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Otro cuento de Navidad

Algunas de las personas desalojadas del antiguo instituto B9 de Badalona, debajo de un puente.
25 de diciembre de 2025 21:14 h

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Lo clásico en estas fechas es escribir un cuento de Navidad, que nos saque por un rato de la agenda informativa y nos reconcilie con el espíritu navideño, en la tradición de tantos cuentos navideños desde el fundacional de Dickens. Así que voy con el mío.

Nuestro cuento de Navidad lo protagoniza un alcalde, uno de un gran municipio, en el área metropolitana de una importante capital. No le pondremos nombre, solo será “el alcalde”, y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, no se precipiten que es solo un cuento, ficción pura.

Por ponernos en antecedentes, diremos brevemente que nuestro alcalde protagonista es de derechas, incluso muy de derechas, pero ya lo era hace años, cuando ser muy pero muy de derechas no estaba tan bien visto como hoy. Gobierna con mayoría absoluta, hay que decirlo también, su discurso populista de derechas muy de derechas le funciona extraordinariamente bien. Ya le funcionaba hace años, cuando proponía sin disimulo “limpiar” su ciudad de inmigrantes, especialmente rumanos de etnia gitana; y ahora que el viento de los tiempos le favorece, arrasó en las últimas elecciones municipales.

Nuestro cuento comienza en la Nochebuena, como suele pasar con los cuentos de Navidad. El alcalde llega a su casa tras visitar algunas dependencias municipales para felicitar las fiestas a policías, bomberos y otros trabajadores que tienen turno en una noche tan especial. En su recorrido ha pasado también, sin detenerse, junto al puente bajo el que acampan varios centenares de personas que días atrás fueron desalojadas de un instituto abandonado, por orden del alcalde y sin darles alternativa pese a estar obligado a ello. De camino a casa también ha visto a vecinos que se han organizado para ayudar a los desalojados, y otros vecinos también organizados pero estos para impedir que los acojan en parroquias o dependencias municipales. Con estos últimos vecinos el alcalde se ha detenido unos minutos para tranquilizarlos: no permitirá que ningún delincuente se quede en el municipio, les ha prometido.

El alcalde de nuestro cuento llega por fin a casa, donde lo espera su familia para la cena navideña. En la tele está a punto de empezar el mensaje del rey, y el alcalde se sirve un aperitivo para verlo. El rey habla de una “crisis de confianza” que alimenta “extremismos, radicalismos y populismos”, y el alcalde asiente con agrado, está de acuerdo en todo. Muy buen discurso, dice a su mujer al terminar. Después se sientan a la mesa, el alcalde, su mujer, sus hijos y otros familiares que se reúnen en fiestas señaladas.

Comienzan con unos entrantes: ibéricos, quesos, canapés variados y algo de marisco. Comen con gusto mientras comentan el discurso del rey, y el alcalde intercambia algunos whatsapps con compañeros de partido que comparten su valoración positiva, antes de soltar el móvil lejos de la mesa. Después sirven la sopa, y el alcalde descorcha una botella de tinto. La conversación ya es totalmente navideña: planes familiares, ausencias recordadas, anecdotario de años anteriores, cómo pasa el tiempo, ríen con ganas y hay algún momento de emoción. De pronto les sobresalta un estruendo en la calle. Petardos. El perro de la familia se esconde bajo una cama, el alcalde se asoma a la ventana y ve correr a unos adolescentes.

Con la llegada del cordero abren la segunda botella de tinto, de una bodega diferente, y el alcalde lo cata con gusto, observa el brillo rojizo, mete la nariz en la copa, da un sorbo corto que paladea, se le nota por fin relajado, las últimas semanas han sido intensas pero ahora puede desconectar y disfrutar la cena navideña, así que propone otro brindis, feliz navidad, familia. Durante la cena su móvil no deja de vibrar, pero no lo atiende, la norma en casa es que en la mesa no hay móviles, y menos en Nochebuena.

La sobremesa la trasladan al sofá, junto al gran árbol de navidad y el belén. Abren una botella de cava, acercan una bandeja de dulces navideños, ponen la tele buscando algún programa especial, se oyen más estallidos en la calle, el alcalde maldice a los niñatos de los petarditos. Intercambian regalos de amigo invisible, al alcalde le ha tocado un pijama, lo agradece: me gusta, y parece muy calentito.

Canturrean un villancico, los hijos están graciosos, enseñan memes y vídeos divertidos que han recibido en sus móviles. El alcalde se acuerda de que todavía no ha mirado su teléfono, así que lo coge, ahora sí. Tiene más de veinte mensajes: todos son felicitaciones navideñas de familiares, amigos, compañeros de partido. También le ha escrito uno de sus concejales: noche tranquila, alcalde, que tengáis buena fiesta; aunque según lo lee oye acercarse una sirena que cree de ambulancia. El ulular se aproxima, atraviesa su calle y se aleja hasta desaparecer. Nada extraordinario, en estas noches siempre hay unas cuantas emergencias, se dice.

Los hijos se marchan, que han quedado con amigos, también el resto de familiares, y el alcalde se queda solo con su mujer. En el sofá, con media botella de cava todavía, en la tele actuaciones musicales, el alcalde responde a los mensajes de felicitación, lee también las primeras valoraciones políticas al discurso del rey, acaba soltando el móvil, se sirve otro cava, se come un polvorón, se adormila en el sofá, y a estas alturas del cuento los lectores seguimos esperando que en algún momento suceda algo, que el cuento haga honor a la tradición, que haya un giro sorprendente, que suceda algo mágico, que el espíritu navideño se manifieste de repente, que aparezca el fantasma de las navidades pasadas o el de las futuras, que llame a la puerta un invitado sorpresa, que el alcalde o su familia tengan un percance y les acabe ayudando quien menos esperaban, que le paguen con su propia medicina, que aprenda una lección, que se dé cuenta de lo miserable que es, que se arrepienta, que triunfe la justicia poética, que los lectores nos reconciliemos con la humanidad y triunfe la navidad; pero resulta que no, que no pasa nada, que el alcalde se queda felizmente dormido en su sofá sin que haya sucedido nada extraordinario, porque quizás ya los cuentos de navidad no valen, no funcionan, no dicen nada, se han vuelto igual de insensibles que la realidad, y somos nosotros los que tenemos que hacer algo para cambiarla. Venga.

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