Bienvenido a España
“Cuéntame cosas de España”, me dice mi hijo desde Nueva York, y sé que él quiere que hablemos de la última victoria del Atleti, de las series más populares a este lado del Atlántico o del último cotilleo de TheGrefg, pero lo que me dan ganas de decirle es que su generación tendrá que asumir que, en estos momentos, la profesión más lucrativa de España es ser rentista, que la hostelería ya es la nueva clase social dominante, que la educación ha perdido todo enfoque humanista, que los que hoy contratan solo quieren que sepas manejar herramientas que mañana no existirán y que jamás, pero jamás, se le ocurra intentar ganarse la vida como periodista en España.
Me lo callo, aunque lo digo a solas y en voz baja, porque mi hijo de 14 años ha escrito en su bio de redes sociales “Me gusta España” y, aunque sea su madre, no soy nadie para quitarle la ilusión de un país que es más bonito en la lejanía, un paraíso vacacional atendido por millones de trabajadores del sector servicios que no pueden pagar un alquiler trabajando 12 horas al día. Desde que mi hijo se fue, los alquileres han subido más que la inflación y mucho más que los sueldos y, aunque también ha subido el SMI, España se llena de trabajadores precarios o, para ser más precisos, gente que ni trabajando logra deja de ser pobre. Esta subida del SMI, 1.134 euros brutos mensuales en 14 pagas (15.876 euros al año), es una gran noticia pero no se negoció con la patronal, pese a los esfuerzos del Gobierno y también de la patronal. Esto tiene mucho que ver con esa nueva clase social constituida por los empresarios hosteleros, que no se parecen ya a aquellos que ponían un bar o una casa de comidas en el pueblo (tu bisabuela sin ir más lejos, hijo) y toda la familia se mataba a trabajar en aquel lugar que era el centro del pueblo o del barrio porque sabían lo que necesitabas y en España siempre se ha necesitado mucho alcohol para tirar para adelante. Un peso que no logramos quitarnos de encima.
Aunque la hostelería da de comer y condiciona el futuro de cientos de miles de trabajadores y hasta el diseño de las ciudades (pero quién no guarda sus muebles en la acera que hay debajo de su casa, quién no se construye allí una casita o un trastero), lo más grave es que ya no existe el derecho constitucional a una vivienda que puedas pagar. El negocio floreciente de esta España a la que vuele mi hijo es comprar más pisos con lo que sacas de las rentas de los pisos que ya tienes, un plan sin fisuras que consigue que el resto de la población no pueda pagarse una casa no ya en Barcelona o Madrid, tampoco en Cuenca o Zamora. No hay planes de vivienda pública y todas las políticas tienden a cuidar y a atraer a un porcentaje de la población improductiva, que no produce ni innova ni inventa ni crea más riqueza que la suya propia. No hablo de la señora que tiene un piso en Barcelona y lo alquila, aunque el problema es tan grave que ya se plantea torticeramente en términos de batalla generacional, porque no hay nada más entretenido para el capital que la guerra entre muertos de hambre.
Hablando de muertos de hambre, el salario anual bruto medio en España es de 25.897 euros, 1.850 euros brutos al mes en 14 pagas, pero si sacas de la ecuación a los que tienen sueldazos, el salario más frecuente es cercano a los 19.000 euros. Esto explica, también, que haya mucha gente que eche en cara al Gobierno y el Ministerio de Trabajo que hayan conseguido que el salario más habitual esté muy cerca del SMI (15.876 euros al año). Estamos mejor si hay alguien que gana menos o tiene menos derechos. ¿Cómo se explica, sin recurrir a echarle la culpa a Ángela Rodríguez Pam, que un 44% de los hombres crean que el feminismo ha ido demasiado lejos? Las comparativas son odiosas y no nos acabamos de creer que se puede subir sin hacerlo por encima de a otros. Y otras.
Y, a pesar de todo, España es un gran lugar para vivir, siempre que sepamos que no lo tenemos en propiedad, que hay que dejarlo en buen estado para los que vienen, para los que regresan, para los que buscan aquí un futuro. Los servicios públicos, la sanidad, los derechos sociales, una política pública de vivienda, la libertad verdadera de ser lo que eres, el medio ambiente, la tierra, el agua, todo hay que cuidarlo porque la vida en España depende de ello. Mi hijo vuelve en pocos meses a España, esa España que le gusta, que es mejor de lo que yo creo y en la que él tendrá voz y voto para ser, estar y cambiar.
Y esta semana, al final, sí creo que hablaré con mi hijo de España. Y de TheGrefg.
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