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Centro de Gravedad permanente

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (i), y el presidente del partido en Galicia, Alfonso Rueda.

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“Las periferias son los lugares donde ocurren las cosas más interesantes”, dice la alemana Esther Kinsky (Renania 1956) y, a la vista de lo que ha ocurrido en las recientes elecciones en Galicia, no cabe duda de que lleva toda la razón. Merece la pena detenerse un momento y hacer un estudio del caso con otra mirada distinta a la habitual en la política estatal para conocer el comportamiento electoral, cualitativamente tan alejado de las claves al uso en el centro geográfico. 

En Galicia, hemos vivido una campaña electoral como las de casi siempre; sin grandes pasiones ni tensiones, sin una palabra más alta que la otra, sin dramas ni tragedias aunque, por un instante, el líder del PP estuvo a punto de echarlo todo a perder con un patinazo descomunal, al dejarse llevar por las angustias capitalinas. Lo dicho: en las calles, campos y parques gallegos, la ciudadanía soportó, indiferente, una campaña aburrida, en un país en el que la capacidad de sufrimiento y adaptación al medio del paisanaje está por encima de toda duda y ha demostrado ser a prueba de bomba. Aquí, todas las transiciones son suaves y se toman con filosofía. De un día lluvioso pasamos a otro soleado, tras una mañana fresca llega una tarde calurosa, superada una pavorosa noche de fuerte temporal disfrutamos de una plácida jornada de playa. Y viceversa. Todo se sucede como crece la hierba en los prados: silenciosa, lenta pero inexorablemente.

Muchas veces pienso que esa “cachaza” que se permite la ciudadanía, tanto la gente de la costa como la del interior, le viene del arraigo a una tierra, a una cultura y a un xeito (estilo) propio que cambia poco con el tiempo aunque se modernice y a pesar de que sea tan variado y diverso como el clima o el color del cielo. No hay más que ver las laderas y montañas que arden furiosamente en verano y, en menos de un año, nos regalan de nuevo colores verdes, ocres y marrones. Hay algo permanente en este mundo, en su paisaje, en su pueblo. Sí, para gallegos y gallegas, las certidumbres de su propia tierra les llevan a buscar siempre la estabilidad en un centro de gravedad permanente, como el que reclamaba el gran Franco Battiato.

En esta esquina peninsular del Noroeste todo se sucede con calma hasta que, llegado un momento de tempestad insoportable, las raíces se conmueven y caen las más altas copas, como ocurrió con la crisis del Prestige, cuando Fraga perdió la reiterada mayoría absoluta del Parlamento y la izquierdo tuvo su minuto de gloria en el poder. Fue sólo un minuto porque, por su mala cabeza, vulnerable a la tentación cainita y disputadora de protagonismos en guerras intestinas, malgastó su oportunidad y el electorado la devolvió a la casilla de salida. BNG y PSdeG perdieron el favor del público y los gallegos y gallegas recuperaron el centro de gravedad con “su” partido de toda la vida, el PPdeG.

El acierto de Fraga fue renunciar a sus principios ideológicos –tras abstenerse en la votación del título VIII de la Constitución en aras de la unidad de España– para abrazar el galeguismo y así fagocitar el electorado de cualquier partido de tinte identitario, surgido en ese espectro político del centro derecha, gestión inteligente y diligentemente articulada, en sus inicios, por su delfín Xosé Luis Barreiro. A lo largo de más de tres décadas, el PPdeG que, obviamente, poco tiene que ver con su matriz de Madrid, fue ocupando espacios gracias a sus contundentes mayorías hasta convertirse en un partido sistémico y completamente transversal, presente en todos los niveles, ámbitos y sectores del territorio, con una organización inmensamente potente y bien engrasada por los presupuestos de las administraciones que ocupa.

Los sucesivos candidatos –Núñez Feijóo y ahora Rueda–, cual hormiguitas, continuaron esa senda marcada por “don Manuel”, se confundieron con el paisaje y, sin dar una voz más alta que otra, fueron sembrando y cosechando mientras la tierra daba sus frutos callada y lentamente. De ahí, que los votantes de Feijóo se queden de piedra al descubrir el estilo macarra y chulesco que se gasta desde que se afincó en la villa y corte. Más le valdría aprender de la lección de su paisanaje –que mantiene cerradas a cal y canto todas las puertas a Vox– en vez de prestar oído a las lenguas viperinas que le arrastran por caminos de difícil retorno.

