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Una alianza política progresista para Europa

Kemal Dervis

En menos de tres semanas sabremos quién asumirá la presidencia de Estados Unidos a partir de enero. La clase de socio que esa persona encuentre en Europa dependerá en gran medida del resultado de dos elecciones en 2017: la elección presidencial francesa a principios de mayo y la elección federal alemana a finales de octubre.

Por supuesto, la salida del Reino Unido de la Unión Europea también influirá en la forma futura de Europa. La opción de Brexit “duro”, de la que mucho se habló estos últimos tiempos (sobre todo desde que la primera ministra británica Theresa May anunció su intención de insistir en la imposición de límites a la inmigración, aunque implique perder el acceso al mercado común europeo), cambiaría el modo en que funciona Europa.

Como escribió hace poco el primer ministro francés Manuel Valls, la gran disyuntiva a la que se enfrenta la dirigencia europea es entre “desistir y dejar el proyecto europeo abandonado a una muerte lenta pero segura” o “transformar la UE”. Semejante transformación no será hazaña menor; demandará no sólo una nueva visión institucional para Europa, sino también una reestructuración política a gran escala, particularmente en Francia y Alemania.

Una visión institucional viable, que describí mucho antes del referendo por el Brexit, es establecer “dos Europas en una”, de modo que los países de la Eurozona formarían una “Europa A” más profundamente integrada, y otro grupo de países formaría una “Europa B”, más diversa y menos conectada. Ambas Europas estarían estrechamente vinculadas, con cierta variación en los mecanismos de participación para los miembros de Europa B. Juntas, las dos Europas serían parte de una “alianza continental” post-Brexit que en algún momento incluso podría reemplazar a la UE.

Es una visión un tanto radical, que sólo será factible si hay fuerzas políticas dispuestas a adoptarla, particularmente en Francia y Alemania. La dirigencia política de cada país deberá dejarse guiar (e incluso movilizar) por el objetivo de salvar a “Europa”. En concreto, eso implica seguir una política económica que equilibre el libre mercado y la solidaridad social, con margen sustancial para la diversidad local.

Tanto en Francia como en Alemania, esta dinámica política dependería de una alianza de fuerzas proeuropeas de centroderecha y centroizquierda que sea capaz de superar y a la larga disipar a los elementos más extremistas de cada campo y asegurar así que las tendencias políticas antieuropeístas no puedan obstaculizar el progreso. Para dar un ejemplo concreto (y provocador) de cómo podría ser semejante realineamiento en Francia: un presidente de centroderecha como Alain Juppé podría cooperar con un primer ministro como Emmanuel Macron mientras este intenta generar un movimiento juvenil de centroizquierda que “trascienda el pasado”.

En cuanto a Alemania, la centroderechista Unión Demócrata Cristiana (CDU) es, en su conjunto, insuficientemente proeuropea. Internamente está limitada por un ala conservadora definida por ideas que no son compatibles con el progreso de Europa a largo plazo. Externamente, por la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), que últimamente creció en popularidad.

En este contexto, incluso si la CDU de la canciller Angela Merkel obtiene la mayoría de los votos el año entrante, necesitará ayuda para construir una nueva Europa, con más responsabilidades conjuntas para los países de Europa A y mecanismos de participación flexibles para los países de Europa B. En concreto, los elementos proeuropeos de la CDU deberán colaborar con aliados de la izquierda, a saber, la mayor parte de los socialdemócratas y los verdes.

Una coalición informal de este tipo ayudó muchas veces a que los proyectos pro Merkel consiguieran apoyo en el parlamento a pesar de la oposición de los elementos derechistas de la CDU, pero para salvar a Europa deberá profundizarse y hacerse más confiable, con una agenda compartida dominada por objetivos comunes.

El imperativo de un realineamiento de fuerzas políticas no es exclusivo de Francia y Alemania. Hay amplia necesidad de que los reformistas y los globalizadores realistas unan fuerzas para hacer frente a los movimientos populistas que tratan de convertir la nostalgia en nacionalismo extremo, casi sin otra base que la política identitaria.

El mundo cambió mucho estas últimas décadas, y Europa no es la excepción. No podemos esperar que los viejos alineamientos respondan adecuadamente a las necesidades de definición de políticas o la dinámica política de la actualidad. Basta pensar en lo difícil que le está siendo a España hallar una nueva mayoría, en un proceso de dos años que todavía no terminó.

En este contexto, un reacomodamiento político es casi inevitable; los cambios de partido y los conflictos que caracterizaron esta elección presidencial estadounidense son buen ejemplo. Pero ese reacomodamiento puede llevar a diversos resultados. Para garantizar un futuro positivo, abierto y próspero para Europa, es crucial el triunfo de fuerzas que reconozcan los inmensos beneficios de las sociedades política y económicamente abiertas, así como la necesidad de políticas públicas nacionales e internacionales que promuevan una mayor inclusión.

Pero incluso si las fuerzas progresistas de centroderecha y centroizquierda consiguen superar a sus contrincantes reaccionarios, no será suficiente. La estructura política tradicional siempre corre riesgo de ser capturada o desplazada por el populismo identitario. Por eso los grupos políticos progresistas deben superar sus diferencias en forma más estructural para promover una nueva visión institucional de Europa.

Esta profunda reestructuración política para crear nuevas mayorías progresistas será difícil y no se dará de un día para el otro. Pero es la única opción para Europa. Sin ella, “Europa” morirá, y el asalto a la apertura económica y a los valores democráticos seguirá cobrando fuerza en todo el mundo, con consecuencias potencialmente devastadoras.

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