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Y ahora, el Apocalipsis

El presidente del Gobierno español en funciones, el socialista Pedro Sánchez, iz., y el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias,d., se abrazan en el Congreso de los Diputados donde hoy firmaron un acuerdo para la formación de un Ejecutivo en España tras las elecciones del pasado domingo. EFE/Paco Campos

Esther Palomera

Y se romperá España. Y Pedro Sánchez venderá la nación al independentismo. Y Pablo Iglesias inoculará el virus del comunismo. Y ambos quemarán la Constitución. Y habrá un referéndum de autodeterminación en Catalunya. Y acabarán con la monarquía parlamentaria. Y dirán que el populismo chavista is coming. Y que volverán los filoetarras. Y que caerán sobre el país todos los males del infierno... Prepárense para lo peor porque el Apocalipsis está al caer.

No ha nacido aún el gobierno de coalición al que con toda probabilidad dará paso el preacuerdo suscrito entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, y la derecha política y mediática ya ha sacado la artillería contra el pacto. Vuelve la hipérbole, la excitación y la brocha gorda. Con lo fácil que era tirar de hemeroteca y poner a Sánchez contra las cuerdas de sus propias contradicciones, recordarle sus palabras y llevar a primer plano las críticas de quienes en el PSOE se quejan más por el fondo que por las formas y admiten que, al final, Iglesias le ha doblado el pulso al PSOE, que estará dentro del Gobierno y que el presidente tendrá que conciliar, de un modo u otro, el sueño a partir de ahora.

Esto por no entrar en detalles de la falta de autocrítica y explicaciones de la que hizo gala el líder de los socialistas en la reunión de la dirección federal el lunes, y los desaires con los que despachó a los pocos que se atrevieron a pedir una mínima autoenmienda por la estrategia seguida en la campaña. El resumen es que los medios en general y los tertulianos en particular tienen la culpa de todo y que la prensa en su mayoría juega a la contra. De sondear, consultar o cruzar opiniones con los barones del PSOE, ni hablamos. Esa era una práctica del pasado. Lo mismo que respetar el protocolo y aguardar a ser propuesto por el rey candidato a la presidencia del Gobierno antes de anunciar un preacuerdo para el mismo.

Pues, pese a todo, ya se ha impuesto el trazo grueso. Y parece que en este país aún no nos hemos enterado de que no hay presidente ni gabinete que pueda saltarse unilateralmente la Carta Magna sin pasar por el banquillo y la prisión preventiva hasta ser juzgado por el Supremo. Y, luego, hacer frente a una sentencia con penas de prisión de hasta 13 años. Lo hemos visto en riguroso directo. Pero de nada vale. Ni siquiera que el partido de Pablo Iglesias haya asumido la posición socialista sobre Catalunya en el preacuerdo firmado, y aceptado que cualquier solución a la crisis territorial ha de estar en el marco de la Constitución. Y tampoco el equilibrio presupuestario, tantas veces demonizado.

La entente PSOE-Podemos para sacar a España del bloqueo institucional cuenta de partida con todo en contra. No será fácil, aunque era la única salida por la izquierda tras el 10N con la que se ha querido enviar un mensaje de firmeza al avance de la ultraderecha y, de paso, situar al PP junto a ella.

Ha sido todo tan rápido precisamente para evitar presiones a Sánchez, pero también a Casado, para que PSOE y PP se entendieran en una especie de pacto de emergencia nacional con el que desbloquear la situación política e institucional que arrastra el país desde hace al menos cinco años. La lectura ahora será que el de Sánchez e Iglesias es un acuerdo, no de emergencia nacional, sino de salvación personal para ambos, tras unos resultados electorales en los que los dos han retrocedido respecto a abril. Y es probable que algo de ello tenga, si bien habrá que esperar a que eche a andar para juzgar la acción de gobierno. De momento, España ya no es la excepción de Europa en cuanto a gobiernos de diferentes siglas. La democracia también es eso. Y lo de gobernar en solitario, en un Parlamento hiperfragmentado, con tan solo 120 escaños, podría ser una legítima aspiración pero no un escenario con visos de realidad.

Las posibilidades de fracaso son muchas y, todavía queda, que el acuerdo sea bendecido por la mayoría de votos necesarios para sacar adelante una investidura. Ciudadanos tenía una ocasión para convertir su debilidad electoral en una fortaleza para que la abstención de ERC no fuera necesaria, pero la ha rechazado de plano. Con Rivera o sin Rivera, parece que el partido no ha aprendido la lección que le han dado en las urnas los ciudadanos. Y así seguimos. Al menos, con Gobierno a la vista para antes de Navidades. Tiempo habrá, después, de juzgarle por sus hechos.

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