Los cómplices
Incontables adictos al PP de Madrid andan muy preocupados por el injusto brete al que han colocado a su idolatrada presidenta Isabel Díaz Ayuso. No pueden entender esa manifestación multitudinaria contra una persona que se ha desvivido por favorecer a los ricos en su gestión, como debe ser. Los malditos rojos le han montado una manifestación “política” contra la política que ella ejerce de desmantelar la sanidad pública en busca de otros intereses a los que favorecer. Los de esos que han sabido sentarse sobre los demás como les decía su abuelito y su papá y nos contó José Agustín Goytisolo. La dirigente que les dio la libertad de las cervezas en terraza durante la pandemia que tan caro pagamos en contagios. Pero eso es un problema de los cortos de visión incapaces de entender que la fiesta es prioritaria, incluso sobre la salud. Si solo y en verdad fuera la fiesta…
Desarbolados e inquietos, corretean por las redes insultando. Madrid tiene la mejor sanidad de España, que lo han visto en unos cuadros muy bonitos que fabrican en sus teles y medios de referencia. Es pura inquina lo que marcan los datos internacionales. Y nacionales: la comunidad que menos invierte en salud por ciudadano. La única que cerró urgencias de Atención Primaria. La que ha rehabilitado algunos Centros sin presencia de médicos. La que mantiene a 200.000 niños sin pediatra asignado. ´Vale, dicen, pero otras comunidades también tienen problemas con la sanidad´. Ese consuelo de tontos-todos que intenta minimizar los daños si se dan en compañía. ´Ya, pero es que ninguna como Madrid estableció protocolos firmados para que no se derivara a los hospitales a los enfermos de los geriátricos durante la pandemia'´. ´Ah, pero es que eso fue culpa de “el coletas”. ´Y, entonces ¿por qué se niegan a toda investigación en la Asamblea?´. Agotador.
Nunca aceptarán su error, ni los datos auténticos, porque no se ajustan a los que quieren creer. Por avalar, lo hacen hasta en el mezquino empleo que Ayuso hizo de las palabras de la viuda de Carlos Saura en la noche de los Goya. Hay quien hasta acusa a Eulalia Ramón en el colmo de la insidia.
El aplauso a Ayuso lleva aparejados improperios hacia quien informa con veracidad. Gruesos. Van desde denigrar el aspecto físico a la sexualidad en el caso de las mujeres y siempre con ese desprecio fascista que anula lo humano. Lo más desagradable es constatar que seres así existen y forman parte, siquiera como parásitos, de la cadena de la convivencia.
Los cómplices, en realidad, se reparten en varias categorías. Los entusiastas por libre son los que deciden en las urnas por número, los compinches inductores se encuentran en puestos de poder e influencia, por tanto. Su trabajo conjunto es letal. Y aún hay más elementos en el juego. Y no viene ni siquiera de hace unos pocos años.
Las ilusiones perdidas, candidata al Goya a la mejor película europea, muestra la descarnada sátira, casi caricatura, de un París que ya en la segunda mitad del siglo XIX evidenciaba esa alianza entre poderes en el que una crítica a un estreno teatral, por ejemplo, vendida y comprada, podía suponer el éxito o el fracaso. Basada en la obra cumbre de Honoré de Balzac La comedia humana, uno de sus relatos es ese de Las ilusiones perdidas, las de un joven poeta de provincias, o la del propio Balzac que también sucumbió. “Lucien no podía saber [aún] que en las filas de la prensa se necesitan amigos igual que los generales necesitan soldados”. Y que “el dinero era la nueva aristocracia y nadie estaba dispuesto a decapitarla”. En aquellos días ya, y referido a los incipientes tabloides, “el periódico se convirtió en una tienda donde el público podía comprar lo que quería leer incluso inventado”. Échenle más de siglo y medio encima, dos guerras mundiales, la destrucción consiguiente y el repetido renacer de la codicia, y reflexionen cómo estamos ahora y por qué.
