Los turcos laicos necesitan el apoyo europeo
La persistente islamización favorecida por el régimen de Recep Tayyip Erdogan en Turquía no favorece precisamente la candidatura del país a la Unión Europea e incluso cuestiona su status de socio estratégico.
Tras el frustrado golpe de Estado, la purga de los opositores, incluyendo el despido de miles de jueces, policías y profesores, la retirada de licencias a medios de comunicación críticos, la implantación de un largo estado de emergencia, pero sobre todo la suspensión de la Convención Europea de Derechos Humanos, alarma y desconcierta a los poderes occidentales, temerosos de la inestabilidad estratégica ocasionada por los hijos terribles de la “Sublime Puerta”.
En un país con un 98% de musulmanes, los valores laicos están en retirada, aunque el secularismo a la turca siempre fue un tipo de secularismo nacionalista. El “kemalismo” o “atartukismo” no se confunde con el laicismo francés o el secularismo anglosajón. Según Özgüç Orhan de la Universidad de Fatih la idea de laiklik está impregnada de “un sentido etnoreligioso de la turquidad que excluye específicamente a los no musulmanes pero incluye a minorías musulmanas no turcas”.
En un entorno marcado por la hostilidad social y política contra toda discrepancia religiosa, los turcos laicos, y especialmente los no creyentes, lo tienen cada vez más difícil. No disponemos de datos muy fiables, debido al estigma que rodea toda desviación religiosa, y a que los ateos no aparecen en los censos oficiales, pero algunas encuestas sugieren que hay más de 5 millones de ateos o agnósticos viviendo en Turquía, la mayoría menores de 35 años.
El fervor antisecular y antiliberal promovido por los seguidores de Erdogan y otras fuerzas desatadas del fanatismo, está alcanzando ahora mismo a los no creyentes, pero sin encontrar un gran eco político o mediático. La “Asociación de Ateos Turcos” –Ateizm Derneği – se ha visto obligada a clausurar su sede en Estambul recientemente, debido a amenazas creíbles de muerte. La minoría de humanistas seculares, ateos y no creyentes turcos teme por su vida y por el futuro de sus hijos y su país. “Las cosas son peores de lo que podéis imaginar”, nos insisten desde Estambul, donde se llama a la caza de “perros laicos” y las escenas de fanatismo se suceden. Se escuchan cantos religiosos las 24 horas del día y los imanes llaman a la “guerra santa” en un sentido poco espiritual.
Los políticos y todo ciudadano consciente del valor de una sociedad secular y abierta han de ser activos defendiendo a nuestros compañeros turcos. Debemos reclamar al gobierno de Erdogan un escrupuloso respeto de su integridad física y moral. Turquía tiene otra ocasión para recuperar su compromiso con los valores de esa Europa de la que lleva tantos años reclamándose una parte.