Aunque parezca exagerado, hay que reconocer que el espíritu de Castelao inspiró en cierta medida la política del PPdeG para pegarse al terreno, al paisaje y al paisanaje –lo que escandalizaría al de Rianxo si levantara la cabeza–, aunque descafeinó su pensamiento y tradujo al autonomismo las ansias nacionalistas, aceptó hablar en gallego pero sólo a conveniencia, anestesió la televisión autonómica y tiñó la política social de ribetes localistas e incluso caciquiles. Fue así cómo logró quedarse con el espacio electoral que ocupaba el desparecido Partido Galeguista. 

Tras otros intentos surgidos en la izquierda, hoy por hoy, el Bloque Nacionalista Galego es la fuerza política que representa y reivindica la ideología que mezcla –en un todo– la lucha social, la cultura y la reivindicación de autodeterminación para el pueblo gallego, tal como hiciera Castelao. Superadas sus etapas histriónicas y belicosas de carácter interno, que retrasaron su crecimiento, el Bloque es hoy una fuerza política a la que miran los más jóvenes (menores de 30 años), especialmente de entornos urbanos, lo que no significa que esté ausente del ámbito rural, todavía tan importante electoralmente en Galicia.

El partido que Ana Pontón ha llevado al segundo puesto del Parlamento, con un mensaje más social que identitario, lo ha logrado porque dispone de un bien articulado aparato organizativo que le permite confundirse con la tierra y, al mismo tiempo, ofrecer un discurso moderno y de futuro. Dicen los teóricos de la comunicación política actual que se acabaron los tiempos de las viejas ideologías y profundos debates porque ahora lo que triunfa es el sectarismo, la velocidad, el ruido y la agresividad entre los distintos actores políticos. Pero la candidata del Bloque, que no es nueva para nadie pues cuenta ya con tres legislaturas en la Cámara autonómica, protagonizó una campaña al estilo gallego; sin grandes estridencias ni disputas con el adversario y con una permanente sonrisa que le permitió superar el rechazo, heredado de otros tiempos, a un partido que se había identificado con posiciones excluyentes, dentro del radicalismo. Pontón tuvo la habilidad de endulzar el caramelo de su oferta electoral y cautivó así al electorado urbano y progresista, desplazando el peso de su propuesta de la izquierda al centro, que es desde donde se sabe que se ganan las elecciones. 

A la vista de las votaciones, ahora se ha visto que los gallegos y las gallegas votan como les da la gana en cada ocasión porque discriminan escrupulosamente el voto, según sean las convocatorias en función de lo que se juegan, sin el menor atisbo de sectarismo. Quienes votan socialista en generales lo hacen sin escrúpulos a los populares en las autonómicas y quienes eligen al Bloque en autonómicas prefieren alcaldes socialistas, y viceversa. En este 13F, sabemos que el BNG le comió la merienda al PSdeG, un partido que no se ha preocupado mucho por Galicia, tan pendiente como ha estado de otros territorios y ocupado por gobernar en España. 

No es de recibo que los socialistas gallegos se mantengan en lucha de poder permanente desde hace décadas; que las distintas baronías de medio pelo se disputen el protagonismo, mientras que los menguantes puestos que el electorado les brinda sean utilizados como plataformas de crecimiento personal. Es una falta de respeto inconcebible a sus propias siglas, la organización se resiente, el proyecto político se difumina y el electorado se cansa, se desmotiva y busca otros mercados a los que entregar su voto. Ni qué decir tiene que el pecado mortal de presentar un candidato apenas unos meses antes de las votaciones es una extravagancia que se penaliza gravemente en esta tierra de movimientos lentos donde de nada sirve el desembarco ministerial de última hora.

El PSdeG y el resto de partidos de la izquierda, que han incurrido en los mismos errores mayúsculos de improvisación y banalización de la convocatoria electoral, con el agravante de las liortas (peleas) pueriles entre sus respectivos liderazgos, ya pueden ponerse las pilas si quieren construir un futuro en Galicia, donde la vida discurre como los ríos. El BNG les lleva la delantera. Lo dicho: en la periferia es donde pasan las cosas más interesantes.

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