Consejos para que el rey elija bien
Nuestro rey tiene que tomar una decisión difícil esta semana: ¿a quién propone como candidato para la investidura? ¿A Feijóo, más votado el 23J pero con escaños insuficientes y el rechazo de más de la mitad de la cámara? ¿O a Sánchez, que no tiene atada la mayoría pero está en mejores condiciones de sumar?
Tremendo dilema. Para ayudar a su majestad, le aconsejo varios métodos en caso de decisiones difíciles, pruebe cualquiera: a) Observe el vuelo de las aves, hacia dónde se dirigen: si hacia el Este, favorables a Feijóo, salvo si tienen plumaje oscuro, buen augurio para Sánchez; b) Sacrifique un animal, ábralo en canal y estudie detenidamente sus entrañas, con especial atención al hígado, cuyo tamaño y color le dará pistas; c) Eche una moneda al aire: cara, Feijóo; cruz, Sánchez; d) Confíe en su capacidad innata, su preparación académica y su experiencia de años en el arbitraje y la moderación institucional.
Cuatro métodos, y los cuatro igual de legítimos, democráticos y fiables. Sí, no me miren así. ¿Qué tienen de diferente la ornitomancia o la aruspicina, de la monarquía? ¿Por qué vamos a confiar más en el criterio personal de un rey que en una moneda al aire? De hecho, para decisiones comprometidas suele ser preferible la suerte frente al criterio de una sola persona, más cuando esa persona no ha sido elegida ni responde ante nadie.
Recorre estos días un calambre la política española: el rey tiene que elegir candidato. Los constitucionalistas cruzan artículos en prensa discutiendo si de verdad puede decidir, si el artículo 99 es interpretable, si la neutralidad de la corona quedará comprometida, si debería declinar su función… Por su parte, articulistas y tertulianos disputan y presionan sobre qué debería hacer el rey, por qué tendría que favorecer al “ganador” Feijóo o al jovencito Frankenstein.
Al final llegamos al mismo punto: el rey decide. El rey, el mismo del que siempre nos dicen que la suya es una función simbólica, que no tiene poder real, que sus palabras y actos son siempre inspirados y refrendados por autoridades con legitimidad democrática, ahora resulta que no, que tiene que tomar una decisión nada intrascendente: no va a designar al próximo presidente, faltaría más, pero sí marcará un orden y unos tiempos decisivos. Y volvemos a dar con el mismo hueso: su legitimidad, siempre cuestionable desde el origen (hereditario). ¿En base a qué legitimidad va a tomar una decisión política, por encima de quienes han sido elegidos en las urnas?
Ante eso hay quien insiste, para tranquilizarnos, en asegurar que no, que en realidad no va a decidir nada, que ante la duda se limitará a aplicar el criterio habitual de designar al que tenga más escaños. Pero eso, en el momento actual, ya es una decisión política. Otros, en la misma línea, sugieren que el rey debería renunciar al menos en esta ocasión a la función que le atribuye el artículo 99, y que sean la presidenta o la mesa del Congreso quienes propongan candidato.
En ese caso, si el rey no decide porque no puede o no quiere, la pregunta será otra: entonces, ¿para qué queremos un rey, para qué mantenemos una institución costosa, cuestionada por parte de la ciudadanía y fuente de no pocos problemas, como hemos visto con el anterior rey? ¿Solo como símbolo, como muñeco de ventrílocuo? ¿Lo es también en sus discursos navideños? ¿Lo fue en el muy político y discutible discurso del 3 de octubre de 2017 sobre Cataluña?
Graciosas preguntas mientras emiten a todas horas el publirreportaje monárquico de la princesa Leonor ingresando en la academia militar.
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