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Chat de padres

La aplicación WhatsApp en el escritorio de un iPhone con iOS7 (Foto: Jan Persiel en Flickr)

Gabriela Wiener

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Buenos días, buenos días, buenos días, buenos días. Con ese saludo el chat de madres y padres del cole rompe de puro entusiasmo el silencio de cada mañana de semiencierro con niñes. Creo que fuimos desarrollando ese saludo en los días en que cualquiera podía enfermar y morir. Ya hemos cumplido un ciclo de cibersupervivencia en común. Hemos superado juntos la curva, la etapa meme, ya hemos asumido que nuestros hijos odian las videollamadas con sus coleguis, nos hemos enviado los videitos y las fotos de las criaturas con la cartulina de #yomequedoencasa, hemos comentado las declaraciones de la ministra siempre que hemos podido y ahora esperamos impacientemente que alguien nos aclare qué es esta mierda.

El padre de Lucio, que es el que manda las buenas noticias, fue el encargado de anunciar la semana pasada que liberaban a los niños y también el que contó que podíamos salir con bicicletas y patinetes. Ese día el chat fue un jolgorio, hasta que vino la típica madre que te aterriza y nos hizo llegar el manual “Cómo afrontar las salidas al exterior con nuestras criaturas en el confinamiento”, que explica cómo movernos libremente sin ser libres, cómo jugar sin parque, cómo encontrarte con otro niño y su familia y no echarte a sus brazos a llorar; o cómo dar dos pasos sin amenazarlos. La consigna: “desdramatizar”.

Pero no se puede. Al día siguiente vino la mamá de Alicia y contó que una niña desconocida se había acercado a su hijo en la calle, con unas enormes ganas de socializar, así que los habían dejado jugar un ratito al pilla pilla y que al intentar separarlos todo se había convertido en un drama mayúsculo, tanto, que la niña se había alejado asqueada e impotente del grupo diciendo que cuándo iba a acabar esto porque ya no aguantaba más, una niña de cinco años. Nosotras intentando ser naif, expresar la misma inocencia que nuestros niños, adaptar el mundo a sus ojos y nuestros niños ya tienen 45 años. Lluvia de emoticones de caras locas y tristes y de chorros de lágrimas en el chat. Alguna madre pregunta al chat de madres y padres si hay ganas de vernos esta noche con una birra. Todo el mundo sí, sí, sí. Horas después empiezan a llegar las cancelaciones, todo el mundo no, no, no. “Perdona que ni contesté” es la tónica.

La madre de Susana nos manda con las disculpas del caso un pdf de las fichas que ella misma ha confeccionado para educar a su hija con toda la buena intención a ver si así le sirve a alguien más y todos contestamos gracias, gracias, gracias y emoticones cuando en realidad nos cagamos en todo porque ahora lo vamos a tener que imprimir. No sé quién fue la que envió la noticia de los casos de niños con shock pediátrico, nos pusimos a debatir si es covid o no es covid, que si la diarrea infantil, pero después seguro llegó una paranoia nueva porque ya no hablamos nada de eso. Es posible que la nueva paranoia sea vacaciones en Madrid. Y siempre, teletrabajo con gremlins.

Después de un largo intercambio acerca de las pizzas y cocacolas de la miserable de Ayuso, el padre de no sé quién envía una foto de la merluza que acaba de preparar para sus hijos: aplausos, lenguas acuosas, pero entonces interviene la madre de Aníbal a contar que a su hije adolescente en uno de los zoom con sus profesores le han soltado que en septiembre no irán todos los días sino días alternos y que eso, que la mitad del tiempo los tendremos en casa con clases virtuales y nosotros pringando. “La infancia no le importa a nadie”, dice el padre de Simón. “¿Hasta cuándo vamos a hacernos cargo de lo que el Estado cree que puede obviar?”, dice no sé quién. “Ayuso es capaz de hacer un colegio de campaña en IFEMA para los niños pobres y seguir dándoles pizza”. La madre de Patri se pone a llorar en el chat pero creemos que esta vez sí no son solo emoticones. Y al día siguiente otra vez buenos días, buenos días buenos días, buenos días.

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