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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Del “ich bin ein berliner” al ¡que os den, mexicanos!

Una familia cruza la línea fronteriza entre Estados Unidos y México, en Tijuana, Baja California (México).

Jesús López-Medel

La historia de la Humanidad en un proceso en el que se va hacia adelante en muchos ámbitos pero en el que, a veces, hay retrocesos. Esto, que es perceptible en materia de Derechos Humanos, tiene manifestación muy evidente en lo que es la vuelta atrás en lo que representan los muros separadores.

Hay que recordar lo que supuso el muro de Berlín construido por las autoridades comunistas de Berlín, capital de Alemania gestionada por cuatro países y que separaba lo que era la República Federal de la denominada República Democrática. Era constante la huida desde el Berlín comunista de miles de ciudadanos hacia lo que era la parte occidental. Esa fuga humana, a pesar de que había 81 pasos para el tránsito, dio pie a que las autoridades de la RDA construyeran en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961 una alambrada de 15 kilómetros que en muy breve tiempo fue sustituida por una construcción más sólida. Los pasos quedaron inicialmente reducidos a 12. Desde occidente no se reaccionó rápido (en plena guerra fría) y ese muro, muy pronto de hormigón, quedó ahí como expresión icónica de la ignominia por falta de libertad.

Una de las reacciones con más impacto fue el famoso discurso de John F. Kennedy desde la Plaza del Ayuntamiento del Berlín Occidental, el 25 de junio de 1963, siendo alcalde entonces Willy Brand y ante millón y medio de asistentes. Por dos veces, al principio y al final, el presidente norteamericano pronunció el famoso “Ich bin ein berliner”. Era una reivindicación de la libertad mediante la identificación con la identidad plural que, hasta entonces, representaba esa ciudad del corazón de Europa.

La caída del muro, no predicha por nadie (como tampoco el derrumbe de la URSS dos años después), aconteció el 25 de noviembre de 1989 cuando a través de Hungría se abríó una vía de escapada para muchos que querían huir del totalitarismo comunista, aunque también había gente que pudiera sentirse cómoda en la situación anterior. La película Good bye, Lenin como tratamiento en clave de humor es muy interesante.

En su momento fue celebrada la caída con entusiasmo por occidente. Pero años después, el mundo se llena de muros no pocos promovidos por este mismo, esto es por las naciones supuestamente más avanzadas y ricas. Ahora parece que el valor de la libertad no importa a los que bajo el nombre falso de liberales, son verdaderamente neo con, lo más reaccionario de esta última década y que se está imponiendo en el mundo.

Hace ya años asistimos a cómo un pueblo que con el nazismo sufrió mucho, Israel, está haciendo sufrir a otros, Palestina, a través de los procesos de colonización, expulsión, franjas y muros. Eso se sigue extendiendo y tendrá ampliaciones no sólo porque esa concepción separadora cobra aliento por la sintonía de concepciones sobre el mundo y la vida con Trump sino también porque la influencia del lobby judío ha sido absolutamente determinante como apoyo del nuevo presidente norteamericano. Van a ser malos tiempos para Palestina.

Aquí, más cerca, en la Unión Europea, estamos asistiendo a lo que tiene elementos jurídicos de genocidio con los refugiados. La indiferencia, deshumanización y crueldad de la que supuestamente es heredera de valores cristianos, de la revolución francesa y del socialismo con esta gente es terrible. Curiosamente los más xenófobos son los últimos países incorporados a la Unión Europea, que pocos años antes estaban gobernados por los comunistas.

Los países del Este de Europa son los más déspotas y depravados en el trato con los que llevan años huyendo de una guerra, hace ya que esto sea sólo una partida de ajedrez en un tablero mundial. Los que despavoridos intentan escapar de la muerte en Siria son acogidos de forma inhumana. Pero ya no es el muro de la incomprensión y la ineficacia de la Unión Europea sino que son muchos muros los que pretenden llevar a la muerte. Numerosos países son cada uno un muro, no sólo legal y de sus autoridades, sino de una sucesión de muros. ¡Esto es occidente!

Al país cuya democracia empezamos a admirar a través de Tocqueville han llegado los aires neofascistas o se ha extendido el viejo espíritu sureño de la discriminación por razón de piel. El muro con México es algo de lo que ha hecho bandera tanto antes como después de las elecciones. Pero debe recordarse que el muro ya existe en parte y se empieza ya construir en toda la frontera. Hay que tener en cuenta lo agreste del terreno en algunas zonas y lo que supone que el cruce al país de las oportunidades atrae no sólo a mexicanos sino también a numerosas personas de otros países centroamericanos. El problema añadido son los coyotes que a modo de bandoleros controlan los lugares de paso más frecuentes o accesibles.

Pero ha sido el nuevo presidente Trump el que ha reviltalizado el muro con México no sólo como retórica xenófoba y ultranacionalista sino firmando ya uno de los primeros Decretos que han impactado en el fondo y con la forma a la humanidad. Y además con unos modos humillantes hacia ese país vecino.

De ese Muro de la “Vergüenza” como occidente calificó el de Berlín (del cual hay grandes bloques en el parque del mismo nombre en Madrid) a los que desde el mundo civilizado se está promoviendo en la actualidad. Cuando la historia va hacia atrás en materia de derechos y libertades, una manifestación paradójica de ello está en cómo se ha pasado del “Ich bin ein berliner” al ¡que os den, mexicanos, que os den, refugiados!

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