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Los conservadores del punto y coma

Emotes de robots de Twitch

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Los signos de puntuación corren la misma suerte que los humanos. No les queda otra que hacerse digitales. 

No quiero ni imaginar el futuro que le espera a una persona que no tenga móvil. Ni quiero pensar... ¡qué sería del punto y coma si un turbo emote de Twitch no lo necesitara para guiñar el ojo!

Me he asomado por una herramienta lingüística digital a ver cuánto usamos el punto y coma en los libros, y como temía, la línea ha ido cayendo en picado. En 1800 a este signo le tenían respeto máximo. Era un pro. Pero a mitad del XIX… um… ahí empieza a desinflarse. 

En aquellos tiempos a los escritores les encantaba atar frases como si fueran chorizos de Cantimpalos. Ponían una coma y enganchaban una subordinada. Después un punto y coma ¡y otra subordinada! Dos puntos ¡y otra más para ensogar! Así hasta que el lector llegaba al punto, exhausto, con los ojos secos y la lengua fuera.

Aquello parecía un lodazal de tinta. A esas frases (que yo he llegado a ver empezar al principio de una cuartilla y terminar en la página siguiente) no había más remedio que endosarles un puñado de rayas, un par de dos puntos, y unos cuantos puntos y comas para poner orden. ¡Y bien que hasta hubiera valido un mojón kilométrico para no perderse entre tanta oración secundaria!

Pero cambiaron los tiempos, y a principios del XX, las ropas y los pelos se hicieron ligeros. Las mujeres relajaron los corpiños y quitaron capas a esas faldas que les hacían siluetas más propias del repollo que del humano. Y con un tijeretazo dejaron el peso de sus largas cabelleras en una melena estupenda o un corte estilo garçon

Había que aligerar el paso y aliviar el peso de una moral más pesada que el plomo. Era una sociedad que empezaba a tener prisa. Que tenía cada vez más coches. Que pedía más velocidad. Y eso tuvo su eco en la lectura y la escritura. Poner muchos signos de puntuación en un texto tenía el efecto de poner palos en las ruedas. Parecía que las palabras, apresuradas, decían a los signos: “¡Dame paso, prima!”. Y los periódicos y los libros les fueron dejando la pista libre hasta llegar a la ausencia absoluta que vemos hoy en muchos chats y muchos tuits. Así escribe a veces el streamer que nos tiene fascinados a millones de personas, Ibai: «Oye pero aquí no iba a salir Rosalía qué cojones ha pasado».

Y, por Dios, que no nos venga ahora alguien con lamentos o morriñas o esos aburridos ¡aaay, aquellos sí que eran buenos tiempos! La lectura en Twitter es rápida. Es hablada. Quien lee a Ibai lo entiende, porque lo está escuchando más que leyendo. Porque lo que recibe es la voz de Ibai, sonando en su cabeza, aunque esas palabras salgan de un texto escrito. 

Qué inservible es la nostalgia; yo diría que hasta huele mal. Los signos de puntuación no están muriendo; se están reconvirtiendo, como mandan los tiempos, ¡y felices y contentos! Es una actualización, un upgrade, un pasar a otro nivel. 

El viejo mundo analógico pedía a los signos de puntuación que pusieran orden en las palabras y atrezzo al texto. ¡Venga una exclamación! ¡Y otra! ¡Y otra! Y unos puntos suspensivos… Y una tormenta de palos parriba y palos pabajo que alertan y asustan y gritan y murmuran. Era lo que la tecnología exigía. Porque entonces no tenían videojuegos ni plataformas de entretenimiento. Todos sus seriales estaban en los libros de papel y en los folletines del periódico. Los signos de puntuación tenían que poner las músicas, los gráficos y los efectos especiales que vemos hoy en las pantallas.

Pero todo eso pasó…

El nuevo mundo digital no les ve tanta utilidad en los escritos rápidos del día a día. No es que le hayan quitado su poder de armas lingüísticas (el capón que me daría alguien de la RAE como yo dijera eso), pero los reclaman para otras misiones. A los signos de puntuación los quieren por su habilidad en los lenguajes de programación, por su poder para expresar una sonrisa [así: :-)] y por su eficacia en los códigos de los emotes de Twitch [esto: :LUL:].

Así que desconfía de los plañideros de las letras. Si alguien se te acerca con la monserga de “¡Aaay, cómo se está empobreciendo el lenguaje!”, “¡Aaay, estos jóvenes, que no saben ni escribir!”, “¡Aaay, ya nadie usa el punto y coma!”, coge tu móvil, abre Telegram y contéstale esto: ;-))))))

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