobierno en una materia tan vital como la emergencia sanitaria derivada de una pandemia. Debe de ser frustrante ver que el Gobierno sitúa como cara de sus actuaciones durante la pandemia a Fernando Simón, que fue nombrado por la ministra del PP Ana Mato, y que día tras día los ciudadanos contemplen a ese personaje quijotesco desgranar noticias horribles, pero con la honestidad marcada en su cara. Incluso perdiendo salud y kilos en directo ante las cámaras.

Meses después, Simón sigue siendo la cara de las noticias pandémicas, al contrario de otros países, donde ese cargo ha sido volátil, y ahora su rostro aparece en la camiseta que lleva puesta el vecino. A su lado, otro personaje quijotesco, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, filósofo y catalán, con su aparente humildad y cercanía, completa un dúo que ha generado una ola de marketing político que para sí quisiera el vecino Macron, presidente de Francia. Si a ello le añadimos que el PP actual anda flojo de maquinaria estratégica, la cuestión se complica en demasía.

“Nosotros no hacemos ingeniería social como otros”, dice Casado. No es cuestión de ingeniería social, pero quizá debería buscarse un nuevo Pedro Arriola, quien por cierto se sentó a negociar con ETA en nombre de Aznar, para que le hiciera presidente, como hizo Arriola al propio Aznar. Aunque los tiempos han cambiado y puede que hoy Casado no lo consiga ni con un nuevo Arriola.

Klaus Schwab, fundador del foro de Davos, explicó que “la línea divisoria actual no está entre la izquierda y la derecha, sino entre los que abrazan el cambio y los que quieren conservar el pasado. Estos últimos se quedarán atrás”. Los resultados favorecerán a aquellas fuerzas políticas que impulsen el cambio. Allí en Davos, Pedro Sánchez explicó que su intención era promover la transformación digital, la transición ecológica, la igualdad real entre hombres y mujeres y la justicia social. Cambiar para mejorar, no se trata de ingeniería social.

El presidente del PP tiene varios problemas, uno de ellos es ese socialismo de cambio que va creando Pedro Sánchez y que anda robando brotes en el prado centrista, otro es su antiguo compañero de partido, Santiago Abascal, que un buen día decidió el aggiornamento del espíritu joseantoniano con Vox. Así que a Casado, que habla de no hacer política de trinchera, la política se le está convirtiendo en una trinchera rodeada de enemigos de la que es difícil salir, se está quedando sin espacio en el que expandirse. No hay sitio ni a uno ni a otro lado del espectro político.

Pero hay que moverse, y el presidente del PP ha optado por Cuca Gamarra para sustituir a Cayetana, aunque Cuca optara por Soraya Sáenz de Santamaría, y no por Casado, en la sucesión de Rajoy. Gamarra estuvo en la ahora famosa manifestación del 8M, Cayetana no, y dijo que volvería a ir con la información que tenía entonces sobre el desarrollo del coronavirus. En este caso, Casado ha optado por darle la vuelta completa a la tortilla. Las formas agradables de Gamarra, que no utiliza “palabras como puños”, no tienen nada que ver con la antipatía natural que provoca Cayetana. Otra cosa serán los resultados.

Seguramente deseará en su fuero interno que, por una mágica confluencia de los astros, vuelva el bipartidismo, ese bipartidismo que llevó a Aznar a la presidencia desde donde aprovechó para ensalzar la figura del conservador Antonio Cánovas del Castillo, que a finales del siglo XIX trasladó a España el bipartidismo compaginándolo con el liberal Práxedes Mateo Sagasta. Ambos políticos se repartieron el poder durante años. Gracias al sistema creado por Cánovas, “dinastías enteras, padres, hijos y yernos, hermanos y cuñados monopolizaban los escaños de las Cortes” durante los 50 años que duró, según nos confirma el hispanista Paul Preston en su magnífico libro Un pueblo traicionado.

Aznar puso como referencia histórica del PP a Cánovas, del que Salvador de Madariaga nos dijo que fue “el más corrupto de la vida política que la España moderna ha conocido”. Es verdad que fue el que trajo el bipartidismo, pero también el impulsor de una falsa democracia con elecciones fraudulentas, caciquismo y corrupción desmesurada durante décadas.

Tras la Transición, el bipartidismo volvió a vivir momentos de gloria, pero siempre apoyado en incómodas muletas como las que utilizó Aznar con el Pacto del Majestic, con Jordi Pujol, y la del Jockey, con Xabier Arzalluz.

Esto que dice Casado que no hará, “de muleta sustitutoria” para Sánchez o “no hay pacto posible con los que piden la independencia de Cataluña o el blanqueamiento de los batasunos”, no casa bien con la historia reciente del PP. El pacto de Aznar con Pujol, ¿fue con un independentista catalán o con un españolista catalán? El pacto de Aznar con Arzalluz, ¿fue con un blanqueador de batasunos o con un carlista españolista?

Ya decía aquel que la política hace extraños compañeros de cama. Por esa razón, más le valdría a Casado organizar adecuadamente, ya lleva un par de años en ello, su estrategia de futuro y crear puentes más que hacerlos saltar por los aires con “palabras como puños”, en su propia expresión.

En ese objetivo de volver a un PP “de plazas anchas, no de trincheras estrechas” y de “volver a cobijar a diez millones de españoles”, el presidente del PP parece olvidar que a su vera ha ido creciendo una fila de arbolitos llamada Vox, que con su exponencial subida electoral parece querer dificultarle al PP la salida de la trinchera y que, en el centro y a su izquierda, anda ronroneando descaradamente el nuevo socialismo de cambio de aquel que no iba a durar ni dos días, y se encamina ahora a completar la legislatura después de todo lo que ha llovido en tan poco tiempo.

Los 10 millones de votos con los que sueña parecen tarea imposible para cualquier partido en esta nueva composición política alejada del bipartidismo, el 30% de los votos, en cambio es un objetivo posible. En las últimas elecciones de noviembre el PP obtuvo el 20,82% mientras que el PSOE consiguió el 28,00%.

El último barómetro del CIS, ya sé quién es Tezanos, tras el confinamiento durante la pandemia y a finales del mes de julio pasado, daba una estimación de voto del 19,40% para el PP y del 32,40% para el PSOE. Otros sondeos, ABC o La Razón, anuncian cosas diferentes.

Como dice José A. Olmeda, catedrático de Ciencia Política, en la revista de FAES, organismo que preside José María Aznar, “la pandemia COVID-19 puede ser la prueba más grande de liderazgo político que el mundo haya presenciado. Todos los líderes del planeta se enfrentan a la misma amenaza potencial. Cada líder está reaccionando de manera diferente, en su propio estilo. Y cada líder será juzgado inevitablemente por los resultados.”

Es verdad que Churchill ganó la II Guerra Mundial, “sangre, sudor y lágrimas”, y perdió las elecciones, es verdad que las tragedias, y cuanto más enormes peor, se llevan por delante a los políticos gobernantes. Pero aquí la pandemia que parecía iba a ser el viento apocalíptico que iba a arrastrar al incombustible Sánchez, da la impresión de provocar lo contrario. El que iba a durar dos días, según el ágora de la derecha y algún viejo socialista, va a durar algo más.

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