Agarrada y bien sujeta por las fauces la ley de Igualdad conocida como “solo sí es sí”, no la sueltan de la actualidad. Comparece en portada hasta el antiguo director de El País, Juan Luis Cebrián, en modo ya jarrón chino del periodismo, para soltar su inquina contra Sánchez fruto de sus más arraigadas obsesiones.
Los medios están muy ocupados en las desavenencias del Gobierno de España y relegan hablar de lo que ocurre en el Partido Popular, al que ya casi tienen colocado en La Moncloa vía encuestas sonda (y cómplices en muchos casos). Pero algunos periodistas sí nos cuentan lo que ocurre dentro, a sumar con los propios ojos que ven cuando se mira con cierta atención.
La manifestación del domingo debilita a Ayuso por su gestión, a la espera de los esfuerzos que harán por rehabilitarla. Y dado que en modo alguno va a cambiar sus políticas sanitarias a fondo porque son parte de lo que la mantiene, puede indignar a todavía más usuarios. Moreno Bonilla se ha apuntado también a desmantelar la sanidad pública andaluza, entregándola -con los impuestos de los ciudadanos- a la iniciativa privada. El problema se extiende.
Y dentro del partido se mueven aguas turbulentas. Pedro Vallín en La Vanguardia, Madrid, habla de los vídeos que poseen Ayuso y sus colaboradores contra sus rivales –del PP–, según se dice, y de que “se especula sobre el momento en que estos saltarán a alguna tele amiga”. Esas prácticas, con ese sello característico en organizaciones de su tipo, se han visto en el Partido Popular de la cosa suya. Porque lo definitivo es que el pediatra ya desplaza a la terracita gracias a la sensatez ciudadana, que no alcanza sin embargo a las legiones de plagas adictas al ayusismo.
Otro dato para la guerra que vive el PP lo daba Fátima Caballero: Ayuso corta cabezas en su equipo, como la del juez Enrique López, que fue su mano derecha durante un tiempo. Si López hasta se ha dado de baja en el PP debe haber un asunto poderoso que le silencia. Aunque dada la personalidad del susodicho y su espíritu de eterna supervivencia habrá que ver cómo acaba la pugna.
Lo que percibe la sociedad evita, suaviza, agranda o inventa muchos asuntos, según sea el interés programado. Es el atroz problema de desinformación que padecemos. Sobre todo, en crear esas confusiones que vemos y repercuten en toda la sociedad fomentando el sentimiento de indefensión. En otra vertiente, esta deriva amenaza con meter en el mismo saco a todo el periodismo. Por más que ya sea casi hasta heroico aguantar tanta tralla. El riesgo de que las ilusiones perdidas no sean por el esfuerzo del trabajo honesto, sino por la respuesta y la pérdida de valor del periodismo veraz, como gotas en un lago infecto.
Hablamos de cómplices. ¿Para qué? Para decantar las políticas hacia esas que despojan a la sociedad del Estado del Bienestar y sus servicios públicos, con el gran bocado de la Sanidad en cabeza. No lo olviden, es eso, hay que repetirlo. La maniobra avanza a tal velocidad que limpia el aire para ver con más claridad. Los peones, las piezas maestras, los caballos, las torres. Un inmenso cúmulo de errores y confabulaciones han de haberse dado para que el Congreso español asista a un escarnio como el perpetrado por un diputado de Vox y un preguntador de la misma cuerda acreditado como periodista en la Cámara, para presentar su enésimo bulo, que no deja de ser uno más ni el último. Es una trayectoria continuada, impune, la que nos ha traído hasta aquí y sigue avanzando sin freno.
Miles de ciudadanos en la calle -diría por mi experiencia que muchos más del cuarto de millón oficial-, conscientes del problema, son hoy una esperanza en la fuerza de la lucha ciudadana por los derechos, pero están también todos los cómplices prestos a sepultar la verdad y conseguir sus propósitos, amparados por una maquinaria que les ayuda. Desde el ínfimo hater de Twitter a los tertulianos que arrojan al periodismo al saco de las ilusiones perdidas y tantos otros desde las togas a las chequeras. Atentos a no condescender ni con uno solo de ellos. Ni uno es inocente ni insignificante en la causa que persiguen.
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