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La revolución de la cosmética. Una misión para la política cultural y el fomento de la creatividad en España

Econcult, Universitat de València y analista de Fundación Alternativas / Conexiones improbables (País Vasco) / Red de Industrias Creativas (Madrid)
Arte urbano durante la pandemia

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En 2020, en la mayoría de los países de Europa, la política cultural es mera cosmética de la acción pública. Todo ello a pesar de la inflación discursiva sobre la importancia de las artes, la cultura y la creatividad para el cambio del modelo social y productivo del viejo continente.

No hay discusión posible. Los objetivos de la política cultural han fracasado y no se ha planteado ninguna revisión mínimamente plausible. Ni el paradigma de la “democratización cultural” ni el posterior de la “democracia cultural” han tenido en Europa suficiente capacidad transformadora de la realidad social. Ni se ha democratizado de manera significativa el acceso a la cultura, ni la ciudadanía europea tienen el más mínimo control sobre los referentes simbólicos que orientan sus emociones, que dirigen sus valores y que protagonizan sus intercambios expresivos y comunicativos. La política cultural hoy en Europa es, quizás, la política pública no solo más ineficiente e ineficaz, sino también la que tiene menos efectos redistributivos. Los sesgos de selección en la oferta y en la demanda, en los modelos de gestión y financiación, siguen operando de manera inexorable y a nadie parece importarle demasiado.

Paradójicamente tenemos evidencias cada vez más claras y contundentes de las “bondades de la cultura y la creatividad” sobre las personas individuales y el hecho social, que van mucho más allá de la retórica bienintencionada y paternalista de conceder el acceso de la ciudadanía a la cultura.

Hoy sabemos de la capacidad de la creatividad, las artes y la cultura de afectarnos, desde las experiencias y los valores, cognitiva, estética o espiritualmente; de transformar nuestra dimensión individual, social, ciudadana, económica o política, influyendo en nuestro sentido de pertenencia, de identidad, de construir nuestro capital social; de alimentar el conocimiento que nos dota de autonomía, reforzando nuestra capacidad de mirar críticamente a nuestro entorno; de conformar nuestra sensibilidad y la capacidad de obtener valor del goce estético; de amplificar nuestras capacidades expresivas y comunicativas. Esto es, de satisfacer nuestros derechos culturales a ser, participar y comunicar, promoviendo el desarrollo individual y social, ampliando nuestros grados de libertad y reforzando nuestra dignidad.

Solo a través y mediante la cultura somos personas y comunidades empoderadas; conformamos sociedades con valores compartidos que nos dotan de capacidades complejas para resolver los grandes retos a los que nos enfrentamos como seres pensantes y sensibles, mujeres y hombres libres.

Pero además ya sabemos, desde la evidencia científica, que la dimensión de los sectores culturales y creativos tiene efectos sobre la productividad, la propensión a la innovación, la humanización y adaptación del modelo tecnológico, la salud y el bienestar de la ciudadanía y su compromiso con los valores compartidos, la resiliencia y la capacidad de crecimiento de un sistema económico.

Hoy la combinación de la creatividad y la memoria como recursos, la digitalización como proceso a recorrer, y la sostenibilidad como objetivo final, se convierten en el motor para el desarrollo de una economía circular, experiencial, colaborativa y más igualitaria.

Más allá de intuiciones y teorías, ya existe un amplio abanico de prácticas de cómo desde las artes, la cultura y la creatividad se puede impulsar la innovación de producto, de servicio, tecnológica, organizativa, de modelo de negocio...en cualquier sector: industrial, turismo, sanidad, educación...y en el propio sector cultural, por supuesto. Porque no hay que olvidar que la innovación es creatividad aplicada que genera valor. Y no podemos entender la Economía Creativa sino bajo el prisma de la Innovación Social, que no es un ámbito de innovación, sino un estilo de innovación que busca que los efectos no solo se produzcan en las organizaciones que promueven una determinada innovación, sino también en la sociedad en su conjunto.

Sí, somos conscientes de que el ecosistema cultural y creativo es un entramado muy complejo y sofisticado con nexos que van desde lo amateur a lo profesional, desde lo institucional a lo asociativo, del entretenimiento a lo experimental, desde lo expresivo a lo rentable, del directo e irrepetible a lo digital y escalable. No hay partes que no requieran intervenciones dedicadas y precisas. Porque solo un ecosistema sólido, incardinado en las dinámicas sociales y complejo tiene, de verdad, todo ese potencial transformador del que hablamos en los párrafos anteriores.

Sin embargo, en estos momentos, percibimos que la principal preocupación de la administración cultural se centra en su propia reproducción inercial y desatiende el verdadero objetivo de asegurar la solidez y estabilidad del ecosistema cultural y creativo, y que los nuevos encargados de la promoción de la Economía Creativa se encuentran dispersos, sin recursos y sin suficiente apoyo político. Por su parte, los sectores profesionales, ensimismados, se limitan, en su inmensa mayoría, a discursos autorreferenciales sin ocuparse de cómo maximizar sus impactos transformadores sobre el todo social. La hibridación, a través de la transferencia intersectorial, y la transcendencia son el único argumento que podría legitimar un enfoque decidido y con toda la artillería presupuestaria necesaria de las políticas públicas, también de las de promoción económica, que viven un proceso de enamoramiento, mayoritariamente acrítico, de la versión más industrial de la cultura y la creatividad.

Las políticas culturales y de fomento de la creatividad siguen centrándose más en el cemento o en las estructuras y menos en desarrollar las capacidades y habilidades creativas

Desde el punto de vista del “estado del conocimiento” el discurso sobre la relevancia de la cultura y la creatividad en los procesos de desarrollo está claramente ganada. Esta circunstancia queda acreditada por el hecho de que numerosas organizaciones internacionales como la OCDE, la UNESCO, la OEI, el Banco Interamericano de Desarrollo, o la propia Comisión Europea reconocen sin ambages y sin fisuras la importancia vertebral de la cultura y la creatividad en los procesos de desarrollo. A pesar de ello, ni la atención presupuestaria ni las praxis efectivas de las políticas públicas reflejan esta certeza. Es cierto que hay pocos casos que podamos considerar exitosos, ausencia de recomendaciones prácticas claras, o de protocolos precisos sobre cómo implementar intervenciones que nos lleven a insertar la creatividad en los procesos sociales y productivos y consolidar los ecosistemas culturales. Las políticas culturales y de fomento de la creatividad siguen centrándose más en el cemento o en las estructuras y menos en desarrollar las capacidades y habilidades creativas y culturales de las personas. Y la razón de esta disonancia, probablemente tenga que ver con la aversión al riesgo y con la falta de liderazgos claros, de poder efectivo y, quizás, con la falta de foco de la clase política a la que se le encomienda el desarrollo de la política cultural y el fomento de la creatividad. Parece evidente que una política de nueva planta, eficiente, eficaz y justa, requiere un cambio de enfoque radical y cierta osadía.

Es en este contexto donde planteamos una misión, al estilo de Mazzucato, para la política cultural que pueda orientar y articular los esfuerzos en la España diversa. El objetivo de la misión será hacer de la cultura y la creatividad elementos de transversalidad en las nuevas políticas de desarrollo. Ello conlleva, en primer lugar, una apuesta por la consolidación de estructuras profesionales (para superar su fragilidad), lo que debe llevarnos a duplicar, como ya han manifestado algunas voces, la cantidad de empleo cualificado generado en el sector (superando a la par la precariedad extendida actualmente). Ello supondría alcanzar aproximadamente el 7% del total del empleo. Esto no solo significaría una transformación radical del modelo económico español, sino que también transfiguraría la capacidad de la cultura y la creatividad para generar y provocar los verdaderos cambios sistémicos.

La creatividad, una habilidad demandada

Y si la creatividad es una de las materias primas del proceso, otra tarea relevante será incorporar la capacitación creativa en los distintos ámbitos de la educación, tanto en la reglada como en los procesos educativos a lo largo de la vida en el profesorado y el alumnado. La creatividad es una habilidad cada vez más demandada por las empresas, más necesaria en la administración pública o en la gestión de todo tipo de organizaciones y estructuras.  Pero ante todo es una habilidad para la vida. A corto plazo, programas extensivos de desarrollo de las capacidades y habilidades creativas podrían ser liderados por profesionales del sector creativo, muchos afectados por la crisis, como ha hecho el Gobierno de Nueva Zelanda.

Y otra función dinamizadora deberían ser los estímulos a la demanda de bienes y servicios artísticos, culturales y creativos, tanto por parte de la ciudadanía como de las empresas, la propia administración pública o el tercer sector, con el objetivo de innovar y mejorar la rentabilidad o la eficiencia de los servicios prestados. Estímulos como campañas de comunicación, herramientas fiscales o bonos para la compra de servicios, destinados a la ampliación, diversificación y cualificación de la demanda cultural y creativa.

A partir de lo que hemos aprendido de la crisis sanitaria, proponemos reforzar nuestro sistema inmunológico social y productivo con determinación y contundencia mediante el impulso de la Economía Creativa, junto a las estrategias de digitalización y de urgente sostenibilidad. Otros países ya lo han hecho, con muy buenos resultados, como es el caso de Dinamarca, Holanda o Nueva Zelanda; mediante la creación de planes transversales de Economía Creativa, como en el caso de Corea del Sur, promovidos por su Gobierno en 2013; o la creación de un organismo específico, como sería el caso de NESTA en el Reino Unido, cuya función es impulsar la Economía Creativa y la innovación de manera transversal en todos los sectores, lo que le ha supuesto ser un referente internacional.

La revolución de la cosmética consiste, por tanto, en convertir en estratégico lo que hasta ahora era accesorio. No nos cabe duda que la Economía Creativa y la cultura, indisociables, son las vías más rápidas, sostenibles y accesibles para ver la luz al final de este largo túnel. Y la misión es sencilla: vamos a conjurarnos para ser muchos más, mucho más fuertes y mucho más transversales.

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